Por Vincenzo Basile y Yohan González
El 20 de junio pasado, en la web de la organización Change.org Inc., se lanzaba al aire una petición, promovida por un joven bloguero cubano, encaminada a la obtención de “Acceso a internet a precios módicos para la población cubana”. El documento basaba su queja en la afirmación de que tener un acceso garantizado y barato a la red mundial “permitirá ser parte real del siglo XXI, mediante aperturas esenciales lograr la evolución, el desarrollo de Cuba (…). Porque es posible y sobre todo natural que las personas comunes, de clase media, accedan desde su móvil a revisar sus correos personales (…). Porque es una necesidad para la evolución del país en todo sentido, forma parte de la democracia que promulgamos.”
A pocos días de su lanzamiento, la petición ha despertado apoyo y polémica; ha sido divulgada por espacios digitales de difusión masiva – como Cartas desde Cuba y Global Voices –; ha sido criticada con viejas y poco claras argumentaciones por algunos sectores de la blogosfera; y ha alcanzado varias centenares de firmas entre la privilegiada comunidad de internautas cubanos.
“Una petición sagrada que merece todo el respaldo de este mundo”, podría haber sido la reacción de muchos de los que se han sumado. Y es cierto. A veces, más allá de forma y contenido, hay demandas que meritan ser apoyadas como tales, sin reservas. Cuba necesita “actualizar” su política de acceso masivo a la Internet, incluida una política clara para que desde los hogares, a precios razonables, la población pueda acceder a la red de redes. Pero, hablemos claro, la principal limitante para que se de este “acceso masivo” – más allá de las restricciones económicas y tecnológicas a las que Cuba está sometida y que no dejan de tener peso – es de índole político-ideológico. Durante años, la Internet y las tecnologías han sido vistas como una “herramienta de penetración ideológica”; bajo ese miedo, fomentado por un deseo paternalista o de control, un sector de la clase política, sigue manteniendo las llaves del acceso, como si en Cuba no existiera un pensamiento crítico e individual capaz de decidir que es bueno y que no lo es.
Sin embargo, una lectura más analítica y menos apasionada de la misma petición, nos lleva no tanto a rechazarla sino a buscar caminos alternativos, más concretos y, sobre todo, más cubanos para exigir una tan necesaria medida.
La petición – sin ánimo de insultar al bloguero proponente, ni a la persona que, según él afirma, le ha inspirado la paráfrasis – parece haber sido dictada directamente por algún anónimo y anacrónico centro cultural occidental, confirmando la evidencia de como ciertas visiones profundamente eurocéntricas han sido universalizadas y luego interiorizadas por muchos ciudadanos del “tercer mundo” quienes asumen su condición – económica, social, cultural y política – con una anticuada visión naturalista de la historia que los lleva a sentirse parte de un proceso evolutivo, un pasaje del sencillo al complejo, una trayectoria teleológica que todo grupo humano organizado tiene inevitablemente que seguir y que culminaría finalmente con la llegada a un punto final de desarrollo.
Este llamado a “ser parte real del siglo XXI” es lo que más nos ha resultado preocupante y nos ha llevado a preguntarnos – tal vez retóricamente – ¿bajo qué patrones se puede considerar un país “parte real del siglo XXI”? ¿Quién establece que significa “ser parte del siglo XXI”? Lo que nos hace cuestionar sobre qué modelo de “desarrollo” y de “evolución” debe transitar Cuba y hacia qué fin. Si le preguntásemos a un nigeriano, a un haitiano o a afgano que tipo de “desarrollo” quisiera tener, estamos seguros que coincidiría como cualquier cubano: “quisiera tener un desarrollo como Europa o Estados Unidos”. Pero, más allá de discusiones sobre modelos socio-económicos, habría que empezar una larga discusión sobre las formas concretas para hacer tabula rasa de siglos de historia geopolítica que inevitablemente colocan a un país en el “centro” o en la “periferia”.
Además, más allá de la perspectiva ideológica a partir de la cual se ha levantado la demanda, vale la pena recordar que en Cuba solamente un pequeño e ínfimo porcentaje de la población tiene acceso garantizado a internet. Se trata de unos pocos privilegiados que gracias a su peculiar posición laboral – académicos, periodistas, profesionales, estudiantes, otros empleados estatales y sectores que se han enriquecido con el desarrollo del nuevo sector privado – se ven otorgada la posibilidad de conectarse hasta diariamente a la red de redes y, por esta vía, abrirse una ventana al mundo y, en teoría, abrir para el mundo una ventana sobre la Isla. En estos términos, parece absurdo y en cierto modo preocupante que una petición, que en todo caso tiene un carácter no vinculante, haya sido lanzada a través de una herramienta no solo digital – y por lo tanto excluyente para la mayoría de los cubanos – sino también internacional; una petición que muy probablemente no llegará nunca a los oídos de los que supuestamente deberían ser los destinatarios de la misma.
Por otro lado, el proponente y muchos de los firmantes parecen ignorar que existen muchos otros canales – internos, legales y concretos – que se prestarían perfectamente para pedir y pretender determinados cambios y que sí estarían al alcance de los cubanos en nombre de los cuales, supuestamente, esta vanguardia conectada estaría hablando.
Ejemplo de ello es lo expresado por el artículo 63 de la Constitución de la República de Cuba:
“Todo ciudadano tiene derecho a dirigir quejas y peticiones a las autoridades y a recibir la atención o respuestas pertinentes y en plazo adecuado, conforme a la ley.”
En base a ello, sería sano preguntarse por qué no dirigir una carta pública escrita, entregada físicamente y firmada por un grupo de ciudadanos, no solo al Ministro de las Comunicaciones sino también al Consejo de Estado, y con el amparo de lo expresado en la Constitución, que pida no solo el acceso a precios módicos sino una política coherente para la masificación así como la no existencia de sitios prohibidos – preocupación ignorada por los proponentes de la petición digital. Una petición que pueda ser firmada por todos los cubanos, y no por un sector con acceso garantizado, una petición que quiera impulsar un cambio real interno y no convertirse en un fenómeno mediático. Ese es el tipo de cambio real que necesita Cuba, uno que se impulse desde lo físico, desde lo real, desde la ciudadanía.