Revista Opinión

Urdangarín y las masas: Una ira preocupante

Publicado el 03 mayo 2014 por Liberal

Señores lectores: Hace un tiempo, me reuní en Nueva York con españoles que vienen de “familias bien” y salió el tema de Urdangarín y la ansiedad de clase que es inevitable esto provoca, sobre todo ante la ira popular. Ayer recibí varios correos diciéndome que el artículo escrito por Sigfrido sobre Urdangarín, que yo ni había leído, era ofensivo, abusivo y que provocó varios comentarios desagradables en el hilo. Tengo cosas más importantes que hacer antes que revisar hilos con insultos de “las masas”, pero esta mañana leí el artículo de Sigfrido y ofrezco mi propio criterio sobre este asunto tan controvertido.

 

La verdad es que en este blog y proyecto, he podido conseguir un éxito modesto a la hora de atraer al liberalismo clásico gente de orígenes populares. He hablado del dinamismo capitalista y de una igualdad de oportunidades para todos. Lógicamente, eso ha atraído a gente que en otro momento hubiése sido excluida de cualquier debate político. Pero no es menos cierto que sufro una ansiedad perpetua, una contradicción digamos. Por un lado, el liberalismo ha sido tremendo a la hora de abrir puertas de oportunidades para las clases bajas, pero al mismo tiempo, este nuevo mundo en Occidente, el de la famosa “meritocracia”, también a mi juicio ha hecho mucho daño. El otro día, en Facebook, publiqué lo siguiente, más o menos:

“Nunca he dicho que deberíamos abolir las instituciones de las clases altas a favor de crear una sociedad más igualitaria y homogénea. Al contrario. Estas instituciones son requisitos imprescindibles para tener un liderazgo seguro de sí mismo y orgánico. Es importante tener una élite, aunque en el siglo XXI esta élite ya no puede ser racial exclusivamente, sino una de superioridad moral con respecto a la moral “popular” del país. La superioridad moral de la élite es absolutamente imprescindible. También su talento superior. Cualquier tradición vital, al margen de las advertencias bíblicas, exige vino nuevo constante embotellado en botellas antiguas”.

Quizá fui demasiado optimista y debería haber tomado la Biblia más en serio. En esta sociedad, en esta época, tenemos vino fresco, desde luego. Pero el vino se ha convertido en vinagre y las botellas antiguas han sido destruidas. En EEUU, por ejemplo, lo que queda del “establishment” protestante, WASP, ha sido diluido trágicamente. Este fenómeno no es exclusivo de EEUU. Ha ocurrido también en España, aunque allí nunca hubo “WASPS” pero sí había una “élite” por origen a veces, o por talento. Me viene a la mente la clase de los “De Grandes” que tenía España en su día. Y entonces, aquí estamos, con el “escándalo” de Urdangarín y la reacción de las masas populares.

¿Qué nos pasa? En primer lugar, hoy en día, las “élites” no son efectivas a pesar de que nunca han sido tan odiadas y temidas por pueblos cada vez más “zombis” o esclavos. La palabra “autoridad”, una palabra odiada en el mundo de la educación, la política y en todas las esferas de la vida social, ha sido sustituida por un ejercicio de poder totalmente desnudo, desvergonzado y cínico. La privacdad en la vida sexual, social, política en Occidente ha ido decayendo de forma alarmante; la autoridad de “clase” social ha sido desplazada por la manipulación constante de los medios de comunicación, la amenaza antigua de ostracismo de clase ahora se ha convertido en la amenaza de destape al público por parte de los medios. Pero lo más llamativo de todo es que cada vez más, noto entre los españoles (y en general todos los occidentales actuales) una obsesión con teorías conspiranoicas.

Cuando yo era más jovencito y quizá más “radical”, al encontrarme por primera vez entre gente de lo más diversa a los 18 años, escribí el siguiente texto cuando tenía 21 años. Quizá ha sido una de las cosas más proféticas que he dicho:

“Para proteger la libertad, será necesario contar con un “establishment” o élite unificada dentro de la cual se eligen los líderes de dos partidos para que puedan competir y ganar elecciones, pero es necesario que los candidatos surjan al estílo japonés, que surjan gracias a la mano de élites en los partidos”.

Escribí eso en el 2002. Desde el 2002, noto cada vez más como la gente se interesa por teorías conspiranoicas. Incluso, lo noto más entre personas con formación universitaria antes que obreros de cuello azul. Que si la intervención en Irak fue “por petróleo”, que si los “neocons son judios peligrosos conspirando”, que el “mundo lo mueven los lobos malvados de Wall Street”, que Bush es miembro de los “Bilderbergs” y demás estupideces que hace siglos, solo se escuchaban en el ámbito de las clases populares ignorantes. Lo cierto es que la pérdida de fe en una élite, en una “casta”, luego se extiende a una pérdida de fe en otras instituciones patrias. No solo pérdida de fe, sino directamente antipatía y odio hacia las instituciones. En España lo vemos no solo contra Urdangarín, sino en general contra “la casta”, contra la “monarquía”, contra la “partidocracia”, contra “la banca”. Desafortunadamente, todos habéis escuchado frases así alguna vez.

