Revista Toros

Urge un rescate

Por Malagatoro

Urge un rescate

“Urge un rescate”. Artículo de Antolín Castro, publicado en “Opinión Y Toros

«Si hay algo de lo que nadie puede dudar a estas alturas es que la Fiesta necesita de un rescate. Necesidad a la que nos vemos abocados por culpa de la mala praxis y muy dudosa gestión a la que se ha visto sometida en los últimos tiempos. Esos tiempos solo han sido buenos para las llamadas figuras, para algunos ganaduros, he dicho ganaduros a conciencia, y unos cuantos empresarios que se las han ingeniado para hacer capital a costa de que la Fiesta pierda casi todas sus señas de identidad.

No conformes con ganar un dinero importante, algunas de las estrellas de este montaje se enfadan porque quedan críticos que hacen lo que deben, crítica. Se cabrean, y mucho, por no reírles las gracias y la sucesión de monerías que les hacen al toro borrego y al inválido. Y curiosamente, ellos sí, se ponen a hacer de críticos de quienes les critican.

Lo deja muy claro André Viard en la carta abierta a El Juli y no se puede decir más claro. Lo que es visible y notorio es que nuestra querida Fiesta necesita un rescate, que urge ese rescate. Aquí no podremos pedir a la Unión Europea que sea ella o el Banco Central el que haga esa gestión, hay que hacerla desde dentro sí o sí.

La primera obligación es la nuestra, la de quienes nos dedicamos a palpar la actualidad con nuestros artículos, crónicas y opiniones, nunca como ahora no hay que dejarles pasar una a esta gente que ha cogido la Fiesta solo para su disfrute y enriquecimiento. No hay espacio para la permisividad ni para la complacencia. Seguirán disfrutando con el toro exigido por ellos, pero no se les podrá cantar como éxitos lo que es simplemente un sucedáneo.

Esta casa, OyT, en el editorial de este mes ya se posicionaba claramente por aumentar la exigencia, nada de regalarles los oídos a estos toreros con lisonjas y grandes calificativos solo propios y adecuados para que se los hagan quienes cobran por ellos. Si debemos cantar los triunfos hagámoslo con quien se los gane en la plaza y ante el toro, sin equívocos ni interpretaciones interesadas. Esa es nuestra línea y lo hacemos convencidos de que es una medida necesaria si queremos recuperar parte de la seriedad y rigor perdidos.

Urge un rescate que nos saque de la rutina, de la monotonía, del ventajismo y, por encima de todo, del toro bobo. Urge un rescate o tendremos pocas opciones de mantener este circo en el que se ha convertido el espectáculo que otrora generaba emoción y admiración de públicos y aficionados.

Sabemos, y saben, que no llenan plaza alguna, pero siguen creyéndose que eso debe ser culpa de las crisis de Rajoy o Zapatero. Creían que con pasar a cultura daban pasos de gigantes y los únicos pasos que dan, y esos si son de gigantes, es hacia la decadencia con la mínima expresión de la Fiesta que nos muestran. Porque es mínimo lo que muestran de ella estos toreros ventajistas antes, durante y después de estar en la plaza. ¿Y quieren que televisen esa insustancial Fiesta?, como decía aquél: ¿para qué, p’a cagarla?

Seguirán cantándoselo los del pesebre, -pobres ellos que viven de las migajas de esa ruina- pero no se lo pueden cantar los críticos independientes y los aficionados comprometidos. Cada palo que aguante su vela, dice el refrán popular, y la nuestra es la de la decencia a la hora de enjuiciar lo que pasa en los ruedos y fuera de ellos. La de los toreros debería ser hacer, y mostrar, la Fiesta en plenitud, épica y grandiosa que conocimos. Algunos lo hacen y es a ellos a quienes hay que alentar y apoyar.

La Fiesta necesita urgentemente un rescate, y no es precisamente urgente el declararla Patrimonio de nada y menos así como la defienden los que de ella comen, necesita recobrar bríos, emociones y autenticidad, de lo contrario acabaremos con ella a base de toreros aburridos, ventajistas y enfadados y sus toros útiles para la causa. Cumplimos ocho años en OyT y no hemos cambiado el objetivo: Toro íntegro y Toreo auténtico. O lo que es igual, a nuestro entender, llevamos ocho años como mínimo de retraso.»


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