Revista Religión

Unamuno, victorio macho, desde el perú

Por Joseantoniobenito

UNAMUNO, VICTORIO MACHO, DESDE EL PERÚ

UNAMUNO, VICTORIO MACHO, DESDE EL PERÚ

UNAMUNO, VICTORIO MACHO, DESDE EL PERÚ

UNAMUNO, VICTORIO MACHO, DESDE EL PERÚ

Estoy leyendo con verdadera unción el libro  Seis temas peruanos. Conferencias pronunciadas en la embajada del Perú en España. (Espasa-Calpe, Colección Austral 1297), Madrid 1960.

Seis auténticos monumentos a la palabra que crean lazos entre España y el Perú por parte de Ramón Menéndez Pidal, Marqués de Lozoya, José María Pemán, Gregorio Marañón, Eugenio Montes y Victorio Macho.

Desconocía que el célebre escultor del Cristo del Otero de Palencia y del busto de Unamuno,  en los doce años que residió en el Perú –en el Museo Bolivariano de la Magdalena Vieja (hoy Nacional de Arqueología, Antropología e Historia del Perú) modeló los bustos del presidente Prado, del doctor Graña, Luis Miró Quesada, Alberto Jochamowitch, Julio C. Tello, músico Erick Kleiber, Salvador Madariaga, León Felipe y Andrés Segovia, así como el  monumento de Grau, la cabeza de Bolívar. Escribe: “Vivía con mi madre y mi hermana Josefina en el hotel Bertolotto, situado frente al mar Pacífico. Celebré en la inolvidable Lima –donde tantoas amigos tengo- una gran exposición de mis obras. Di dos conferencias en la Universidad, conviví fraternalmente con los simpáticos limeños y…cuando perdí a mi madre y a mi hermana, me casé con Zoilita Barros Conti, hija del eminente caballero y doctor óscar C. Barros.

Por todo ello, este mi corazón de castellano leal siente el nombre orgullo de tener dos patrias: una, mi España, y la otra, la que descubrí en el Perú” (p.54)

En una de sus conferencias el inmortal escultor rememora el encuentro con Unamuno. Se lo transcribo:

“Una tarde pedí a don Miguel que se descubriera el torso para ver cómo unían el cuello y la cabeza con el torso. Me pareció un cristiano catecúmeno. Le dije que se cubriera para no resfriarse y volvió a ponerse su chaleco rectoral. Cogió un trozo de barro e hizo una cruz, que colocó sobre el pecho de su busto. Le pregunté:

 —¿Qué significa esto, don Miguel?

 —¡ Ah!—me respondió.

Y le contesté:

 —Ahí la dejo...

 —Déjela...

Sacó un pequeño cuaderno de su misterioso chaleco y me leyó unos versos que acababa de componer…Era la hora del Ángelus, y a través del mar llegaba el son de las campanas de Fuenterrabía…Los dos estábamos emocionados…Y entonces, don Miguel me mostró una cruz, como las que llevan los misioneros, y dijo:

 —Vea, amigo Macho, esta cruz me la dio mi hermana, que era abadesa de un convento, cuando fui a despedirme de ellapara ir desterrado a Fuerteventura...

Se produjo un hondo silencio, y yo exclamé:

 —Admirado Unamuno, ¿qué pensarán aquellos que le creen un herético cuando vean esa cruz que ahora es de barro, después será de piedra en el pecho de su efigie y quizá mañana quede usted abrazado a ella para siempre?...

Cuando retorné a España fui con mi esposa y la hija de Unamuno y César Real de la Riva al cementerio para dejar un ramo de laurel sobre su nicho. La tierra estaba aterida por la ventisca y la lluvia. En la lápida del humilde nicho que cubría los restos del hombre genial leímos conmovidos:

Méteme, Padre Eterno, en tu pecho

Misterioso hogar:

Dormiré allí

Pues vengo deshecho

 del duro bregar”

(pp.50-53)


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