Fotografía de Jenn Scarlett.
Un cielo azulísimo. El verano sobre nuestras cabezas; en Málaga el mar nos rodea y nos cubre. Unas paredes blanquísimas. La Noria, antigua Casa Cuna con una larga trayectoria social detrás, acoge proyectos de distinto tono. Está situada junto al Hospital Materno y hoy en día es también Centro Básico de Acogida. Es la sede del proyecto Gamestar(t), amparado en Arsgames. Los videojuegos enseñan. En Gamestar(t) podemos encontrar a pedagogos o filósofos. Se fomenta la creatividad y la libertad de expresión; la autonomía. Participan tanto niños con dificultades para el aprendizaje como niños con alta capacidad intelectual. Cada uno se desarrolla a su ritmo.
Nos recibe José Andrés, que se lía un cigarrillo. Es Diplomado en Educación Social con un Máster en Cultura de la Paz, Conflictos, Educación y Derechos Humanos. Las otras dos personas que colaboran con él en la sede malagueña de Gamestar(t) son un pedagogo y un informático.
José Andrés fumando.
«Arsgames comienza en 2006 y Gamestar(t) cuatro años más tarde, en 2010. Fomentamos una pedagogía libre que se apoye en tecnología y videojuegos». Nos cuenta José Andrés que se busca fomentar una serie de valores. «La responsabilidad, por ejemplo, es muy importante. Viene un chico y dice que otro chico le ha quitado un mando. Viene a mí buscando una imposición autoritaria que le permita recuperarlo. Y no puede ser. No puede ser que me tenga como referencia autoritaria a la que acudir. En caso extremo, obviamente, acudo e impongo, pero favorecemos que sea el niño el que se acerque al otro, dialogando con él, buscando una solución. Fomentamos la responsabilidad. Intenta resolverlo hablando, le decimos». ¿Cómo se le plantea a un chico de ocho años el tema de la responsabilidad? «Al principio les preguntas y te dan las respuestas típicas, pero luego van adquiriendo una lucidez propia. Son más responsables de lo que imaginamos. Los niños son como las personas. Hay críos de siete años enseñándole cosas a chicos de catorce». Nos dice José que la respuesta que ha recibido Gamestar(t) ha sido muy buena: «Intentamos trabajar las emociones, la vinculación afectiva, la interacción social. Nuestro objetivo es tener muchas sesiones con los mismos niños, porque llegan acostumbrados a una cierta estructura educacional distinta y para cuando ya están adaptándose a nuestro sistema, los perdemos. Hemos tenido un curso de 16 sesiones, con dos talleres. Tres meses. Pero los niños, hasta pasadas tres o cuatro sesiones, no se aclimatan. Lo ideal sería que hiciéramos esto un curso entero. Intentamos romper sus esquemas. Nos preguntan que si pueden ir al baño y les decimos que no. No preguntes. Si quieres ir al baño, ve al baño. Nuestro proyecto es transversal. Usamos mucho Minecraft. Con ellos debatimos sobre construcción, sobre ecologismo. Colaboramos con Ecohuerto El Rabanito. Hablamos con los chicos sobre sostenibilidad, sobre desahucios, sobre espacios públicos. Hace poco en Minecraft crearon piscinas, pero también casas de acogida para inmigrantes».
