
No puedo creer lo que voy a escribir. Me dicen esto al comenzar la temporada que está diciéndonos adiós estos días, y no me lo creo. Esta entrada está centrada en esa serie que olía a Crepúsculo por todos lados, y que, sorprendentemente, se convirtió en mi placer culpable nº1 de la temporada.
Hace dos semanas que "The Vampire Diaries" despidió su primera temporada convertida en la serie de más éxito de su cadena. Y no me extraña, porque tiene la receta para ser el éxito que es. Su piloto me gustó más de lo que lo hizo con otros seriéfilos. La trama iba avanazando a muy buen ritmo, y de repente, así, sin quererlo, la serie se había convertido en el primer placer culpable de mi vida. Muchos la tacharon de ñoña, o de repetitiva, pero había que verla libre de prejuicios y disfrutarla por lo que es: una serie sobre vampiros. Puede que influya que me he mantenido bastante alejado del fenómeno Crepúsuculo, por lo que no tenía con qué compararla (porque pensar en Coppola y su Drácula es pasarse).
Empezamos la temporada con los papeles muy definidos. Teníamos al malo de la función, Damon, frente a su hermano Stefan y su novia Elena. También estaba claro que la tensión sexual entre los tres iba a jugar un papel importante en la serie. Y luego teníamos a los secundarios, un abanico muy amplio de personajes: Bonnie la bruja, Caroline la amiga de la protagonista, Jeremy el hermano atormentado de Elena y muchos otros que fueron apareciendo conforme avanzaba la temporada.


Pero lo más importante ha sido la aparición de la verdadera Katherine. ¿De dónde ha salido? Habrá que esperar a Septiembre para descubrirlo.
