Este verano ha llegado a mis manos un interesantísimo libro “El Ecologismo Español”, escrito por Joaquín Fernández (Alianza Editorial, 1999). El libro ya tiene un tiempo, por lo que pretender que este post es una reseña queda fuera de plazo, pero si que es interesante comentar el libro con la perspectiva que otorga el tiempo, para ver como ha ido evolucionando el ecologismo en España.
El libro arranca con una documentada introducción donde se explican los antecendentes históricos del movimiento ecologista, y que impúdicamente he utilizado como fuente para una entrada anterior. Después de este incio el libro no se estructura de forma cronológica, lo que a mi juicio hubiera sido mejor si pretende ser una historia del movimiento verde en España, sino en función de las diferentes campañas y movilizaciones. La principal objección sería que está escrito desde la más fervorosa militancia. Las únicas críticas, ligeras, se refieren a la endémica desunión y atomización del movimiento. Fuera de esto, a juicio del autor, cualquier campaña que han iniciado los ecologistas es correcta, cualquier acción está justificada y cualquier empresa o administración que han señalado con el dedo es culpable. Creo que con un prudente distanciamiento y una narración objetiva de los hechos el libro hubiera ganado. Este fervor se nota especialmente en determinados pasajes. Por ejemplo: considera el “Año de los Tiros” de Huelva (Una protesta de mineros que fue abatida a tiros por el ejército español, siempre tan dado a posicionarse en contra de la ciudadanía) como la primera movilización ecologista en España, cuando no eran mas que obreros luchando por mejorar las condiciones de semiesclavitud a la que les forzaba la compañía Británica en connivencia con las autoridades locales. Otro ejemplo es el arranque del capítulo sobre el movimiento antinuclear en España donde se lee “Para los ecologistas no cabe distinción entre usos pacíficos y militares. La energía nuclear es militarista, antidemocrática, oscurantista e intrínsicamente peligrosa” Ignorar los miles de usos civiles de un plumazo es bastante pueril, y hoy en día cualquiera ecologista con dos dedos de frente lo asume, bueno y luego está el proyecto Equo. No sé si alguien que haya superado un cáncer gracias a la radioterapia, o que le haya detectado a tiempo un tumor en un PET o en una Gamma-grafia, o un espeleólogo subacuatico que haya logrado cartografiar una cueva este de acuerdo con esta afirmación.
Vista aerea de la ubicacion de Valdecaballeros
Otra frasecilla sonrojante es cuando en el octavo capítulo, con el esclarecedor título de “La internacional Verde” dice que “La ecología y el ecologismo no admiten fronteras”. Lo siento, pero no. La ecología es una ciencia y el ecologismo una opción social y política. La ciencia se mezcla muy mal con la política, por lo que las fronteras son claras y definidas. Y el autor las hubiera debido tener presente cuando acusa al DDT de ser culpable de las muertes de delfines ocurridas a mediados de los 90, sin citar la fuente. Sorprende puesto que la toxicidad del DDT en vertebrados superiores es muy baja. Más adelante insiste, pero ya cita que en los delfines se encontró DDT, pero que la mortandad fue debida a un virus. Otra prueba del rechazo a la ciencia es que ninguna de las 235 citas corresponde a una revista cientifica o con factor de impacto, algo lógico cuando se habla de historia, pero no cuando se pretende ofrecer datos objetivos, como hace en algunos pasajes. La filosofía de “con mis datos me vale, no hace falta contrastarlos”, era y es, una rémora en la credibilidad de muchas campañas.
Otro aspecto interesante de la obra es que no se esconde y aborda uno de los puntos más negros del movimiento verde en España. Para según que viaje conviene evitar según que compañías, por muy nobles que te parezcan los fines. El autor saca pecho considerando la moratoria nuclear el mayor triunfo del movimiento ecologista español, y entre sus logros, bloquear la construcción de Lemóniz y Valdecaballeros. Fernández no esconde que en el caso de Lemóniz lo más definitivo no fue la movilización popular, sino las siete víctimas de ETA, entre ellas el ingeniero Jose María Ryan al más puro estilo Miguel Ángel Blanco y el niño Alberto Muñagorri, horriblemente mutilado por una bomba perdida en el camino. El autor denuncia que, aunque hubieron criticas desde el ecologismo, en general la respuesta a estos atentados fue bastante tibia, o directamente aplaudida. También cita como en algunas movilizaciones antinucleares se corearon lemas como “Iberduero se lo pasa bomba”, “Lemoniz, Goma2” o “ETA mátalos”. El autor se muestra muy crítico con esta connivencia de intereses con ETA en el caso Lemoniz y no amaga el malestar que hubo entre muchos ecologistas sensatos. No obstante eso sorprende que en capítulos posteriores, cuando habla de la autovía de Leizarán, deja como poco más que una anécdota las cuatro víctimas de ETA. Y más todavia. en un capítulo posterior, hablando de una protesta en un pueblo vasco contra la instalación de un vertedero y de la escasa repercusión que tuvo, dice textualmente “Ni siquiera obtuvo el apoyo de HB”. No les tenía yo catalogados como partido ecologista.
Seguirá...
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