Al ojear sobre Gamestar(t) en Internet se relaciona el proyecto con las palabras libertario, antiautoritarismo, libertad individual o individualidad: «Creemos en una pedagogía libre, sí. Los niños suelen tener problemas cuando llegan a nuestras sesiones, porque les preguntamos qué les gusta y por extraño que parezca no es algo a lo que estén demasiado acostumbrados. Es que hemos llegado a tener incluso berrinches, porque algunos niños es que no sabían qué respondernos. No sabían qué querían hacer». Con el tiempo se adaptan y desarrollan proyectos: «Un chico empezó haciendo una casa en Minecraft y pasó luego a crear una película en stop motion usando muñecos de plastilina. Otro fue a Minecraft a domar caballos y cuando aprendió se dedicó a enseñárselo a los demás. Un tercero ha sido capaz de montar una red privada —una LAN— con sólo 10 años. Otro quiere hacer un coche teledirigido. Un día cogimos la figura de Spiderman y empezamos a rotarla, descubriendo ángulos; ese día aprendimos sobre trigonometría. Silvia, con 7 años, maneja placas de hardware. Otra chica ha creado un mando con hardware de piezas sueltas. Lo conectas a lo que quieras y funciona. Cada tecla a una cosa. Puedes jugar a Mario tocando plátanos: un plátano para saltar, otro para moverse. Hay un chico que se llama Joaquín que domina Minecraft. Los demás le agobian y le piden ayuda, cosas. Y tiene 10 años y a veces los que le preguntan tienen 15, 16. Damos plena libertad: se abandonan proyectos porque no apetecen más. No hay problema, no pasa nada. No es como en el colegio habitual en el que vas a tener que leer un libro sí o sí, te guste o no. Aquí cada niño tiene sus intereses. Si a un niño le apetece comenzar un proyecto, lo comienza; si le apetece abandonarlo, lo abandona. Cada niño es diferente y es lógico pensar que su educación, guiada por sus propios intereses, deba ser también diferente. No ponemos tareas. Debe haber un contexto para que la educación penetre. Que el chico elija qué quiere hacer contextualiza su aprendizaje». Los adultos encargados de mantener la garantía del sistema educativo de Gamestar(t) se llaman acompañantes. Los chicos tienen una edad situada entre los ocho y los dieciocho años. Le pregunto por la gamificación: «No nos gusta mucho. Aquí planteamos las cosas de otra forma. Somos acompañantes, cuidamos de un rango de diez chicos. Si cogemos a más empezamos a no prestar una atención individual adecuada. En las clases del colegio habituales, con 30 chicos, no puedes practicar pedagogía libre. Mira, es que los resultados se ven, se fomenta la creatividad: el otro día, antes de la asamblea, se juntaron varias personas con un dado de veinte caras y crearon un juego de la oca particular. Ellos solos, sin decirles nada. La creatividad para nosotros es esencial. Damos cursos de formación para profesores. Vienen profesores de la escuela pública y les hablamos de nuestras técnicas».
Jugar con plátanos. Se puede.
¿Cuánto cuesta asistir a un curso de Gamestar(t)? «Nada, cero. Es gratuito. Está todo subvencionado. Una subvención de 20.000 euros por La Caixa. Pero ha sido cosa de este año. Para el año que viene, si todo va bien, empezaremos a pedir una cuota. 35 euros al mes. Con ese dinero podemos hacer muchas más cosas». En Gamestar(t) se conjugan varias asociaciones: «Nos gusta que haya interacción entre grupos. Tenemos por ejemplo a varios chicos de la ASA —Asociación Altas Capacidades— que son lo que popularmente se conocen como “superdotados”, aunque esa expresión no me gusta, igual que no me gusta usar el término “retrasado”. Son perfiles psicológicamente distintos. También vienen chicos del colegio San José de la Montaña. Son chicos con conflictos, con la vida jodida».
Gamestar(t) celebra sus eventos los sábados por la tarde. Cuatro horas. Organizan campamentos de verano: acogen a niños de pueblos circundantes, pero por poco tiempo; prefieren llevarlos a conocer Málaga, a la Alcazaba, que zambullirlos en un sistema al que van a tardar en acostumbrarse. Pero eso sí, después de llevarlos a ver monumentos les piden que los reproduzcan en Minecraft. Si van a museos, toca construir museos en Minecraft.
