Poético libro de Zoé Valdés en el que rinde homenaje al escritor Manuel Mújica Láinez y, animada por él, nos descubre la vida secreta de los habitantes del Louvre de la misma manera que Mújica reveló los misterios que invadían a los personajes del Museo del Prado.
Zoé entra en el Museo del Louvre para despertar a los seres que allí habitan, inmóviles dentro de sus marcos, e invitarlos a salir de su letargo, a cobrar vida, a descender del cuadro, a bailar, a enamorarse, a dialogar entre ellos. Todo un mundo imaginario se despliega ante nosotros, a través de sus palabras. Nos tiende la mano para que aprendamos a soñar y nos unamos a ella en la aventura de su ensoñación.Visitando el Louvre con Zoé(…) “Mis pasos resuenan en la galería principal, avanzo solitaria, al ralentí como en los sueños; Museo del Louvre conos de luz van trazándome el camino. Semejantes a sombreros puntiagudos de suave claridad mortecina, gigantes que penetran azarosos por los ventanales del Museo del Louvre y me invitan a perseguirlos, como en un juego infantil y antiguo.
–¡Señorita, señorita, el museo está cerrado! –alguien grita a mis espaldas.
Me doy la vuelta y sólo consigo divisar una silueta, la de un hombre alto, corpulento. (…)
De súbito, el vigilante se ha esfumado.Entonces allí –en ese allí que es un poco más allá en el tiempo–, doblo a la derecha, penetro en la sala de La Gioconda o La Mona Lisa. Nadie, nadie, susurro. ¿Será verdad que el museo está cerrado? Y entonces, ¿cómo he podido entrar? ¿Cómo he conseguido introducirme en esta sala en penumbras?”… (…)finalmente, otra mano se posa en mi hombro. Es una mano cálida, de tacto suave…
(…Es un hombre, pero no el mismo hombre, no se trata del guardián del museo. Es otro: “el guardián de las palabras”, musita una voz femenina proveniente de otro cuadro. Poco a poco me vuelvo hacia él, lleva un bastón colgado al brazo, y va vestido con untraje elegante. No necesariamente caro, pero sí muy elegante, porque la elegancia la lleva en su mirada, en la manera de sonreír, y en los gestos, tan sinceros como estudiados, en cómo extiende el brazo contrario al del bastón y señala el rostro de la mujer más misteriosa de la historia del arte, la Gioconda. No hay nada espontáneo en esta figura, pero todo en ella es verdadero.
-Leonardo da Vinci constituye él mismo un misterio mayor, el del hombre como esencia del conocimiento.- Pronuncia esta frase sencilla, sin embargo llena de resonancias en sus últimas palabras: “esencia del conocimiento”.Avanzo un paso, entonces me doy cuenta de que conozco ese rostro, que sus rasgos me son familiares, incluso esa sonrisa apenas disimulada bajo un discreto bigote. Un novelista en el Museo del Prado, Manuel Mújica Láinez, Bomarzo, El unicornio, El Escarabajo… Yo he leído ese rostro, esa voz, esas manos, esos gestos, yo he leído todo en este hombre que ahora me da la bienvenida en el Museo del Louvre…"LA GRAN ODALISCA" DE INGRES (…)La Odalisca me observa, es ella quien ahora me estudia, inquieta ante el regodeo de mis pasos.En el extremo de su ojo brilla un efecto extraño. No es una lágrima, mucho menos una gota de miel desprendida del color de su pupila, es un reflejo de luna, desgajado del costado de Endimión dormido,musita.Si, añade, dispuesta a confiarme su secreto, se ha enamorado de Endimión; así de repente, ha caído seducida por su cuerpo bendecido por un rayo astral. (…) El cuerpo de Endimión… relajado en la yerba, bañado por la luna, recibe la bendición de Cupido. El ángel enamorado, desnudo, aletea alrededor del rosado cuerpo también descubierto de Endimión. -¡Cómo me gustaría que soñara conmigo!- comenta la Odalisca.
-Nada lo impediría. Yo podría provocar incluso que te ame- sugiero atrevida.
¿Qué poder tienes?- interroga sin moverse de la posición que tanto la distingue.
-Podría escribirlo y ocurriría.
-(…) ¡Escríbelo, escríbelo!-Cupido posa sus labios en la frente de Endimión, enseguida moja sus labios con un racimo de fresas salvajes que gotean rocío. Endimión se despereza, desciende del marco de su cuadro, y atraviesa como Dios lo trajo al mundo los salones del museo.
-La novelista lo sigue, con el cuaderno en la mano va escribiendo por adelantado los movimientos del hijo de Leda y Zeus.
-El hombre se sitúa frente a la Odalisca; aún resplandece en su costado el rayo de luna. Tiende una mano hacia la mujer.
-Te amo, Odalisca- le declara su amor, quizá demasiado rápido, pero a ella se le nota feliz.