Revista América Latina

Una musa desterrada

Por Jose Luis Vivero Pol

Una musa desterrada de la literatura

Foto de portada por: DFID- UK Department for International Development

¿Por qué el hambre no motiva a las escritoras y escritores?

Hoy les quiero hablar de literatura, tema al cual me acerco con el respeto de un aprendiz. Hace unas semanas entregué unos premios a los ganadores de un Concurso de Cuentos que organizó Acción contra el Hambre (ver fotografía de la derecha), y con ese motivo pude reflexionar sobre el escaso interés que la literatura mundial y regional ha tenido (y tiene) sobre el tema del hambre y la desnutrición. La literatura, que se nutre naturalmente de las miserias del ser humano para generar bellas obras clásicas y duraderas, manifiesta una despreocupación evidente por el hambre (como los políticos, vamos). ¿Será que muchos escritores han pasado hambre y no quieren usar esos recuerdos para crear arte? ¿O, tal vez, el hambre se considera vulgar, normal y poco estética?
Siendo la literatura un excelente vehículo para contar ideas y transmitir valores que remuevan conciencias ¿puede la escritura en tiempos de crisis permitirse el lujo de ser sólo estética o debería ser también ética? En esta época de crisis general, de decadencia de una cultura (la neoliberal globalizada), nuestra literatura debería ser más comprometida, más ilustrativa, más reflexiva, y más prospectiva. Necesitamos más Saramagos, Sábatos y Sartres, por citar sólo a los que empiezan por la S. Incluso, nos vendría bien algún otro Miguel Ángel Asturias para reivindicar el valor que tiene el maíz para los centroamericanos, mucho más allá de su valor económico en el mercado, que es lo único que considera el CAFTA. Ya Antonio Machado decía que 'es de necios confundir valor y precio'.
Tan cerca tenemos el hambre en nuestra región, tan bien la conocemos, que nos hemos acostumbrado a mirarla como consustancial a la vida diaria. Tanto es así, que hoy que podríamos erradicarla, nuestra visión sigue condicionada por ese largo transcurso en que hemos sobrellevado el hambre como inevitable. Máximo Gorki, en su novela 'La Madre' mencionaba que el 'hambre sigue al hombre como la sombra al cuerpo'. Eso parece ser así desde hace miles de años, y sigue siendo así en Agosto del 201. Los políticos no le dan al tema la importancia que debe, no le asignan los recursos suficientes, no priorizan su erradicación en los países donde campa a sus anchas. Las élites políticas y económicas lo ven como algo normal, o natural, o inevitable, o un mal menor porque siempre habrá ricos y pobres, como siempre habrá sol y luna.
Considerando la crudeza, la profundidad de la miseria que acarrea y la amplitud del hambre en el mundo, resulta un poco sorprendente que no haya sido más ampliamente tratada en la literatura, que no haya inspirado a más poetas, escritores o pintores. Sin ánimo de pretender ser exhaustivo ni enciclopédico, me atrevería a decir que el hambre no ha sido una fuente de inspiración para la literatura de ninguna época. Ni la literatura con vocación social, ni la literatura puramente estética han encontrado en el hambre una musa sobre la que inspirarse. Será que el hambre en el cuerpo del escritor produce poca inspiración, como crudamente retrata Hamsun en su libro 'Hambre', el único texto literario que he encontrado con ese título. A pesar de esta pobreza literaria, tenemos dos excelentes ejemplos de literatura con mayúsculas hecha por grandes escritores ganadores del Premio Nobel, el estadounidense John Steinbeck y el noruego Knut Hamsun.
Steinbeck, entonces un prometedor escritor, retrató en unos artículos aparecidos en 1936 en 'The San Francisco News' a los campesinos pobres del medio Oeste de Estados Unidos, que dejaron sus tierras en el cinturón del maíz y se ofrecían como temporeros en las plantaciones de California. El trabajo realizado para preparar estos artículos le permitiría publicar, poco más tarde, su novela más lograda: Las uvas de la ira (1939), que todos conocemos gracias a la película de John Ford y Henry Fonda. Esta novela habla de una profunda crisis económica, de sequías que destruyen cosechas, de campesinos que tienen que emigrar a ganarse un sueldo en otras tierras porque las suyas no producen suficiente para que coma su familia, de la marginación que sufren por los empleadores, de sus sueldos miserables y de sus paupérrimas condiciones de vida durante la cosecha. ¿Les suena de algo esta descripción? ¿Escuintla? ¿Alta Verapaz? Bueno, pues con esos mimbres, Steinbeck hizo literatura.
Hamsun, por otra parte, narra las sensaciones y peripecias de un escritor pobre y hambriento de Oslo, que vive en la más absoluta miseria pero sigue manteniendo unos ideales y una cordura sorprendente. La novela sirvió de guía para otros escritores posteriores como Thomas Mann, Henry Miller o Herman Hesse, y el autor recibió el Nobel de Literatura en 1920. El protagonista no tiene historia, ni nombre ni referencias que permitan situarlo, pero sabemos que masca madera para aplacar el hambre, al igual que la anciana de Gioconda Belli mascaba papel mojado y los niños de Haití comen galletas de barro para aplacar el hambre. Esa hambre que ha sido denominada como 'incendio frío' por Pablo Neruda o 'boca de lobo' por uno de los escritores finalistas del concurso de cuentos que mencioné anteriormente.
Ya más cerca de nosotros es inevitable referirse al abuelo del realismo mágico latinoamericano, Miguel Ángel Asturias, y su libro más conocido 'Hombres de Maíz'. Aunque no trata específicamente del hambre, sí que destaca el conflicto entre los indígenas que valorizan la naturaleza y los maiceros que arruinan la tierra sagrada con la comercialización. La milpa de maíz es cosa sagrada para los indios, porque fue el centro del cosmos para el mundo indígena tradicional. Nosotros, los no-indígenas, nunca lo hemos visto así, y de aquellos barros vienen estos lodos. Me gusta la definición holística del maíz que hizo Asturias: 'Sembrado para comer es sagrado sustento del hombre que fue hecho de maíz. Sembrado por negocio es hambre del hombre que fue hecho de maíz'.
El hambre, como el sexo y la guerra, forman parte de la naturaleza primigenia del ser humano, de su ethos como especie de Homo sapiens. Es por eso que aparece en el imaginario colectivo de todos los pueblos, estando presente en todas las tradiciones, culturas y mitologías de la sociedad humana. El poeta revolucionario español, Miguel Hernández, decía acertadamente que 'el hambre es el primero de los conocimientos'. Cuando venimos al mundo, lo primero que aprendemos es a llorar para pedir alimento a nuestra madre. En Guatemala, a los niños se les han secado los ojos de tanto llorar por un alimento que nunca llega. Y la literatura parece ignorar este drama. Escritores y escritoras centroamericanos, por favor, hagan algo al respecto: escriban, escriban, escriban…


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