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Unos días antes de navidad

Publicado el 23 abril 2020 por Jesuscortes
UNOS DÍAS ANTES DE NAVIDADLos hechos principales en que se basa "Kisapmata" acaecieron realmente, veinte años antes del estreno del film y según relató el muy reconocido articulista - con seudónimo cervantino - Quijano de Manila.
La fruición con que se dice eran leídas sus columnas dibuja un imaginario panorama de caras estupefactas frente a lo que era entonces, a comienzos de los años sesenta del siglo pasado y aún continuaba siendo en 1981 cuando se rodó el film, un caso excepcional, si bien buena parte de las circunstancias y el punto de vista fueron mudados para el rodaje.
Tanto impacto tuvo el estreno que no resulta descabellada la consideración como film de terror que precede a esta obra, conectada críticamente hasta con "The shining" de Stanley Kubrick, lo cual entiendo que refleja el considerable desasosiego emocional causado a los espectadores, porque un par de escenas pesadillescas a ralentí y blanco y negro, que la verdad me hacen pensar mucho antes en Luis Buñuel, no deberían ser las culpables de esa rebuscada abstracción.
En todo caso, la admirable capacidad del director Mike de Leon para evitar el sensacionalismo y narrar con implacable lógica esta historia, debería hacer a un lado la búsqueda de ascendientes y conceder a esta película monstruosa la atención que merece.
En pocas ocasiones se presentan hechos tan tremendos como los de "Kisapmata" y el horror que está en plano, el que queda en off y el que enlaza con certeza al pasado, son expuestos al mismo tiempo y con tal intensidad.
La corrupción de la policía filipina en tiempos de Marcos nunca se personificó tan bien como en este Sargento jubilado con cincuenta y pocos años (un excelente Vic Silayan), de impronta vidriosa pero maneras tranquilas por el puro ejercicio libre de la impunidad más absoluta, cuando estaba en las calles y cuando volvía a casa con su mujer y su hija, que es la que aún practica al haber sido privado del placer de la que ejercía profesionalmente. Sentado en su butaca, de Leon pone pocas palabras en su boca, taimadas incluso y ninguna historia de los viejos tiempos, pero se le sabe capaz aún de la mayor violencia apenas reprimida por algo de confusión por mor de la culpa. La opción inteligente de dejar en off toda la ristra de abusos de autoridad que le deben contemplar recarga la necesidad que tiene de adaptarse a un espacio tan absurdo como su propia casa, donde no hay motivos para "corregir" conductas y ahí le nacieron los vicios, los innombrables abusos. 
Compensando con su presencia cada estancia que él ocupa, muchas veces situada simétricamente en esquinas opuestas, en la penumbra frente a la lámpara que a él lo ilumina, está el personaje clave del film, su mujer (Charito Solís), siempre al margen, secundaria en esta historia porque parece haberlo elegido así el personaje y no debido a lo dispuesto por la película. Cuántos años deben contemplarla sentada frente a su máquina de coser, qué farsa la suya de tener que disimular la sumisión, con solo un intento de fuga del que acordarse y una montaña de reproches apilados sobre sí misma por conciencia.
No son tanto los celos, parece, como los de "Él", ya que mencionaba a Buñuel y vienen a la memoria varias retorcidas estratagemas de su enajenado célibe (eterno en realidad, porque ni poseyendo dejará de serlo y hasta en mayor medida querrá tener para él solo) en varios momentos, pero sí el mismo mecanismo de dominio y administración de los compromisos del engaño el que opera - sin humor, claro y más lejos aún estaría la ironía suprema de "Tristana" o "Cet obscur objet du désir" -, tanto entre ellos como sobre todo entre él y el tercer personaje en liza, la hija, a la que ya no se le ha ocurrido otra cosa para tratar de tener una oportunidad para escapar que embarazarse de un compañero del Banco en que trabaja.
Tenía que intentarlo la chica (Charo Santos-Concio), taciturna y penitente, prolongación de todo lo malo que ha crecido en su familia y ha dado ese paso inesperado a sabiendas del riesgo, porque ni los titulares de los altarcitos a los que enciende velas en su habitación, ni ninguno de los novios con que emprendía relaciones hasta que papá cortaba por lo sano, iban a ser suficientes.
Por esa extraña transmisión de personalidades entre películas que lleva cada actor o actriz consigo, aún más creíble y secreto es el mutismo de ella si antes se la ha visto interpretando a la poseída de "Itim" de 1977, película que por cierto conviene ver y no precisamente porque lleve adherida otra etiqueta superficial - y supremacista, si no fuera porque fue difundida por los propios filipinos - que no es otra que la de ser la "respuesta" patria a "Blow up" de Antonioni, con el que tiene tan poco que ver Mike de Leon como con Kubrick.
El chico (Jay Ilagan), es la tercera víctima encadenada, penalizado por no ser lo bastante inquisitivo y tomar por una crisis matrimonial lo que era un sordo grito de desesperación de su mujer imantado hacia el abismo. Un agujero negro que él no verá ante sus propios ojos hasta el último segundo.
Todos en algún momento, el padre incluido, al tomar la iniciativa, desplazan el equilibrio de la mirada y multiplican el efecto no de sus avances, sino de sus concesiones, sus huidas hacia delante, sus impotencias, impidiendo que crezcamos junto a ninguno o les justifiquemos. A esto es a lo que llamó Rossellini objetividad.
Ante esta construcción de caracteres tan fuerte, no tiene que suceder nada para que se torne densa cualquier escena doméstica y de una atroz intimidación las que operan con varios de ellos compartiendo encuadre, con mayor efecto cuanto más alejados de su entorno.
Una consulta médica, la misma boda en que se desposan los chicos, las cenas en casa del preocupado consuegro, cualquier escenario es propicio para que de Leon y enlazando al maestro de Calanda con su apreciado Hitchcock, mire y consiga que miremos con simultáneo estremecimiento.
El último confín de la película, la casa, un miserable bastión que defender para quien durante años hizo y deshizo a su antojo en todas partes donde estuvo, se convierte con el paso de los minutos también en un personaje dentro del cual habita otro, una criada que de Leon asimila con mucha astucia a la mujer del ogro, mediante dos "herramientas de comunicación" indescifrables, salvo entre ellos: el uso, siempre despectivo o a gritos, de un dialecto indígena y los malos tratos físicos.
La presencia del edificio, sin el menor truco lumínico o de sonido, progresa fascinantemente para que advirtamos que dentro de la prisión, en la habitación donde empezó todo, estaba también el patíbulo. 
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Así de bonita lucirá "Kisapmata" cuando circule su restauración


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