Toda la música cabe en la taza de café
que había allí, como un alma paciente,
esperando que los sonidos rebosaran
por los bordes, y recordasen sin dudas
las notas de un arpa, que quizás fuera
el sueño fugaz y leve, de estar contigo
charlando en este velador de la plaza,
iluminada por un discreto foco de luz
que nos llega como un juego limpio y
de leves sonrisas, y manos acariciadas.
También oíamos en el fru- fru del aire,
los acordes brillantes y bellísimos de
la música de Wagner, rebotando sobre
el muro frío de la catedral de enfrente;
también oí la música de orquesta que
otros ignoraban, demasiados críticos
de una época que no olvidamos jamás;
sin embargo todavía esa obertura, nos
izaba entre tanto escombro que suena
a ras de tierra, mezcla de los afanados
por esconder la emoción, cuando aun
sonaba vibrante, la llamada urgente y
audaz de la cabalgata de las Valkirias.
Eduardo López Pascual