Tras un paréntesis de dos años largos en los que motivos personales me han mantenido en segunda línea del panorama laboral, no tengo la sensación de haber permanecido en segunda línea de la actualidad formativa ni de haber descuidado por ello mi aprendizaje continuado en salud.
¿He acudido a algún congreso? ¿A alguna jornada? ¿A algún curso? No, no y no. Pero también, sí, sí y sí. Físicamente no me he podido desplazar a ninguna sede de congreso ni participar activamente con mi presencia en jornadas o cursos. No obstante, las nuevas tecnologías permiten el acceso a los contenidos que se presentan en las jornadas de formación en tiempo real gracias al streaming y cuanto menos, en diferido al poco de haber concluido la jornada. Y en la mayoría de los casos, de manera gratuita. Por lo que respecta a los cursos, la oferta de MOOC cada vez es mayor, sin menospreciar las múltiples comunidades de práctica en la esfera sanitaria virtual que tanto aportan a la formación continuada. Hangouts, webinars, tweetups... Opciones no faltan para mantener viva el aprendizaje continuo, formal o informal.
Si puedo seguir formándome a la vez que me ahorro los costes de una inscripción de congreso o de la matrícula de un curso, ¿quiere eso decir que el congreso ha muerto? @Lau_CSS, en el blog planneando reflexiona justamente sobre si los congresos médicos están en crisis o no. Cita la propuesta de Carlos Paredes, presidente de la Fundación Valenciana de Pediatría, sobre abrir el debate que concierne al elevado coste de los congresos, en el que insta a mejorar la calidad de los mismos y aboga por una organización más eficiente.
Pero, ¿qué entendemos por eficiente? ¿Abaratar costes de la organización de los eventos manteniendo una oferta de contenidos variada y de calidad? Personalmente, en la era de las comunicaciones sociales y las tecnologías de la información, opino que lo que debemos esperar de un congreso no se alinea tanto en la línea de la cantidad y calidad del contenido (esto se presupone y la provisión del contenido es ‘fácil’ y accesible a través de las múltiples ofertas de la red) sino en la oportunidad que brinda un encuentro presencial de desvirtualizar la formación y facilitar la interacción los con colegas.
Los esfuerzos de eficiencia en la organización de los congresos deberían orientarse hacia el fomento de la interacción personal, en modelos de comunicación opuestos al de la comunicación uno a muchos propio de una conferencia magistral o de unos pocos moderados a muchos que confecciona el guión de una mesa redonda.
Desde que siendo R1 asomé la nariz por primera vez en el congreso mundial de mi especialidad, no he parado de repetir que los congresos, como tales en su formato clásico, son festivales gastronómicos-turísicos en los que el verdadero fruto del congreso se obtiene justamente alrededor de las mesas de canapés (en las épocas de vacas gordas, cuando aún se podía dar buena cuenta de ellos en los descansos entre sesión y sesión), en las comidas o paseos distendidos con los colegas para aprovechar los ratos libres de turismo. Es en esos espacios informales en los que surgen -y hablo desde mi experiencia, claro está- las buenas ideas, las sinergias, las críticas del estado actual de temas de interés, los proyectos y colaboraciones.
En ocasiones te reencuentras con conocidos de otros centros, pero en otras muchas, pones cara a profesionales con quienes has interactuado de manera virtual, ya sea porque los sigues en su blog, lees sus publicaciones o ‘dialogas’ a través de Twitter u otras redes sociales, pero a quienes nunca has visto. Esta maravilla de ofrecer espacios para la virtualidad real debería ser la verdadera esencia de los congresos.
Citando a Manuel Castells, sociólogo donde los haya en comunicación 2.0, la sociabilidad -y yo añado que por ende, la ciencia- online y offline se complementan y se refuerzan mutuamente. La medicina no es ajena a esta cultura de virtualidad real, porque la comunicación virtual es una parte fundamental de nuestra realidad cotidiana.
¿Cuánto más eficiente sería un congreso, un curso o una jornada que se estructurase según un modelo de flipped classroom o clase invertida? Los verdaderos protagonistas del congreso no son los ponentes: son los asistentes. ¿Cuánto más abarataría la organización de un evento con una estructura abierta, sin pagar a espadas de primer nivel -no sólo su tiempo, sino también desplazamientos, estancias y agasajos varios-, en la que se dispusiese de un espacio a lo ágora griega para propiciar las interacciones entre profesionales?
Los espacios para comunicaciones libres y pósters que se reservan en las estructuras ‘convencionales’ de congresos suelen ser espacios de segunda, entendiendo por ello que se suelen fijar en horas poco atractivas, no siempre moderados y con una afluencia minoritaria. En mi idea de flipped congress, estos espacios serían los principales. En una clase invertida, el profesor avanza a sus alumnos los contenidos, ya sea a través de materiales impresos o digitales, en los que la presencia audiovisual cada vez es más importante. ¿Las conferencias magistrales o las mesas redondas no pueden adelantarse al momento presencial del congreso a través de webcasts o hangouts? El asistente al congreso conocería el contenido de antemano y lo debatiría en presencia con sus colegas, presentando proyectos y construyendo y reforzando su red personal de aprendizaje a través de la desvirtualización.
Desconozco si el coste de este sistema sería mayor o menor que lo que cuesta organizar un congreso tradicional, pero en cualquier caso, a mi entender, me resultaría más atractivo.
¿Conocéis experiencias en esta línea?
Encantada de leer vuestro comentarios.