Los islandeses son unos tipos con suerte, dentro de lo que cabe, y dentro del clima que les ha tocado, benévolo teniendo en cuenta que están junto al Ártico. Han conseguido, pese a todo, superar las adversidades del tiempo, aprovechando sus recursos naturales: esas inacabables corrientes subterráneas de agua caliente que les alejan de los vaivenes del precio del petróleo y que atraen turistas para ver las erupciones periódicas que provocan. Islandia es el país del silencio, propiciado porque apenas hay tres habitantes por kilómetro cuadrado.
El Eyjafjallajökull, ejemplo islandés de que lo natural supera a lo artificial
Para ir a votar tampcoo es necesario hablar. Se deposita la papeleta en una urna y al instante se oye el ruido del papel chocando contra otros papeles del fondo. Y con miles de estos gestos silenciosos, los islandeses han hecho que los máximos representantes del sistema financiero europeo, Reino Unido y Holanda, pongan el grito en el cielo. Las agencias de clasificación no tardarán en hacerlo.
Tienen suerte, o se la han ganado, estos islandeses… Aquí nadie nos pregunta si queremos pagar la multa de unos cuantos que se subieron al tren de la especulación en primera clase y sin billete, sin dar explicaciones a nadie, ni antes ni ahora. Aquí hay tanto estruendo que no dejaría oír el leve choque de papeles que se produce dentro de una pecera en cada fiesta de la democracia. Debe ser por eso que nadie nos pregunta: el silencio sería ensordecedor.