[5/10] Hay quien califica la tristeza como un estado del alma de postración y vacío, de insatisfacción y anhelo de una felicidad que se resiste. Si sucede que quien lo sufre, como sucede en “Una vida en tres días”, es una madre que ha perdido a su hija recién nacida y a la vez la posibilidad de engendrar, entonces esa tristeza parece teñirse de negro ante un entorno que se vuelve agresivo y que va adquiriendo una cariz patológico. Ella es Adele y vive con su hijo adolescente Henry, cuando son visitados por un fugitivo llamado Frank… que necesita reposo por una apendicitis mal curada. Serán tres días de convivencia forzada o consentida, tres días de búsqueda de una familia y de un lugar para la esperanza, tres días para tratar de reparar los desperfectos del hogar y del corazón… si aún es posible. Quien firma este melodrama es Jason Reitman (“Gracias por fumar”, “Juno”, “Young adult”, “Up in the air”), aunque cuesta ver sus señas de identidad en un producto tan convencional y falto de chispa.
Tras presentarnos a esa mujer insegura y depresiva, a ese hijo que observa atónito el mundo que le ha tocado vivir -mientras lo evoca -, y a ese hombre fugado al que la fortuna le dio la espalda, Reitman avanza sin alma ni tensión para contagiarse de la abulia de Adele y retratarnos un puzzle donde las piezas no encajan. Parece que la familia ha estallado en mil pedazos, que ni la que formaron Adele o Frank ha sobrevivido al caos emocional… por no hablar de la de esa vecina inoportuna o la de esa precoz compañera de colegio, que completan un cuadro que clama por una urgente restauración. A ese empeño se encomienda Frank, necesitado de una segunda oportunidad de ser padre… casi tanto como Adele de ser madre. En todos ellos hay un hueco por llenar, y también un deseo que va más allá de la relación sexual… y es que todo ha salido al revés y las heridas son tan profundas como sangrantes.
No funcionan los flash back con los que Reitman intenta darnos a conocer el pasado de los protagonistas porque rompen el ritmo intimista que trataba de conseguir. Tampoco consigue mantener la incertidumbre sobre el éxito o el fracaso de esa huida o de ese romance si no es con mecanismos simples y… podríamos decir que torpes, como esa presencia del policía que recoge a un chaval que pasea por las calles dentro del horario escolar. Demasiado suspense artificiosamente mantenido, y demasiada tributo melodramático y sensiblero en una parte final que no termina de cargarse de emociones sinceras. Ni siquiera los buenos trabajos de Kate Winslet y Josh Brolin consiguen sacar a flote ese barco de sentimientos a la deriva, y eso que tratan de hacer creíble su enamoramiento desde la mutua desazón.
La película está narrada desde el punto de vista de un Henry adolescente que asiste, con el rostro críptico e inexpresivo de Gattlin Griffith, al despertar de la vida. En este sentido, el director abusa de la voz en off para mantener el hilo conductor de la historia, pero no podemos decir que llegue a transmitir el desconcierto de quien se haya entre tantas encrucijadas personales y familiares. Por otra parte, la llegada de un hombre a la casa dispuesto a arreglar, limpiar y cocinar todo lo que sea menester… se antoja simple y plana, poco imaginativa y ramplona. Y qué decir de ese abrupto epílogo, tan complaciente como falso e impostado. Definitivamente, en esta ocasión Reitman ha abandonado el camino fresco, irónico y sugerente de sus anteriores propuestas, empeñado en re-cocinar un plato familiar con restos de melocotones que se iban a echar a perder.
Calificación: 5/10