Nuestras sociedades occidentales están literalmente invadidas por prensa rosa, o prensa hostil que busca revelar cualquier debilidad de la “élite”. Tal es la compasión que tienen nuestros amigos radicales igualitaristas. Cada vez más, son los medios de comunicación los que establecen para nosotros cuáles son las costumbres adecuadas o las normas sociales.

¿Qué significa un “establishment”? Significa que una sociedad esté dirigida por una clase de hombres que actúan a raíz de un código moral o de ética previamente pactado entre ellos. Ciertas cosas “no se hacen”; y si se hacen, NO se discuten en público, aún cuando en privado pueden conllevar el ostracismo de clase. Sin estas convenciones sociales y sin ostracismo clasista, todo lo que ocurra se convertirá en propiedad pública y en consecuencia, el único remedio es el destape por parte de los medios de comunicación. En el mundo anglosajón actual, por ejemplo, existe el fenómeno de los “leaks” (chivatazos a la prensa) de forma anónima por gente metida en el gobierno. Esos “leaks” representan un elitismo sin clase.

A la mente me vienen ejemplos históricos de lo contrario. En 1936, Edward VIII abdicó el trono británico para poder casarse con una mujer estadounidense de Baltimore que se había divorciado ¡dos veces! Durante tres años, mantuvieron una relación de amor al mismo tiempo que lo sabía su marido y gran parte del “establishment” británico. Sin embargo, NADIE del público lo supo. Las esferas más altas de las élites británicas trataron este asunto y la prensa británica, dirigida en aquella época por Lord Beaverbrook, mantuvo la notícia (ya en las portadas de la prensa estadounidense) alejada del público gracias a un “pacto entre caballeros”. Esta ocultación exitosa de la verdad por parte de la élite no es comparable a la censura totalitaria de los nazis o comunistas. Se había hecho en una tierra famosa precisamente por su libertad de expresión, donde el propio Carlos Marx pudo hablar sin temor a ser detenido.

Otro contraste agudo entre el elitismo imperante actual sin clase y la autoridad de clase establecida del pasado se puede ver comparando el escándalo sexual de Profumo con la famosa dimisión del Vice-Presidente de Nixon, Spiro Agnew. Profumo, miembro del Parlamento británico que había mentido a sus compañeros de clase social, estaba tan humillado por violar las normas sociales que desde su destape había estado como penitente trabajando en un centro social del “East End” londinense. Agnew, sin embargo, ganó millones de dólares hablando sobre su carrera en un libro. Cuando la autoridad de clase desaparece, el dinero manda, haciendo eco de un vacío moral.

Yo no creo que la reacción contra Urdangarín se deba solamente a la “envidia española”. Creo, más bien, que es un síntoma de un hecho incontestable: no hay élites seguras de sí mismas, con acuerdos entre ellos, para determinar que ciertos temas no son para el consumo del público. Todo esto empezó a verse después del crack de 1929 — 1929 fue el inicio del fin para las élites dominantes en Occidente y la IIª Guerra Mundial acabó imponiendo el último clavo en el ataúd de lo que una vez fue el patrón de sus países.

Ha habido una progresiva “democratización” de nuestras sociedades, pero no siempre para bien. La homogenización es lo más característico de estos tiempos postguerra mundial. La meritocracia es lo que rige ahora en todos los aspectos, a veces por pura necesidad dadas las circunstancias. Contar con una vista perfecta es mucho más importante en el ejército de hoy que venir de una familia importante con nombre elitista. Poco a poco, los oficiales de los ejércitos eran cada vez más de diversos orígenes. En el caso de USA, por primera vez en sus vidas, la antigua élite WASP tuvo que pelear mano a mano con americanos étnicos de origen italiano, con católicos de orígen irlandés, y con judíos. Después de la guerra, con el famoso GI Bill, las puertas de las universidades se abrieron de par en par para las masas. Los WASP no supieron contar con el hecho de que los hijos de estos GIs, comuneros todos y muchas veces de orígen étnico no anglosajón, iban a empezar a cuestionar al “establishment” y, como pudimos ver trágicamente en la terrible década de los años 60, derribar por completo a esa élite y transformar el país, a EEUU. Hasta los años 60, el patrón cultural de EEUU era inconfundiblemente “WASP” — la narrativa histórica, la cosmovisión, toda, inglesa protestante. Era una extensión de Reino Unido, especialmente de Inglaterra. Era una versión mejorada de Inglaterra — más agresiva, más competitiva, más protestante incluso, gracias a los presbiterianos. América era, digamos, como Australia hoy en día.