Asociación Altas Capacidades
Nos sentamos otro rato con Isabel García, secretaria y coordinadora de las actividades de ASA en Málaga. Algunos de sus componentes participan en los talleres de Gamestar(t). «Más que altas capacidades me gusta decir que hay personas con talentos simples y personas con talentos complejos. En nuestra asociación tenemos unas 215 familias. Son chicos distintos, a los que les cuesta mucho integrarse con los demás porque tienen una edad mental superior. La educación normal no es para ellos, les aburre. Los padres acaban desorientados, sin saber qué hacer. Los padres tenemos un grupo de Telegram y un día vimos un anuncio de Gamestar(t) y decidimos probar. Llegaron algunas familias y la experiencia ha sido positiva: aquí realizan talleres de robótica, de teatro, de dibujo.» Da la casualidad de que Isabel es la madre de Joaquín, el chico de diez años que domina Minecraft. «Dice que está creando un juego pero que no lo ha terminado todavía. Siempre le gustó liderar, ser creativo. Es lo que llamamos superdotación. En Infantil ya notaron que era distinto. Buscamos un centro pedagógico privado y en un informe nos confirmaron su superdotación. Está relacionado con la genética. Su hermano tiene seis años y también está en Gamestar(t), también está en la ASA». Vuelvo a los problemas de integración: «Es que mira, por ejemplo a Joaquín no le gusta el fútbol. Y ya sabes. Son chicos distintos, huyen de conflictos, de barullos. Se apartan. Me preocupa un poco que se obsesione. Siempre está pensando en videojuegos. Si por la mañana no fuera al colegio seguiría jugando, y de hecho en el colegio se pone a hacer dibujos relacionados con los videojuegos. Si no estoy al tanto, ni come». Le pregunto a Isabel si a ella le gustan los videojuegos: «Juego a Animal Crossing, pero poco más. El padre sí juega más. Joaquín es que está en otro nivel. Habla con comunidades hispanas de otros países.»
Isabel García.
Joaquín
Nos sentamos con el ínclito Joaquín, el hijo de Isabel García. Empiezo por el agobio que sufre por parte de otros chicos: «Me agobian, sí. Me piden que les ayude, que les enseñe a hacer espadas. Ellos no lo saben pero a veces les troleo. Como jugamos en el mismo servidor y yo lo administro, pues les pongo bichos para que les molesten. O les dejo mensajes que dicen “Te voy a matar”. Es que son muy pesados. Pero también es por ayudarles, sus mods están muy vacíos». Sé que Joaquín juega mucho a Minecraft pero intento encontrar otros títulos: «Call of Duty, Lego, pero me gusta mucho Minecraft. También estoy usando RPG Maker para crear un juego de terror, con bosses». Un chico de diez años hablando de juegos de terror. «Juego mucho también a Five Nights at Freddy´s. También jugué a Slenderman. Y a Jeff the killer. O aEvil Sonic; me encanta que sus ojos chorreen sangre. Me gustan mucho los juegos de terror. Busco vídeos de terror en YouTube». Joaquín parecía tímido al comienzo de nuestra charla pero lo está compensando con creces; ahora le cuesta contenerse. Es un torrente. «El terror me hace sentir bien. Me inspira. Pero también busco vídeos de risa, de aventura. Me gusta la ciencia ficción. Hace poco jugué a Half-Life 2 Mod Dog». Me pregunto si Joaquín leerá: «Sí. Tengo muchos libros de Minecraft». Claro. Me acuerdo de la preocupación de la madre y le pregunto si juega mucho: «Juego por la tarde unas tres horas. Por la mañana, si me levanto pronto, también». Joaquín tiene muchos proyectos: «Hice una página web. En Minecraft es que ya vencí al dragón. Ahora me entretengo creando mods, plugins, cosas así. También estoy haciendo cosas de pixel-art. Quiero hacer un Flappy Bird en 3D, pero si consigo eso en Minecraft ya lo dejo. No es que me guste mucho pero su construcción es épica». Me despido preguntándole si le gusta la iniciativa Gamestar(t): «Me gustaría pasar aquí todo el tiempo que pudiera».
Joaquín.
Asamblea
Entramos en la sala principal en la que están los ordenadores, algunas consolas y la mayoría de los chicos —algunos van al cuarto anexo, donde se realizan las asambleas, para jugar con las colchonetas; otros juegan con los acompañantes y corretean por el edificio—, muchos jugando a Minecraft. Algunos pósters de lo que popularmente se conoce como “marcianitos” decoran las paredes. Hay pixel-art: «Nuestros grafitis, que han creado ellos. Todo está relacionado. Al decorar ellos la habitación la convierten en algo suyo. Lo que hablábamos de la afectividad emocional» nos dice José Andrés.
La señal WiFi no llega bien a La Noria. No se usa Steam.
