Revista Arte

Una semblanza romántica, un protagonismo femenino y una herencia europea.

Por Artepoesia
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Al final de la Edad Media, en pleno siglo XV, Europa comenzaría a consolidar, con sus luchas nobiliarias, algunos de los grandes Estados que la configurarían después y que, además, serían así el germen de otros nuevos que se formarían en los siglos venideros. Esas luchas, salvo en pocos momentos de la Historia, no cesarían en los siguientes casi cinco siglos sin embargo, lo que la hizo convertirse en una de las historias más dramáticas y violentas que la Humanidad haya tenido jamás. Éste debe ser ahora, quizás por eso, el precio que está pagando este sangrado continente europeo por sus antiguos e inconfesables pecados de juventud. Burgundia fue uno de esos antiguos pueblos germanos que -situado al sureste de la antigua Francia de finales del imperio romano-  acabó convirtiéndose en un gran ducado, el de Borgoña, allá por los finales del siglo IX. Su feudo se mantuvo gracias a la corona francesa además, la cual prefirió disponer de un ducado rico y poderoso bajo su tutela real. Pero, cuando los acontecimientos navegan en la historia éstos hacen cambiar a veces los deseos de los seres que la dominan, y quieren dominarla aún más. Así, el primogénito de uno de aquellos duques borgoñeses, Carlos I de Borgoña (1433-1477), acabó siendo apodado, por los poetas románticos del romántico siglo diecinueve, como el Temerario, el Audaz, el Terrible. 
No sólo se enfrentó a su padre, el duque, sino que quiso dejar de ser duque para convertirse en todo un rey. Es la ambición, la lucha, la decisión sin medida. Los retos que abordó Carlos de Borgoña no necesitaban de menos brío. Nunca lo dudó, nunca se amilanó ante la disyuntiva. Su lema dejaba claro su deseo: Me atrevo. Cuando la corona francesa de entonces comprendió la amenaza de ese duque díscolo,  supo que debía acabar con él. De este modo el valiente caballero, justo o no, pasó a la leyenda como uno de los más ejemplares caballeros, paradigmático así de aquel movimiento romántico decimonónico. Demostró su arrojo en batallas y asaltos, ganó algunas; sin embargo, en una ocasión debió huir a uña de caballo de una de ellas. La pequeña y medieval ciudad francesa y norteña de Beauvois tenía un gran interés estratégico para los que, como Carlos el Temerario, quisieran dominar el paso hacia Flandes. Entonces las ciudades medievales eran recintos cerrados y protegidos por fuertes murallas del impetuoso e infame deseo de asediar. Carlos de Borgoña se atrevió en 1472 con 80.000 hombres a conseguir, así, una de las preciadas joyas del orgulloso rey Luis XI de Francia. Esa fue su perdición. Sin embargo el rey francés contó, en esta ocasión, además, con la impresionante ayuda de toda una mujer.
La gesta heroica de aquellas gentes de Beauvois fue épica. Sin soldados apenas para defenderla, cerraron sus puertas y, desde sus murallas y torres, el pueblo de Beauvois, todos ellos, hombres, mujeres y niños, lucharon denodadamente por defender su ciudad. Una de ellas, Juana Laisnè, también conocida como Juana de Hachette -hachette, hacha en francés, por el uso que le dió a esta arma en la defensa de su ciudad-, destacó por su fiereza y decisión ante la lucha contra los borgoñones de Carlos. Gracias a esa decidida defensa, el rey pudo alcanzar la ciudad obligando a Carlos de Borgoña a retirarse rápidamente de allí. Es de este modo como el pintor suizo Eugène Burnand (1850-1921) plasma en un grandioso lienzo el momento en que el duque abandona con sus hombres, en un galope caballeresco y romántico, el malogrado atrevimiento fallido. Era ya el final casi de aquella tendencia romántica en el Arte, sin embargo el pintor, más cercano al Realismo triunfante, quiso homenajear los valores que sucumbieron con aquel duque temerario. A la muerte de éste, en el año 1477, el mundo occidental de entonces, Europa, entraba en una tendencia inevitable que abandonaba ya, como Carlos abandonó aquel imposible asedio, una forma de entender el honor, la dignidad, el sentimiento de nobleza, los valores que determinaban la vida y los principios para vivirla
A Carlos de Borgoña sólo le sobrevivió una hija, María de Borgoña, la heredera de todos sus territorios. Esta mujer contrajo un especial e histórico matrimonio. Fue además con otro ambicioso noble europeo, Maximiliano de Austria (1459-1519), heredero también, pero de un poderoso reino europeo, y de todo un imperio romano germánico. De su enorme prole de hijos, uno de ellos -Felipe de Habsburgo- acabó siendo rey de España al casarse con una de las hijas de los Reyes Católicos, la reina Juana I de Castilla. De esa herencia, también de esa temeridad y ambición de su tatarabuelo, sobrevivió uno de los grandes personajes históricos europeos y españoles, Carlos V, el emperador, el rey. Éste quiso siempre evocar aquella caballerosidad anhelada de entonces. Sólo pudo, a cambio, consolidar uno de los más grandes imperios que la Historia haya mostrado jamás. Como aquel otro Carlos, éste se atrevió, ganó y perdió; pero comprendió con los años que la ineludible senda de los acontecimientos superan cualquier deseo, y que al final todo se diluye, poco a poco, en la insaciable y devoradora némesis de la Historia.
(Cuadro romántico La fuga de Carlos el Temerario, 1894, del pintor suizo, realista e impresionista, Eugène Burnand, Alemania; Óleo realista, más prosaico, del mismo pintor Eugène Burnand, Bomberos camino del fuego, 1880, Alemania; Lienzo del pintor flamenco Roger van der Weyden, 1400-1464, Carlos el Temerario, 1464; Retrato de la heredera María de Borgoña, 1490, del pintor austríaco Michael Pacher, 1435-1498; Fotografía de la catedral de Beauvais, Beauvois, Francia; Cuadro Carlos V y su banquero Fugger, siglo XVI, atribuido al pintor alemán Alberto Durero, en él  se observa al emperador Carlos V sentado, escuchando al banquero más rico de Europa por entonces, Fugger, gracias al cual el emperador pudo financiar así gran parte de sus guerras y conquistas.)


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