Revista Diario

Uno a la vez

Por Chak
Regreso. De nuevo a escribir aquí. De nuevo a excavar, a rascar, a pelar y exprimir. De nuevo a esta tarea medio masoquista que es mirarse uno mismo desde dentro, tratar de recordar lo hecho, lo pensado y armarlo en un rompecabezas para poder ponerlo en negro sobre blanco de la mejor manera. De nuevo a exponerse, de nuevo a arriesgarse en un momento complicado. De nuevo a escribir.

Ha pasado más de un año desde que publiqué algo en esta bitácora. Pero no me he olvidado de ella. La tenía muy presente. He revisado los comentarios que siguen llegando de ustedes que caen en esta dirección buscando una respuesta,  encontrando sólo las palabras de un enfermo. Agradezco la confianza, agradezco los comentarios y me enorgullece que incluso hay quien regresa para ver si he escrito más. Por uno que lo haya hecho me siento enormemente feliz.

Hoy he vuelto a escribir. La verdad es que no sé por qué lo hago. He podido estar más o menos bien sin hacerlo por un año y de pronto he tenido la necesidad de volver, de revisar la página y de publicar de nuevo.

No voy a resumir las cosas que me han pasado en este último año. Sería ocioso. Basta con decir que mi vida es básicamente la misma, por un lado, y por otro, que ha cambiado radicalmente. Bastará decir también que por un año la enfermedad se mantuvo muy estable, muy cómoda en la medianía. Ni muy deprimido, ni muy eufórico. Solo lo justo para sobrevivir, para trabajar, más o menos convivir con la gente y llevarla leve. Ningún gran logro, ningún gran descalabro. Vi pasar la mayor parte del año como un espectador más de mi propia vida, como es costumbre. Trabajé más por obligación que por gusto y mantuve mi vida social en un patético estado de hibernación. Nada fuera de lo normal. Nada que mereciera ser reseñado.

Pero el último trimestre del año pasado y el primero de este 2013 ha sido verdaderamente conmocionante.

Inicié un proceso de compra de casa. Lo terminé, pero a mitad del mismo comencé otro proceso para mudarme de país que finalmente sucedió. Ahora escribo desde San Juan, Puerto Rico, ciudad en la que trabajo y vivo desde mediados de enero.

Todos los preparativos para la mudanza no fueron fáciles y sí muy desgastantes, tan complicados y cansados como se pudiera uno imaginar. La llegada a esta ciudad, tan poco amable con el peatón y tan hecha para el automóvil, fue un trauma muy fuerte que se ha curado a partir de que tengo auto nuevo (no puedo dejar de esbozar una sonrisa en este punto).

Y lo más importante es que apenas estábamos mi esposa y yo desempacando en esa primera semana tan complicada en los últimos días de enero, cuando nos enteramos de que pronto seremos padres.

Sí. Año nuevo, país nuevo, ciudad nueva, trabajo nuevo, coche nuevo y bebé nuevo. Todo junto, en apenas un mes.

 Tengo que admitir que he estado sin medicamento más o menos los últimos cuatro meses, quizás un poco más. He tenido entonces que lidiar con las entrevistas del que ahora es mi trabajo, la renuncia de mi antiguo trabajo, la fiesta de despedida, la venta de muchas de las cosas que habían formado mi vida los últimos siete años, la mudanza, dejar mi ciudad, mi familia y mis amigos, llegar a una ciudad desconocida y agreste, laborar con un equipo de trabajo y unas oficinas en formación, vivir con una esposa cuyo ánimo se ha quebrado ante la soledad, un sueldo insuficiente y ahora, tres mudanzas en tres meses y un bebé en camino. Todo sin medicinas y sin terapia. No ha sido fácil.

Ahora, con la cabeza un poco más fría (lo cual resulta gracioso en una isla donde la temperatura media es de 32 grados centígrados) puedo decir que el periodo que comenzó con el trámite de la visa y se extendió durante las primeras cuatro semanas en la isla, estuve en un estado de alerta constante. Lo cual me llevó inevitablemente a un cansancio que me ha durado al menos otras tres semanas y que espero no se alargue demasiado. Las últimas dos semanas se me ha dificultado cada vez más levantarme y concentrarme en la oficina. El ritmo lento de esta ciudad y la poca higiene laboral de los compañeros a veces es exasperante.

Afortunadamente mi esposa ha estado de mejor humor, de mejor condición y ya pasó también por una difícil etapa de malestares meramente físicos mezclados con la obvia tristeza que el enclaustramiento en un departamento conlleva. Donde vivimos no puede salir a la calle simplemente porque no hay ningún lado a dónde ir. Si no es en auto, no se puede uno mover en esta ciudad. Una tristeza en sí.

Y luego de todo esto, estoy yo: fantaseando cada mañana mientras me baño y golpeándome el rostro al salir de la ducha con un calor implacable.

Fantaseo con que todo está bien, imagino que ella está bien, que el chamaco que se gesta en su interior llegará sano y tendrá grandes momentos de felicidad con nosotros como padres. Me gusta pensar que, por ser niño y porque nacerá en esta tierra, será un buen pelotero, que por ser hijo de mi esposa será inteligente y sensible y ruego a Dios que no herede mi enfermedad.

Hablo conmigo mismo, como siempre lo he hecho. Me digo entonces que voy a escribir, que voy a dejar todo para dedicarme a esto que tanto disfruto, que escribo algunas de las mejores historias de los últimos años y que la gente lo lee y lo reconoce, que fantasea conmigo y se conmueve como yo aspiro a que lo hagan. Me digo también que yo, mi esposa y mi hijo vamos a tener un futuro brillante, uno en el que, a pesar de las depresiones y las tristezas, logramos salir adelante sin muchos sacrificios, sin sufrir demasiado, sólo con el

En algún punto, espero, esas fantasías e ilusiones se cumplirán.

Por ahora, este es mi primer paso para retomar algo que dejé atrás. Me inclino ante las palabras, ante las ideas. Saludo con profundo respeto este poderoso medio de reflexión y agradezco que hayas llegado hasta el final.

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