Al niño se le trata como si fuera una persona. Por ejemplo, no suelen tener control en cuanto a videojuegos violentos en sus casas. Aquí no se proponen videojuegos violentos, pero si los chicos quieren jugarlos, se debate. Una chica comenzó a jugar a juegos flash enfocados a la mujer desde una perspectiva deplorable. Propició un debate sobre género en el que se habló también de juegos para chicos. Terminado el debate la chica siguió jugando a cocinar. Otro juego auspició otro debate: «Si compro chucherías estoy contribuyendo a los gastos del país. ¿Puedo decidir en qué se gasta mi dinero?», que no deja de ser una reflexión sobre la individualidad económica.
Sobre todo juegan a Minecraft por su lenguaje simbólico pero descubrimos un título llamativo: Five Nights at Freddy´s, el juego de terror que mencionaba Joaquín. Miramos a nuestro alrededor. Son unos quince, veinte chicos. De pronto vemos a un chico que se levanta y alza la voz. Es Joaquín: «Vamos a poner el servidor en creativo para poder coger diamantes». En la sala de juegos, en Minecraft, Joaquín es la autoridad. Le preguntan por la contraseña del servidor. Otros crean construcciones y le piden que las vea: «Mira, Joaquín, mi torre de dinamita».
Sacamos algunas fotos y salimos un momento. Una madre nos pregunta por la fotografía: hay niños cuyas caras no pueden salir en el reportaje.
José Andrés ayuda a un chico.
Se acerca la asamblea.
José Andrés pone de ejemplo una asamblea en la que se decidió dedicar parte del dinero de la subvención a la compra de algunos juegos. Algunos querían el último Assassin´s Creed, pero con ese dinero podían comprarse varios juegos y además la edad recomendada superaba los dieciocho años. Compraron varios juegos. Fueron todos juntos a comprarlos y luego se pusieron a jugarlos en la sala de Gamestar(t).
En la asamblea no hay separación de roles: los niños opinan igual que los adultos. Se eligen unos moderadores —que no tienen por qué ser los acompañantes, de hecho un niño moderador puede hacer callar a un acompañante— y durante media hora se lanzan sugerencias, se resuelven problemas, se escuchan quejas… pueden hablar de lo que quieran. Bajo esta jerarquía asamblearia los componentes pueden proponer normas, pero deben cumplirlas. No reina el anarquismo: hay normas básicas; no puedes romper las cosas, si te portas mal recoges la sala. «Han aparecido talibanes de las normas. Chicos que gritan “Estás rompiendo la asamblea”» nos cuenta José. La asamblea se autoregula. Se entiende no como una suma de individualidades sino como un colectivo. Se decide hablando, debatiendo, hasta que se llega a un consenso. Nunca se ha tenido que votar nada. Hablábamos antes de Joaquín y de cómo los otros chicos le preguntaban mucho por Minecraft. El acoso llegó a tal extremo que en una asamblea se creó la norma No agobiar a Joaquín.
Las personas se reúnen para la asamblea, pero ésta se retrasa. Los chicos hablan, corretean, juegan con los demás. Algunos moderadores juegan con ellos, haciéndoles cosquillas. Otros se quedan callados, indignados con los que no respetan los horarios. José Andrés se decide y pide comenzar. Los chicos le dicen que no, que quieren jugar más, pero José Andrés responde que algún día hay que parar de jugar. Se eligen los moderadores y los participantes. Hay quien se queja de haber moderado sólo una vez. José Andrés pregunta a los chicos si les ha gustado Gamestar(t), porque esta es la última sesión del curso:
—Me ha gustado mucho.
—No quiero que termine.
—Los proyectos que hice me gustaron.
Un chico dice que «ha sido una experiencia bastante oportuna ya que se ha demostrado que los videojuegos no sólo sirven para divertirnos, pero debemos hacer más caso de las normas». No todos son igual de elocuentes y José Andrés se dirige a un grupito más callado. Les pregunta si les has gustado. Ellos dicen que sí y sonríen.
Hay quejas y peticiones: tocar mods de Minecraft, hay normas que no funcionan. Joaquín aprovecha para sugerir la creación de un concurso en Minecraft: «A quien gane le doy diamantes». La última, una pregunta de una chica que quiere saber cómo va a poder conectarse al servidor de Minecraft desde casa cuando el curso acabe.
La asamblea acaba. Los chicos van saliendo. Casi todos abrazan a los acompañantes. Se ve alguna lágrima. No hay ningún chico al que no haya visto sonreír al menos una vez en todo el rato que hemos estado ahí.
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