Uno de los besos más impresionantes del cine.
Este año se cumplen sesenta de Vacaciones en Roma, aunque no fue estrenada hasta octubre de 1954. En alguna ocasión ya dije que mis míticos amores son Catherine Hepburn, Marilyn Monroe y Audrey Hepburn; no necesariamente por este orden. Depende del momento. Claro, una rubia insegura y sensual; una mirada problemática con días rojos; y la seguridad, la testarudez de una mujer con pantalones no parece que tengan mucho que ver. Pero es lo que hay. Aunque de esto ya he hablado…Vacaciones en Romafue el empujón que necesitó Audrey Hepburn para convertirse en estrella con un papel que en principio estaba pensado para Elisabeth Taylor, hasta que William Wyler le hizo una prueba de cámara a la Hepburn que le dejó impresionado. La grabó sin que ella lo supiera, comentando asuntos personales en un ambiente relajado y distendido.
Pero tampoco el papel del protagonista, el periodista Joe Bradly, estaba pensado para Gregory Peck. El papel estaba reservado para Cari Grant, pero…, tras leer el guión pensó que el periodista quedaba eclipsado por la princesa y, hombre, un poco de eso hay. A raíz de esto Gregory Peck comentaba con humor que cuando le ofrecían un trabajo pensaba que previamente lo habría rechazado Grant.
Es Vacaciones en Romauna película romántica, un cuento de hadas sin ingestión final de perdices al modo Letizia y Felipe, el pequeño Borbón. Pero también es una cinta de periodistas. Evidentemente no está al nivel de Ciudadano Kane, Primera Plana, Todos los hombres del presidente y tantas otras, pero la labor peridística de Joe Bradly y su fotógrafo, Irving Radovich (interpretado por Eddie Albert), es pilar fundamental de la historia.
Bradly está enfrascado en una nocturna partida de póquer con la tribu periodística. Al día siguiente tiene que madrugar para acudir a la rueda de prensa que ofrece la princesa Ana, de la más tradicional realeza europea. Como suele ocurrir con los trasnochados, el periodista se duerme y no llega a la rueda de prensa. Eso sí, mientras se dirige a dormir se encuentra con una joven tumbada en un banco a la que termina llevando caballerosamente a su modesta casa de la que debe dos meses de alquiler.
Recorriendo Roma clandestinamente.
Por la mañana, al periodista le aguarda una espantosa bronca del director de su agencia de noticias. Bradly no se ha enterado que la rueda de prensa ha sido desconvocada porque la princesa ha desaparecido. Como no puede ser de otra manera, el reportero miente. Le dice a su jefe, que ya sabe que la princesa ha desaparecido, que viene de la rueda de prensa, y le cuenta hasta las tópicas preguntas y respuestas que se han hecho (preguntas y respuestas que saldrán en la escena final, lo cual dice mucho de lo que a veces es el periodismo). El dire le sigue la corriente para ver cómo sigue mintiendo, hasta que:- “Si alguna vez se levantara usted a tiempo de ver el periódico de la mañana, podría leer en sus páginas algunas noticias de interés general que le preservarían en el futuro de tener que improvisar mentiras tan complicadas y tan estúpidas…
Entonces, Bradly se da cuenta de que la joven que tiene en su casa es la princesa y… “Cuánto me pagaría usted por una entrevista…”, pero una entrevista en profundidad, más allá de cuestiones políticas, “sus deseos más íntimos serán revelados a este humilde corresponsal en una entrevista exclusiva y privada…” Y con fotos, claro. El acuerdo son cinco mil dólares.
Bradly se pone manos a la obra, le dice a la clandestina princesa que es vendedor de fertilizantes y, a hurtadillas, llama a su fotógrafo que trabaja con un mechero-cámara. Entre disparatadas situaciones Ana y Bradly comienzan a pasar una jornada de visita por la ciudad eterna. Ella, claro, también miente. Asegura que, como Cenicienta, tiene que volver por la noche al colegio en el que trabaja. Es una princesa pero es una esclava. Desea hacer cosas normales. Andar por las calles, sentarse en una terraza, ir a la peluquería… Legendario el paseo en Vespa, que él termina solucionando…, por ser periodista. Hay una anécdota en la escena de La boca de la verdad. La leyenda sobre este monumento, que se explica en la película, cuenta que quien miente pierde la mano al introducirla en la boca. Peck, sin previo aviso a la actriz, metió la mano y la escondió por debajo de su manga dando gritos. El susto que se metió la Hepburn fue verídico.
Por la noche, un baile, una pelea, los dos al Tiber y, mojados, se besan. Un beso de los que llenan de mariposas el estómago y desboca el corazón. Luego, se secan, un abrazo. El coche está a punto de convertirse en calabaza. Es la hora de la despedida y ella le espeta:
- “Prométeme que no me seguirás más allá de la esquina. No sé cómo despedirme. No encuentro palabras”.
- “No son necesarias”, responde él y surge el segundo beso…
El periodista canalla no puede ni tragar saliva. Ella, en palacio, grita que es “esclava de su rango”, si no seguramente no hubiera vuelto nunca.
Pero la peli continúa. El día después se lleva a cabo la rueda de prensa que había sido anulada y, claro, la princesa se encuentra con su periodista. Él, no por ética, sino por un ataque de amor, no escribe el reportaje y devuelve a la princesa las fotos, que realmente eran pura dinamita.
Como anécdota, en ese encuentro con la prensa, Gregory Peck es situado entre dos corresponsales bajitos: “Cortés Cavanillas, de ABC” y “Julio Moriones, de La Vanguardia de Barcelona…”
Y bueno, podría parecer que cuando la tribu de plumillas y foteros se va, la princesa correrá tras su amado, pero, como diría un cinéfilo, un enorme plano secuencia protagonizado por el periodista, jodido, nos lleva al The End.
Dirección:William WylerReparto: Gregory Peck, Audrey Hepburn, Eddie Albert, Hartley Power, Harcourt Williams, Margaret Rawlings, Tullio Carminati, Paolo Carlini, Claudio Ermelli, Paola BorboniGuión: John Dighton, Ian McLellan HunterPaís: Estados Unidos
"Gracias a su primera visión de Audrey Hepburn en Vacaciones en Roma, la mitad de una generación de mujeres jóvenes dejó de rellenar sus sujetadores y tambalearse sobre tacones de aguja".
The New York Times.