Revista Cultura y Ocio

Una patria

Por Calvodemora

Las máquinas de coser Sigma

en las confusas horas de la hambruna

con Franco en sus saloncitos pulcrísimos,

retratos de un abuelo lejano

que muere cada noche en el frente,

una virgen cosida a rezos

con sus blondas de oro de Moscú

y su brazo partido en una mudanza,

una radio Telefunken de cuplé,

doctrina, rosario y goles, que ameniza

las infinitas tardes de domingo en los inviernos,

cine con ambigú y manos que vuelan escotes

y registran dobladillos de falda,

la vida en blanco y negro la patrocina Cifesa,

el nodo es el google de los pobres,

las escuelas huelen a óxido y a catecismo,

las nobles caligrafías en la flaca cartera,

la enciclopedia Álvarez amarilleada por el uso,

una estatua ecuestre en la plaza del pueblo

con un jinete de un tamaño inconcebible,

yugos y flechas en los bloques de vecinos,

Doña Concha Piquer suspirando por la patria,

los caídos por Dios y por España ,

los atormentados y los administradores del tormento,

toda la quincalla fantasma del orgullo,

retirada del pecho y del gesto, escondida

en el sótano, en los cajones

más hondos de la memoria,

la camisa azul y el sagrado corazón de Jesús,

las heráldica del yugo alfombrando

salones de palacio, los que hubiera,

la bata de cola recogiendo

Don Santiago Bernabéu en tribuna,

Gento y Puskas hocicando el área,

el cadáver de Lorca debajo del mapa,

el ABC de antes, el coño de la Bernarda

en boca de un borracho a las puertas del vicio,

la carcoma yendo y viniendo

por el aire como un himno,

el ministro abriendo el mar

como el altísimo en las estampas,

espantando peces y electrones,

Lola Flores patrocinada por el caudillo,

los poetas de provincia en los cafés,

en el esmero del verso, en el temblor

y en el pánico de la palabra,

el hombre reunido con sus panfletos,

redactando pasquines hasta la sumisa alba,

contemplando el caos del aire

envenenado por las palabras

y por lo que las palabras tutelan,

el hombre, ya digo, ensimismado,

comprado, sometido, rebajado,

el hombre en una mínima expresión

hasta que llegue el día y abra la luz

sencillo de gentes de a pie

que se hablan y se cuentan

y no tienen miedo y viven a su antojo

sin que nadie les vigile ni les mande

más allá de la vigilancia y del mando previsible

que se ejerce discretamente y sirve para lo mismo


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