Sin duda alguna estamos viviendo una nueva realidad a la que se le ha llamado nueva normalidad. Personalmente prefiero llamarla nueva realidad ya que nos estamos enfrentando a una situación global de pandemia nueva y diferente, una realidad a la que tendremos que adaptarnos.
Vacaciones del verano 2020. Una nueva realidad en tiempos de Covid-19
Frente a esta nueva realidad, son muchas las personas que afrontan con ansiedad y miedo las vacaciones del verano de 2020, un período que pasará a la historia y que se transmitirá a través de muchas generaciones. Consideremos que en el caso de España, la pandemia por el coronavirus y sus consecuencias ha sido el más trágico suceso que ha afectado al país desde la Guerra Civil de 1936.
Tras varias semanas de un confinamiento domiciliario estricto que comenzó poco antes del inicio de la primavera y finalizó con la llegada del verano, se empezó a hablar del regreso progresivo a una nueva realidad que los últimos datos epidemiológicos están confirmando que será nueva, al menos si nos atenemos a los criterios que definían la normalidad antes de que el Covid-19 nos cambiara por completo la vida.
Al principio de la pandemia, el ansia de todos era que se aplanara cuanto antes la curva de nuevos casos, algo que lentamente se convirtió en realidad gracias al confinamiento domiciliario y a las medidas destinadas a evitar la transmisión del virus. Esto hizo albergar la esperanza en unos, pero también bajar la guardia a otros a la espera de que llegara la ansiada vacuna que consiga erradicar la pandemia.
Pero la realidad ha demostrado que conforme se ha levantado la veda de la prohibiciones, nos ha invadido una nueva epidemia consistente en la irresponsabilidad y el exceso de confianza al creer que todo estaba mejorando, y también la actitud temeraria de quienes actúan como si el Covid-19 fuera una enfermedad que sólo afecta a los demás pero no a ellos.
Si a esto añadimos la presión del poder económico por retomar la actividad laboral cuanto antes (priorizando el riesgo de una crisis económica por encima del sanitario), y la premura por abrir fronteras, fomentar el turismo, el retraso en imponer la obligatoriedad del uso de mascarillas o la falta de determinación para prohibir taxativamente actividades de riesgo como, por ejemplo, el llamado ocio nocturno, era previsible que nuevos casos de Covid-19 comenzaran a expandirse por toda la geografía y que el riesgo de una nueva ola —en principio prevista para otoño— aumentara la probabilidad de un nuevo confinamiento.
Y mientras tanto, las vacaciones ya están aquí…
En este panorama de incertidumbre, son muchos los ciudadanos que no se resignan a renunciar a sus vacaciones, a desplazarse entre provincias o a salir incluso al extranjero, un ansia que tiene su lógica después de la dura primavera que hemos vivido confinados y preocupados por lo incierto que se presentaba el futuro.
Aunque los hay muy atrevidos, también es elevado el porcentaje de quienes apuestan por la sensatez y programan el verano de 2020 con cautela por miedo al contagio. De hecho, hay quienes ya han decidido renunciar a sus vacaciones y prefiere quedarse en casa por considerar su entorno natural (el mismo donde han estado seguros mientras se confinaron) como el lugar más seguro.
Tras la desescalada, muchos se lanzaron a la calle ávidos de respirar aire libre y moverse sin restricciones. Pero hubo también otro sector renuente a incorporarse a una nueva realidad que les inspiraba más temor que ilusión porque, no lo olvidemos, la cuarentena fue una experiencia dura aunque no tuviéramos consciencia de ello a tiempo real y nos pareciera incluso fácil de soportar.
¿Qué es el síndrome de la cabaña?
Estar encerrado dos meses en casa ha supuesto para millones de personas atravesar varias fases emocionales que con el paso del tiempo acabarán pasando factura a muchos que, de entrada, aun tienen miedo a salir de su hogar y sufren síntomas propios de un trastorno de ansiedad que vemos con frecuencia en las consultas médicas y psicológicas.
Se trata de una situación que muchos denominan el síndrome de la cabaña, algo que no es una enfermedad, tampoco un problema serio, sino sólo la consecuencia de un encierro prolongado que propicia la reticencia, o mas bien el miedo, a socializarse de nuevo.
