Primo Número Cinco dice que no puede haber nada peor para un matrimonio que un tupper; una colección de útiles, herméticos, decorativos, coloristas y, francamente, necesarios tuppers.
Creo que Prima Cónyuge Número Cinco no opina igual, porque ella es una mujer práctica y asentada, que quiere profundamente a Primo Número Cinco, pero que sabe de las delicias culinarias que un buen tupper puede esconder durante días en su interior, de la comodidad de que sea lavado en el lavaplatos y de que permita, además, escribir despacio y con buena letra el contenido y la fecha de envasado para reposar después, pacientemente, en alguna esquina del congelador. De hecho, recuerdo los tupper aplanados y rectangulares, de tapa azul, en los que Primos -ambos Número Cinco-, desplegaban en la mesa redonda de una de sus casas, allá cuando yo no conocía a Él e iba a visitarlos unos días.
Asombrada ante la categórica afirmación de Primo Número Cinco, mi cara debió de ser un poema o relato fantástico que le dejó durante unos segundos -pocos- sin habla. Los suficientes para aseverar, con sonrisa seria y chispeantes ojos:
- Prima De Madrid, lo malo de los tuppers no son su existencia, sino el armario de la cocina donde se guardan. Y eso, sin duda, mina a un matrimonio.
Me quedé arrinconada ante la sencillez de sus palabras.
Un rayo había cruzado mi pensamiento: la imagen precisa del armario de doble puerta blanca donde descansan sin control y en total anarquía, los tupper de mi cocina...