«Cuando entré en la Academia lo hice acompañada de los secundarios. Son los personajes clave de cualquier novela. Sin secundarios, no hay novela; son quienes contribuyen a crear la personalidad del protagonista. El personaje poco visible es el que permite que el héroe se defina. En su trato con los secundarios, se configura el retrato de su personalidad».
Revisando las notas que tomé durante el V Congreso de Escritores de la AEN – Asociación de Escritores Noveles, me encuentro con esta joya de Soledad Puértolas, una de las muchas que nos regaló tanto en su conferencia inaugural como durante la charla que mantuvo con el editor Cristian Velasco.
Los personajes secundarios son mi debilidad. Me encanta crearlos, dotarlos de una entidad que haga querer al lector saber más de ellos, quedarse incluso con las ganas de continuar su historia, aunque ni yo mismo la conozca. De hecho, un personaje secundario de mi segunda novela, Con la vida a cuestas, es el protagonista de Días de arañas, buitres y ovejas, que muy pronto será libro gracias a la complicidad, precisamente, de Velasco Ediciones. Y lo es porque yo mismo me quedé con las ganas de saber más de su historia.
«Cuentas de los personajes lo que sabes de ellos, y cuando acaba la novela te das cuenta de que conoces cosas que no has podido explicar. Eso es un poco triste, porque significa que durante la escritura de la obra no los hemos llegado a conocer bien. Es inevitable que los personajes se te escapen», decía Soledad Puértolas.
Si escribes, quizás te haya pasado que alguien que haya leído alguna de tus historias te pregunte cómo sigue la trama de tal o cual personaje, que puede que hayas dejado intencionadamente abierta; bien porque no tiene un interés particular para la trama principal, bien porque precisamente el interés radica en no resolverla, bien porque no tienes ni idea de cómo continúa. A mí eso me parece mágico; que un ser de ficción adquiera tal relevancia en la mente del lector, que lo llegue a sentir casi (o sin casi) como una persona real, que incluso se preocupe por su futuro. El futuro de un ser ficticio. ¿No es fascinante?
La semana pasada escribía: «Me gusta que los personajes que creo me acompañen toda la vida», y me gusta porque cada uno de ellos es de verdad un compañero, mucho más que una creación accesoria para dar sentido a una historia. «En el momento en que surgen los personajes, dejamos de estar solos. Es una compañía extraña, pero enriquecedora, porque los vamos conociendo conforme avanzamos juntos», le contaba la académica de la lengua a Cristian Velasco.
«¿Qué nos cuentan tus obras? ¿Hay un hilo común?», le preguntó él. «Sí, creo personajes desajustados que buscan elementos que compensen esos desajustes. Me gusta darles oportunidades. Mis personajes son buscadores, la vida les ocurre. Me interesan los personajes por encima de la trama, yo no sabría cómo definir mis historias», respondió ella, y yo asentía desde mi silla y me acordaba de las palabras del maestro Stephen King:
«A mi modo de ver, todos los relatos y novelas constan de tres partes: la narración, que hace que se mueva la historia de A a B y por último hasta Z, la descripción, que genera una realidad sensorial para el lector, y el diálogo, que da vida a los personajes a través de sus voces. Te preguntarás dónde queda la trama. La respuesta (al menos la mía) es que en ninguna parte. (…) Desconfío de los argumentos por dos razones: la primera, que nuestras vidas apenas tienen argumento, aunque se sumen todas las precauciones sensatas y los escrupulosos planes de futuro; la segunda, que considero incompatibles el argumento y la espontaneidad de la creación auténtica».
Obviamente, se puede escribir una novela a partir de la trama, y que los personajes secundarios tengan poco peso. Todo es legítimo en ficción, hay tantos estilos y tantas formas válidas de escribir como personas que escriben. En mi manera de escribir, todo el peso recae en los personajes; son ellos quienes crean la trama, por eso no puedo evitar sonreír satisfecho al escuchar a una maestra como Soledad Puértolas decir: «los secundarios vienen solos, pero hay que tener la mirada preparada para verlos. Ellos nunca fallan, siempre están preparados». Ese instante en el que nace un nuevo personaje y en el que comprendes su papel en la historia es maravilloso.
