Revista Arte

Una nota negra en un paisaje soleado, hermoso en líneas y proporciones, como un obelisco egipcio...

Por Artepoesia
Una nota negra en un paisaje soleado, hermoso en líneas y proporciones, como un obelisco egipcio...Eso escribiría Vincent Van Gogh de este lienzo un año antes de morir: Es como una nota negra, como una mancha oscura en un paisaje bañado por el sol, pero es una de las notas oscuras más interesantes, la más difícil de llevarse bien que se pueda imaginar... Qué metáfora de la vida más simple y más profunda. En su torbellino por aunar emoción, vida y Arte, el pintor desesperado encontraría ahora en estos árboles la inspiración que antes había encontrado en los girasoles. Sin embargo, a diferencia de los girasoles, que pintaría siempre aislados y solitarios, los oscuros cipreses los pintará en su entorno natural, rodeado de un paisaje abrupto, prolífico, abundante y soleado. Ahora su espíritu, en una situación personal de sosegada resignación vitalista, se acercaba mejor a la profundidad de un contraste enfervorecido por los colores arremolinados de las siluetas definitivas de esos dos árboles. Entre el amarillo y el verde, ahora ganaba el verde en las tonalidades preferidas del pintor. Un verde oscurecido en los cipreses buscados como un referente manifiesto de protagonismo existencial, de razón de vivir o de fortaleza arraigada a la vida y dirigida también, segura y firme, hacia un cielo diferente. Ahora no hay seres humanos aquí, en la visión que el pintor tiene de ese paisaje profundo no hay ahora seres humanos. Sólo la fuerza de lo inanimado, de lo que permanece más, de lo que no padece sino su sentido universal de persistir poderoso. Hay una búsqueda y una afirmación, hay un sentimiento vago y una realidad luminosa. En su estado de ánimo el pintor huye hacia el color arremolinado, torcido, curvado, impreciso de las formas naturales que justificarán así la vida y sus misterios. No hay sentido lineal recto en nada, ninguna cosa lo tiene para perseguir una consecución firme entre un antes y un después, entre una posición y otra distinta. Ahora la realidad es sinuosa, es una formación de líneas que deben ser hermosas y cuyas proporciones puedan asociarse así a su belleza más sencilla. No hay nada completado además, todo está por hacerse, por finalizar, por llegar a ser real del todo en el instante sagrado de la composición. Así el sol es sólo una franja de circunferencia amarilla apenas terminada. Pero está ahí, su reflejo es fundamental ahora en el sentido del paisaje inspirado del artista. 

No es más que un maravilloso enigma sobre la incapacidad de ver otra cosa que belleza en un paisaje soleado que vibra solemne entre las siluetas firmes de dos cipreses solitarios. Pero que son la única verdad de lo que ahora desea expresar el pintor con su paisaje. En ese contraste de los cipreses frente al paisaje soleado ganará el espíritu atormentado del artista. Son la dificultad maravillosa que el pintor busca ahora para justificar el sentido tan incomprensible de la existencia. Ese contraste es la vida misma, es la fuerza por persistir que los cipreses obtienen en un lugar que nada tiene que ver con su sentido. Hay una luz poderosa que llena con su fuerza las formas y las proporciones de una naturaleza revuelta, inquieta, feraz y luminosa. Nada puede evitar su grandeza ante la realidad de una vida ahora desperdigada de formas diferentes. Y entonces surgirán los cipreses para añadir una nota oscurecida que no conseguirá, sin embargo, sino fortalecer aún más el sentido justificador de un paisaje diferente. Tiene que ser así, una rareza entre las formas que completan el mundo proporcionado que vivimos. La metáfora de los cipreses en Van Gogh es su particularidad especial para ser o existir entre los farragosos escenarios diferentes. La más difícil de llevarse bien que se pueda imaginar, una de las notas oscuras más interesantes. Ese contraste, esa dificultad, acabará absorbida por la forma en la que los mismos colores consiguen, a su vez, contrastarlo todo. No hay un sol así, no hay un cielo así, no hay unas montañas así... Todo está igualmente contrastado con su realidad y su propio sentido. No se puede ahora sino mirar de otro modo el contraste y la dificultad. Eso buscaría el pintor desolado ante las hermosas proporciones aparentes de un mundo sin completar. Porque ahora nada lo estará en la obra realmente, faltarán partes o faltarán reflejos que definan así un universo satisfecho. Como en la vida...

Como la sensación trashumante del pintor en sus años finales, trastornado por la dificultad de encontrar sentido a lo que vive. Como la búsqueda del paisaje perfecto conseguido por la luz y las formas y los colores o la esperanza de hallar en todo ello el sentido real de lo existente. Nada hay sino contraste, y el pintor lo descubrió aquí entre las notas oscurecidas de dos cipreses diferentes. Con ellos compuso su sentido real de lo que era la belleza. No era la proporción solamente, no eran las líneas que, perfiladas, acogen un paisaje perfecto. Era el contraste, era la nota oscurecida que ahora conseguía devolver el sentido perdido a las cosas diferentes, a lo que no se entendía, a lo que no hacía más que hacerle buscar un escenario al pintor que pudiera justificar el Arte que perseguiría siempre en su atormentada vida. Aquí lo encontraría en los cipreses elevados hacia un cielo distinto. Es un paisaje soleado y el pintor no supo, sin embargo, hacerlo de otra forma más que con el mínimo reflejo redondeado de un sol impreciso. Es como si la luz no fuese solo originada por el sol sino por el mundo, es como si el contraste no fuese solo originado por las notas oscurecidas de dos cipreses sino por la vida, por toda la vida. Así se inspiraría en su desesperada existencia aquel verano de 1889 cuando le faltaba justo un año para desaparecer. Quiso expresarlo con la fuerza de los colores más que con la fuerza de las formas. Los buscaría compulsivo entre las tonalidades diferentes o imposibles de un universo distinto. Todo realizado además con partes de las siluetas fragmentadas de las formas que representan la vida. Con ellas compuso su paisaje hermoso en líneas y proporciones que contenía, sin embargo, un profundo contraste. ¿Sería el único? Porque los cipreses no son el único enfrentamiento poderoso entre un universo previsible y un espíritu distinto. Ahora hay algo más ahí que expresa un sentimiento sublime que busca, que seguiría buscando, un sentido a todo. Como una esperanza, como una sinfonía, como un canto, como una melodía sosegadora. Eso es aquí un cielo azul ahora, totalmente enverdecido...   

(Óleo Los Cipreses, 1889, de Vincent Van Gogh, Museo Metropolitano de Arte de Nueva York.)


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