Al volver de cada esquina me aguarda una sorpresa: ya es una casucha de enorme puerta claveteada; ya un cuarteado paredón con una celosía en medio; ya un balcón minúsculo con tiestos de flores, cuyo alero toca en la pared de enfrente; ya un callejón lateral cerrado en el fondo por una verja; ya una especie de túnel derruido festoneado de yedra; ya algo así como harén cerrado a piedra y lodo; por las rendijas de cuyos ajimeces salen misteriosos hilos de luz; ya una covacha como de alquimista de los que tanto abundaban en el siglo XIV; ya una tapia maciza y austera, como de cuartel o de convento; ya un Tenorio de gorra que charla sigiloso desde fuera con la novia que se esconde en la penumbra detrás de una reja; ya una cruz claveteada en la pared, debajo de un farol, en señal de que allí se cometió un asesinato. No falta sino que aparezca algún alguacil de la Santa Hermandad en busca del delincuente…
Emilio Bobadilla. Viajando por España. Evocaciones y paisajes (1912)