Llevo en Toledo tres semanas y no experimento cansancio, ni siento la sed de paisajes nuevos. Este pueblo me atrae, a pesar de su cara de quintañona vieja y agria. Los turistas pasan por su piel de piedra sin conocerla. Ven parte del manto; pero no viven la vida de la ciudad. No oyen su respiración. No sienten el íntimo misterio de su carne desgarrada. No llegan al altar de sus entrañas para sorprender su concepción, estéril hoy, mañana acaso fecunda.Esta urna de variadas razas, sólo puede conocerse paseando constantemente por su corteza. Hay que saborear despacio, penetrando diariamente en sus más ocultos rincones. Hay que recorrer sus calles silenciosas, descifrar el enigma de sus ruinas, romper con los ojos la escondida virginidad de sus olvidadas galas, penetrar en estas casitas silenciosas, que al recibir el beso de la lluvia semejan llorar con empolvadas lágrimas, su eterno abandono.
Félix Urabayen Toledo: Piedad 1920