Urbana Luna
La mosca aterriza sobre la calva del ministro de Economía. Es la primera vez que se posa en una cabeza sin pelo y parece que le gusta porque mueve las patas con la alegría de una bailarina de claqué. Decide quedarse allí mientras el diputado, un señor gordito de sonrisa difícil se dirige a la tribuna de oradores.
Hoy explicará las nuevas medidas del gobierno contra la crisis. Ajusta el micrófono, intenta espantar a la mosca con un ademán brusco y comienza a pronunciar vocablos extraños como: recesión, déficity balanza de pagos. Sus colegas de partido le aplauden. La oposición le abuchea. La mosca no hace caso, ha nacido esa misma mañana y sólo entiende palabras fáciles como día, volar y alimento. Además el joven insecto percibe un aroma dulzón que excita su apetito. Movido por el instinto, comienza a revolotear alrededor del ilustre parlamentario, zumbando muy excitado, hasta descubrir unas migas de pan con miel enganchadas en la solapa del traje gris.
Parece que su señoría desayuna bien, de ahí el ímpetu que muestra al enumerar una serie de medidas drásticas que habrán de mejorar el país: Reducción de salarios y asalariados; disminución de pensiones y pensionistas; eliminación de servicios de salud, de sanitarios y enfermos. La mosca no presta atención al discurso, está adormilada por la copiosa ingesta y se detiene sobre el folio que le sirve de guión al señor ministro. Parece una gota de tinta derramada junto al texto.
Medidas drásticas, repite don Luis, descargando un sonoro palmetazo sobre el atril, lo que arranca una nueva ovación a sus colegas de partido. La oposición le abuchea de nuevo, el ministro mira sus notas y sonríe satisfecho. La mosca nunca aprenderá el significado de la palabra noche.