Es una reacción defensiva de un sector vulnerable de la población como consecuencia de la inesperada irrupción del coronavirus en nuestras vidas, algo que predispone a elegir el hogar como el lugar más seguro donde poder estar a salvo del contagio. Los síntomas característicos de este estado emocional o síndrome de la cabaña son la ansiedad y el miedo, una consecuencia de la adaptación ante la nueva realidad.
De entrada, este síndrome no es patológico sino sólo una reacción normal de adaptación después de haber permanecido secuestrados en nuestros domicilios casi tres meses. Algo así como una variante del síndrome de Estocolmo gestado desde el inicio del confinamiento cuando se nos aseguraba que nuestra casa era el único sitio donde podríamos estar seguros. De este modo, lo que en principio podría haber sido una prisión, se fue transformando en una zona de confort, un refugio que nos resistimos a abandonar, sobre todo cuando el enemigo sigue estando fuera según nos repiten machaconamente los informativos.
Pero volvamos al el tema de las vacaciones y consideremos que quienes son propicios a sufrir el síndrome de la cabaña serán más reacios a considerar este verano como un periodo vacacional normal. Es por ello que muchos tienen miedo a viajar y contemplan la planificación de sus vacaciones como una fuente de estrés, ya que decidirse a tomarlas y elegir el destino estará condicionado por el riesgo de contraer el coronavirus.
La proliferación de rebrotes estas últimas semana de julio ha desencadenado una avalancha de cancelaciones en cadena de las reservas que, con cierto escepticismo, se programaron tras la mejoría de la evolución de la pandemia que siguió al confinamiento. Son muchos quienes se decantan por el turismo nacional, y eligen aquellas comunidades autónomas menos afectadas por la pandemia. En cierto modo, se trata de elegir como destino una prolongación de esa zona de confort, de esa cabaña en la que nos hemos sentido seguros durante casi tres meses.
Otra opción más drástica es renunciar a las vacaciones, es decir, mantener un confinamiento voluntario que nos confiera seguridad, pero que en el fondo será perjudicial al predisponernos a alimentar el miedo al abandono del nido, y aumentar la ansiedad y la reticencia a reincorporarnos a la nueva realidad.
Desde un punto de vista que beneficie a la salud mental, quedarse en casa y no hacer algo especial estas vacaciones, será fomentar una espiral que retroalimente la ansiedad y retrase la incorporación a una nueva realidad que, si bien será distinta, también deberemos aceptar como nuestra nueva forma de vivir y relacionarnos con los demás y con el entorno.
Las vacaciones del verano del 2020 serán diferentes
Hay que buscar alicientes que nos animen a abrir un paréntesis tras la primera mitad de un año que será histórico en muchos sentidos. Y deberemos hacerlo, ya no sólo por nuestra salud mental sino por el bienestar de nuestro núcleo familiar, y sobre todo los más pequeños de la casa. Además, disfrutar de un cambio de ubicación aunque sea breve y en un lugar no demasiado alejado de nuestros hogares, puede ser un estímulo que nos ayude a adaptarnos a la nueva realidad y a plantarle cara el miedo.
Inevitablemente, habrá que interiorizar la convicción de que las vacaciones del verano 2020 serán diferentes, que habrá que tomar precauciones que otros veranos no han sido necesarias, y deberemos ser pacientes y persuasivos al transmitirle a los niños —probablemente el colectivo más olvidado e ignorado en esta pandemia— las nuevas normas que todos deberemos cumplir para poder disfrutar de unas vacaciones que, pese a ciertas singularidades, no impedirán disfrutar y jugar a los pequeños.
Los niños entienden la actual situación mucho mejor de lo que los adultos creen, no obstante tendremos que mantenerlos informados de las normas de seguridad que deberán guardar, también de que no se podrán realizar algunas actividades como los otros veranos. Los adultos deberán esforzarse en tener siempre un plan alternativo preparado por si una actividad programada no se pudiera realizar debido a nuevas disposiciones de prevención de riesgos.
Teniendo en cuenta que si los niños disponen de una información adecuada a su edad, estarán aprendiendo a tener responsabilidad personal, al mismo tiempo que aprenderán a tener responsabilidad social. Es decir, esta responsabilidad que en estos momentos tan críticos que vivimos es tan importante «si yo me cuido, también te cuido».
Clotilde Sarrió – Terapia Gestalt Valencia
Este artículo está escrito por Clotilde Sarrió Arnandis y se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 3.0 EspañaImagen: Pexels