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Una sociedad perfecta: Los cautivos

Publicado el 23 mayo 2012 por 39escalones

Una sociedad perfecta: Los cautivos

Entre 1956 y 1960 el dúo Budd Boetticher (director) y Randolph Scott (actor protagonista) filmó una serie impagable de siete westerns imprescindibles, algunos de ellos con la aportación de un guionista que encajó como un guante entre ambos, Burt Kennedy, cuya posterior carrera como director no estuvo a la altura de sus excepcionales trabajos en la escritura. Estas películas se caracterizan por subvertir no poco los pilares esenciales del western y por camuflar como estética de serie B lo que es una opción auténtica y deliberada por la austeridad formal, la economía narrativa y una apuesta por la tragedia violenta y un Oeste crepuscular (en plenos años 50, mientras Ford, Mann, Hawks o Hathaway todavía se volcaban en los grandes westens clásicos) contrario a las historias épicas, nacionalistas y luminosas del mito de la conquista del Oeste, pero conservando al mismo tiempo un altísimo grado de perfección en la caracterización de personajes (exceptuando, quizá, precisamente al protagonista, siempre reducido a la categoría de bloque monolítico ajustado a las escasas dotes interpretativas de Scott, también productor de los filmes), ambientes y situaciones, en ocasiones tan cercanas al western como al cine negro, y el minucioso funcionamiento de unos guiones invariablemente complejos y milimétricamente exactos.

En Los cautivos (The tall T, 1957), Burt Kennedy adapta una historia de Elmore Leonard que cuenta las circunstancias del secuestro de un grupo de personas a manos de tres forajidos peligrosos. Pat Brennan (Scott) acaba de perder su caballo en una apuesta con su antiguo jefe, y tiene que volver a su rancho arrastrando su silla de montar por el pedregoso camino que cruza una zona desértica. La suerte quiere que llegue a su altura una diligencia conducida por su buen amigo Ed (Arthur Hunnicutt), que no cubre la línea regular sino que es un transporte especial contratado por el malhumorado y antipático Willard Mims para él y su esposa Doretta (Maureen O’Sullivan). En contra de la opinión de Mims, Ed se ofrece a llevar a Pat, pero en la primera parada de la diligencia, unos bandidos que esperaban la diligencia habitual para hacerse con la caja del dinero atacan al grupo después de haberse deshecho de los administradores del puesto. El asalto falla, pero Mims, preso de su carácter egoísta y dispuesto a todo para salvarse, revela la identidad de su mujer y su pertenencia a una riquísima familia de los contornos, lo que permite al grupo pedir un rescate a cambio de su libertad y así elimina el peligro de una muerte pronta para todos a la espera de la nueva diligencia. Los forajidos se llevan a los prisioneros a una cueva del desierto mientras conciertan con el padre de Doretta la entrega de un sustancioso rescate. Hasta que ese momento llegue, Mims, Doretta y Brennan están a salvo, pero nadie sabe cuáles son los planes de los ladrones una vez que se hayan hecho con el dinero…

