Corizonas, la gozosa unión de Los Coronas y Arizona Baby, abre nuevos caminos
musicales en la Plaza Mayor
Hay tipos visionarios que nunca han recibido el trato que se
merecen, valientes que un día tuvieron una idea y decidieron llevarla a la
práctica para construir un mundo mejor, genios que probaron mil veces hasta dar
en el clavo. Esa gente mola. Como el tío (o la tía, vete a saber) que un día
tuvo la visión (bendita visión) de unir el helado de vainilla con el de
chocolate. Hoy parece algo evidente, como de toda la vida: la vainilla con el
chocolate y la nata con la fresa. Pero tuvo que haber un momento en el que
alguien, un iluminado, decidió mezclar ambos sabores. Quizá lo intentó primero
con la vainilla y el pistacho (sacrilegio), o con la vainilla y el ron con pasas
(error) o con la vainilla y la avellana (quita quita). Hasta que al final, se le
encendió la bombilla y ¡coño! vainilla con chocolate. Mezcla perfecta. Y lo
mismo se podría decir de aquel genio que decidió unir la cerveza con la casera,
el huevo revuelto con las patatas, el blanco con el violeta, el ron con la coca
cola y los pavos reales con el Campo Grande. Tipos así son los que nos hacen
tener fe en el futuro de la humanidad. Gente que cree en la mezcla, en el
mestizaje, en el potaje y el maridaje. De ese palo son Los Coronas y los Arizona
Baby, músicos que un día cruzaron sus caminos y se declararon amor eterno bajo
una romántica puesta en clave de sol.
Lo contaron este martes sobre el escenario de la Plaza Mayor.
Recordaron aquella madrugada de lunes en la que el pucelano Javier Vielba entró
en un garito de Madrid vestido como anoche se presentó ante su público –traje
blanco, camisa negra, lacito inmaculado, como si Clint Eastwood estuviera a
punto de tomar la comunión– y todo decidido se plantó junto al grifo de cerveza.
Cuentan los de Los Coronas (los madrileños) que cuando lo vieron pensaron: «Este
va de pringao. Nos acercamos hasta él con la idea de decirle 'no molas tanto':
Pero entonces vimos que llevaba un chapón gigante de Black Sabbath. Y ahí empezó
todo». Fue el gozoso momento en el que se fundió el helado de vainilla con el de
chocolate, cuando Los Coronas abrazaron a Arizona Baby y de esa noche de amor
desenfrenado (no sabemos si nueve meses después) nació, tachán tachán,
Corizonas.
Lo de la táctica que siguieron para elegir el nombre no es algo
nuevo. Y tengo pruebas. Al otro lado del periódico hay mucho malpensado que se
creerá que estas crónicas son un jijí jajá que se hacen con la punta del boli y
en menos tiempo de lo que tarda Mario Casas en quitarse la camiseta en una peli.
Pero no. Esto lleva su curro y su tarea de documentación. Y te lo voy a
demostrar. El método Corizonas es tan viejo como la tatarabuela del conde
Ansúrez. Eso de patentar nuevo nombre con las sílabas de sus creadores. Ahí
tienes el taller mecánico Joycar (José y Carlos) en Medina del Campo. O la
antigua cafetería Tejul (Teles y Julita) en Tudela de Duero. O la extinta
zapatería Feycon (Félix y Consuelo) en la plaza mayor de Peñafiel. O La Tonta,
esa peña de Pedrajas que es la unión del Tongo y La Talankera. Y sí, esta
pequeña lección fue la que aplicaron para elegir el nombre de Corizonas.
Querido lector, habrás podido comprobar que estos pequeños detalles
de erudición (y que no vienen en la wikipedia) son los que dan valor a una
crónica. Pues eso.
Total, que si el nombre de Corizonas bebe de una larga tradición
comercial, su música lo hace de numerosas fuentes que van desde la psicodelia
setentera a Woodstock, la frontera y Fleet Foxes. Todo ello cantado en inglés (o
en italiano) y con la demostración palmaria de que se pueden traer a la Plaza
Mayor propuestas que se alejan del estrecho patrón de la radiofórmula (ayer
había tanta gente, o más, como para escuchar a Peret). O sea, un tipo de público
habitualmente olvidado, marginado en los últimos años en ferias, y que ayer
encontraron alimento para acercarse hasta el corazón de la fiesta y gritar:
¡Estamos vivos! Una apuesta arriesgada, como quizá en su día lo fue la unión de
la vainilla y el chocolate, pero que hizo que cientos de personas se chuparan
ayer los dedos después de degustar el mejor postre para una noche de martes.
Ñam, ñam.