Entonces, volviendo al tema de Urdangarín (sé que estoy tratando muchos temas diversos pero es necesario ver que este fenómeno no solo es español), creo que simplemente se debe a este fenómeno moderno que tiene sus orígenes en los años 60. Doy más ejemplos. Al igual que la prensa en EEUU casi ocultaba en los años 30 y 40 que el Presidente Roosevelt era un minusválido, también, por acuerdo entre caballeros casi nunca mostraba fotos de Kennedy jugando al golf (a pesar de que a Kennedy le encantaba el Golf). Pero tanto él como Roosevelt aún contaban con la capacidad elitista de poder “controlar” lo que decía la prensa, no censurando, sino mediante pactos silenciosos por razón de clase social. Lejos de la realidad actual, en la que las masas parecen disfrutar cuando a un señor poderoso se le destapa alguna debilidad. Si la prensa no fotografiaba a Kennedy jugando al golf, hoy se desepera por conseguir una foto de un presidente hablando mal, o cayéndose o mostrando su “lado humano” (frase que de verdad, señores, detesto muchísimo).

Con el asesinato de Kennedy en 1963 y el comienzo de una auténtica revolución cultural marxista en el campus de Berkeley en septiembre de 1964, la destrucción de la sociedad americana hasta esa época, y la bifurcación de todos los controles del “establishment”, empezamos a ver este nuevo fenómeno de querer revelar las debilidades de los “poderosos” y que las masas pidieran más contundencia contra ellos.

Conclusiones parciales

Las ideas son infinitamente más importantes para cualquier autoridad establecida. El propio John Maynard Keynes se dio cuenta de esto y dijo “más tarde o temprano, son las ideas, no los intereses, lo que representa el peligro para el bien y el mal”. El gran analista social francés, De Tocqueville, también se dio cuenta de esto un siglo antes cuando analizaba la casta del antiguo régimen francés: “Una aristocracia no solo conduce los asuntos del país; sino que todavía dirige la opinión nacional, da el tono que deben tomar los escritores y es la que otorga autoridad a una serie de ideas”.

Hoy en día, no contamos con élites del patrón británico y americano, sino con una “inteligentsia” al estílo ruso o europeo continental entre guerras. La diferencia es que las élites antiguas no se sentían completamente separadas de su patria, no estaban alienadas. Eran parte del país, tanto por nacimiento como también por herencia. Leed cualquier libro de historia escrito después de los años 50, y veréis un tono adversarial, crítico, totalmente “en contra” del “establishment”.

Los cambios a favor de la “meritocracia” en el Occidente de los años 50, postguerra, tuvieron mucho que ver con las revoluciones de los campuses en los años 60 y 70. También en parte la economía lo exigía – en un mundo cada vez más complejo, era necesario educar a más personas de origenes “populares”, y no era tan necesario contar con tanto trabajador poco cualificado y mucha élite.

Las universidades e institutos se fueron masificando. Ya no se podía decir, como había dicho un profesor de Princeton en 1940, que el aula parecía como “estar en un cuarto lleno de hermanos”. En 1960, al contrario, ya se podía decir que las aulas parecían un bol de ensalada.

Personalmente, no tengo fe que esto tenga mucho arreglo. De hecho, creo que seré testigo del fin de la monarquía en España. Sí sigo convencido, no obstante, que el liberalismo republicano en sus instituciones políticas puede ser elitista y contar con un sistema social jerárquico que pueda ejercer un control social adecuado. Una prensa libre es importantísima en una sociedad libre; como todas las virtudes, sin embargo, se convierte en un vicio cuando va demasiado lejos y el temor al destape en los medios se convierte en el castigo principal en un sistema normativo. Hace falta una élite con autoridad porque eso es mucho más importante para la protección de la libertad y la democracia.

No podemos recuperar lo que teníamos, pero sí podemos intentar educar para que los pensadores de nuestras sociedades aspiren a ser más como Washington y Hamilton, antes que imitar los valores del comunero mientras a la vez, ironía de las ironías, desean tener lo que tienen los “ricos” y ser poderosos. Termino con una frase de Tocqueville:

 

“Existe una pasión por la igualdad que incita a los hombres a querer ser poderosos y respetados. Esta pasión eleva a los humildes al rango de los grandes; pero también existe en el corazón humano un gusto depravado por la igualdad que incita a los débiles intentar rebajar a los poderosos a su nivel”.


 


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