Las aliadas del Quijote
En su conferencia inaugural, la veterana autora aragonesa recordó cómo se enamoró del Quijote en California, asistiendo a las clases del escritor y poeta Arturo Serrano Plaja, exiliado tras la Guerra Civil. «El Quijote me producía mucha tristeza, hasta que Serrano Plaja consiguió que penetrara en el espíritu de aquel personaje que lucha contra lo que no le gusta del mundo». Por otro lado, en la obra maestra de Cervantes descubrió también la aventura del lenguaje y los personajes secundarios, «los aliados de Don Quijote» que la acompañaron en su entrada en la Real Academia Española (RAE) en 2010.
Nos habló especialmente de tres de ellos, tres mujeres con las que el ingenioso hidalgo se cruza en sus desventuras.
La primera es Marcela, una pastora que decide vivir sola en el campo, al margen de la sociedad. El Quijote decide ponerse a su servicio, pues socorrer a las damas en problemas es el deber de un caballero. «Es un personaje muy actual: la mujer amada tiene derecho a no amar a quien la ama, y ella rechaza al Quijote porque no necesita caballeros, es una mujer libre». Puértolas la define como una cómplice en la distancia, pues, aunque rechace al hidalgo, es una solitaria como él.
Otra de esas aliadas involuntarias es la hija del ventero, «muy poca cosa en comparación con Marcela», pues a veces es la hija del ventero y a veces la de la ventera, pero no sabemos su nombre. «Está, pero tan callada, que poca gente repara en ella; sólo sonríe».
La tercera es Dorotea, para Soledad Puértolas, «el personaje más completo de la novela». «Todas sus apariciones son exquisitas, es la fluidez total». Es una mujer agraviada y, aunque tampoco se deja ayudar, el Quijote simpatiza con ella. «Se enamoró de quien no debía. Se dejó seducir por un hombre de clase social más alta, quien después la abandonó. Sin embargo, ella repara el agravio por sus propios medios, consigue que él se arrodille ante ella, le pida perdón y matrimonio».
Ahí está la prueba de que realmente tomé notas del conversatorio entre Soledad Puértolas y Cristian Velasco.«Nadie nos ha pedido que escribamos»
Esta primera intervención de la presidenta de honor del Congreso fue una delicia que nos dejó con ganas de más, y un rato después las neuronas de los asistentes recibieron con alegría una segunda dosis de estimulantes reflexiones; en este caso, en forma de «conversatorio», como definió su entrevistador para la ocasión, el editor Cristian Velasco.
Puértolas defendió la capacidad transformadora de la literatura, pero en la esfera individual. «El poder de la literatura es sobre todo formador. Un libro te puede cambiar, pero no me gusta hablar de poder transformador a nivel colectivo, porque suena a manipular». Para ella, la capacidad formadora o transformadora reside en las palabras y en la riqueza del lenguaje, «que sirve para describir la complejidad de la sociedad. Si simplificamos el lenguaje, simplificamos la explicación de lo que pasa».
Confesó que prefiere escribir a leer, y que escribe para ser leída. «El libro sin lector es una caja vacía; el lector la llena. Cada libro es distinto al ser leído por una persona diferente, incluso es un libro diferente leído por la misma persona un tiempo después». Sin embargo, «al escribir no pienso en el lector, porque no tengo ni idea de quién me puede leer. Y ese es en realidad el lector ideal». Es decir, escribir lo que a uno le apetece, lo que necesita contar, sin pensar en nada más que en contarlo bien.
Y, claro, si ansiamos ser leídos, «duelen las malas críticas, porque todos los escritores queremos ser entendidos», aunque sepamos que es imposible gustar a todo el mundo. Y yo añado: es necesario asumir que cuando esa historia que hemos creado la ponemos al alcance de otros ojos deja de pertenecernos; pertenece a cada nuevo lector, que tendrá derecho a opinar libremente sobre ella sin que debamos sentirnos agraviados como Dorotea.
Sobre esto, la obsesión de muchos escritores que empiezan por dejar de ser invisibles (en mayor o menor grado, todos la hemos experimentado), Soledad Puértolas aportó una reflexión/consejo muy valioso: «resistencia, perseverancia, y no olvidar nunca que es una elección personal. La literatura es superflua, pero necesaria a la vez. Nadie nos ha pedido que escribamos; es un capricho que tenemos, y ser conscientes de ello nos libera».
Para ella, «escribir es una necesidad». La literatura «expresa nuestra ansia de comprensión», dijo, y a la pregunta de su compañero de charla sobre si la literatura es una búsqueda más que un hallazgo, añadió: «el hallazgo no se suele dar, si no, dejarías de escribir. Siempre buscas, porque lo siguiente se sobrepone a lo anterior. Mientras estemos vivos, hay búsqueda».
Que la búsqueda sea larga (incluso más que esta crónica).