Una sociedad perfecta: Los cautivos

La película posee una presentación y caracterización de personajes soberbia en su brevedad y concisión. El inicial viaje de Scott a la ciudad permite en primer lugar que el espectador conozca a quienes habitan en el puesto que visitará posteriormente la diligencia, de manera que su destino, que se revela como una bomba más adelante del metraje pero que queda fuera de tiempo y de campo en la narración, impacta sobremanera al público y lo envuelve en el halo de conmovedor dramatismo y violencia sin restricciones que preside las cintas de Boetticher. Con la llegada de Scott al pueblo son Ed, un veterano conductor de diligencias de vuelta de todo, Willard Mims, arisco, egoísta e interesado, y su esposa Doretta, débil, tímida, callada, quienes quedan de inmediato retratados y dispuestos para su posterior convivencia bajo la amenaza de una muerte casi segura. Por último, tras la magistral secuencia del asalto, esas voces conminatorias provenientes de la oscuridad de la casa y esos disparos surgidos de no sé sabe dónde que obligan a los viajeros a deponer las armas y entregarse a sus captores, es la tripleta de forajidos encabezados por Frank Usher (Richard Boone) los que muestran sus personalidades en pinceladas tran breves como certeras: Usher es un tipo reflexivo, inteligente, mesurado, no es un malvado plano, un villano de libro, sino un tipo dotado de humanidad, capaz de buenas y malas acciones, y consciente de que poniendo en marcha las segundas puede conseguir sus objetivos en menos tiempo; Billy Jack (Skip Homeier) es joven e impulsivo, avaricioso e ingenuo; por último, Chink (Henry Silva), pistolero profesional, atraído por el poder de la violencia, por la adrenalina de matar.

La película resulta ejemplar en la presentación del drama y en el apunte de sus ramificaciones. Evoluciona de manera un tanto previsible en su resolución final y en la relación entre captores y secuestrados, y en la de cada grupo entre sí, con los primeros progresivamente recelosos unos de otros gracias a las maniobras “diplomáticas” de Brennan para enfrentarlos, y con el romance incipiente entre el protagonista y la sumisa Doretta. Tres son los detalles más destacables del metraje: la espléndida fotografía de Charles Lawton Jr., colorista pero inquietante, casi claustrofóbica, tributaria de una puesta en escena que prácticamente se repite en todos los westerns de Scott-Boetticher, de espacios abiertos pero tratados sin grandilocuencias, sin épica, sin grandeza, como escenarios limitados en los que los personajes no se pierden la cara unos a otros, más casi como paredes que encierran a los personajes que como oportunidad para perderse en un horizonte sin fronteras; la espléndidamente contada relación entre Brennan y Usher, el primero un personaje positivo plano, unidimensional, un bueno sin sustancia, íntegro, varonil, finalmente heroico como se espera de él, el forajido un tipo complejo, humano, lleno de matices, capaz de sentir simpatía y compasión por un tipo en el que reconoce cualidades, por el que siente afinidad y que solo circunstancialmente está colocado en una posición antagónica a la suya; por último, la violencia, en algunos momentos insinuada, presencia siempre amenazante, indiscriminada (los cadáveres arrojados al pozo), en ocasiones salvaje (particularmente en el truculento episodio de la lucha en la cueva y en la actitud de Chink, deseoso en todo momento de apretar el gatillo incluso contra mujeres, niños o animales llegado el caso), auténtico eco de una realidad muy alejada de las crónicas triunfalistas de la derrota india, el avance de la civilización blanca a la par que el ferrocarril o del encumbramiento heroico de tipos y caracteres históricamente más que discutibles habitual de los westerns de los grandes maestros.

En el apartado interpretativo, Richard Boone y Henry Silva se comen con patatas a sus compañeros de reparto. Scott resulta tan plano como siempre, a la medida del personaje insulso y sin matices que incorpora, mientras que Maureen O’Sullivan, aunque encarna con solvencia esa mujer timorata, solterona, agarrada a su última oportunidad de salir de la disciplina paterna, quizá resulta demasiado madura y envejecida para su personaje, especialmente en relación a aquellos momentos en los que ha de utilizar sus armas de mujer para contribuir a la salvación del grupo de secuestrados.

Un western muy interesante, considerado por muchos el mejor de su director, con un atractivo duelo psicológico entre el bueno con pasado convulso y el malo con reservas y con muchísimas cosas que contar en sus apenas setenta y cinco minutos de duración, pleno de tensión, de acción, de intriga, y con un final que, en parte, resulta insatisfactorio, en relación especialmente con el personaje de Usher, cuya conclusión no hace honor a lo expuesto de él durante el metraje. Una película magnífica de un director al que el tiempo está haciendo ganar en reconocimiento e importancia.


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