Dentro de un par de días nos vamos de “vacaciones”: 2 semanas a la playa con los niños.
Hemos alquilado una casita/bungalow a pie de playa en Premantura (Croacia) y salimos el sábado por la noche, para evitar el calor y que los niños (y sus padres) tengan que sufrir 9 horas de coche despiertos, aburridos, agobiados y asados.
Hasta ahora nuestras “vacaciones” habían consistido en visitar a la familia o dejarnos invitar a un viajecito con los abuelos (una gozada, lo reconozco), pero este año mi marido se puso pesado y hace unos meses nos pusimos a buscar alternativas más íntimas.
Estoy mentalizada y preparada para la aventura. Ya sé que descansada no voy a volver (probablemente todo lo contrario, porque además la panza crece y abulta por momentos), pero me muero de ganas: son nuestras primeras vacaciones solos en familia.
Me siento igual de ilusionada que cuando mis padres nos llevaban de viaje a mi hermana y a mí. O más, incluso, porque cuando tienes un hijo te cambia el chip y disfrutas mil veces más dando que recibiendo.
El pequeño todavía no comprende, no se sorprende ni se entrega tanto; pero el mayor sí y lo que más me apetece, lo que espero como agua de mayo, es ver cómo se le ilumina la cara con cada detalle: la playa, el castillo de arena, las ruinas medievales (que ahora está en la época caballero a tope), la pizza para cenar, la pelota nueva, los mimos a mansalva (que en vacaciones la disciplina se relaja mucho)…
Me pasó estas Navidades, que recuperé la ilusión infantil por las luces, los árboles, los Reyes Magos, los regalos enormes. Toda esa parafernalia navideña que de alguna manera había aprendido a despreciar y que tachaba de consumista, innecesaria y un poco hipócrita, me pareció lo más maravilloso del mundo cuando la vi a través de sus ojos alucinados y su boca muy abierta, cuando me gritaba “¡Mamá! ¡Mira!”, tirándome de la manga, como si yo tampoco lo hubiese visto nunca antes.
Y ahora con las vacaciones igual.
Además que, como buena española, me he tirado los veranos en la playa y ese olor a sal, esa sensación de limpio después de la ducha y el after sun, esos desayunos al sol y cenas en la terraza al fresquito de la brisa marina, ese caer redonda en la cama después de un día agotador con la sensación del sol todavía en la piel, superan con creces la madalenita-flashback de uno que yo me sé.
Estaré incomunicada hasta septiembre, pero volveré, que empieza la cuenta atrás.
¡Felices vacaciones a todo el mundo!