El vampiro según F. W. Murnau
Entre las décadas de 1720-1740, una fiebre vampírica se abatió sobre Europa. Primero en el folclore y las baladas populares y más adelante a través de la literatura culta, los no-muertos comenzaron a perturbar el sueño y la imaginación de los vivos. Desde que, unos años más adelante (1897), el irlandés Bram Stoker reuniese en su genial Drácula los elementos más destacados de este personaje mítico, el mundo (el literario, al menos) he venido padeciendo sucesivas oleadas de invasiones vampíricas. Ha habido vampiros para todos los gustos, desde los más canónicos -con capa y colmillos afilados- a los vampiros mutantes del Soy leyenda de Richard Matheson (que no soportan el sol, pero no beben sangre... aparte de dominar el mundo) o los vampiros alienígenas de Brian Lumley. Progresivamente, los vampiros han pasado de ser "el otro", representación de lo ultraterrenal y lo maligno, a humanizarse cada vez más. Hasta convertirse -los pobres, quién se lo hubiera dicho al sanguinario Vlad, el Empalador, que ahora dicen que está enterrado en una iglesia de Nápoles- en los seres francamente sexuados y enamoradizos de las series para adolescentes (que devoraron igualmente millones de adultos).Entre unos y otros, la variedad de tipos vampíricos es inmensa. El cine -adaptando muchas de estas novelas y con algunas películas originales- ha contribuido no poco a su popularidad. ¿Quién no recuerda con cierto estremecimiento la siniestra figura de Christopher Lee? ¿o, en el otro extremo del espectro -sabrán disculparme el chiste-, los divertidos vampiros de la familia Monster? Ahora, Jim Jarmusch, uno de los directores más personales del cine independiente americano, ha hecho una película de vampiros. Pero son unos vampiros muy, muy bibliómanos. Hablando de Jarmusch, su amigo Tom Waits dijo hace un tiempo que «La clave, creo, para Jim, es que se quedó canoso cuando tenía 15 años... Como resultado, siempre se sintió como un inmigrante en el mundo adolescente. Ha sido un inmigrante -un benévolo y fascinado extranjero- desde entonces. Y todas sus películas son sobre eso.» Desde luego, esta Only Lovers Left Alive (Sólo los amantes sobreviven) lo es.
Tilda Swinton, crepuscular y rodeada de libros
Extraños en un mundo donde no tienen cabida, estos melancólicos vampiros enamorados de la belleza, de la literatura y de la naturaleza resultan increíblemente atractivos para todos los que, aún sin pertenecer a la estirpe de los no-muertos, nos sentimos ofendidos por la grosería y la fealdad que tan a menudo nos rodea. Desde el momento en que la etérea Tilda Swinton llena su maleta no de ropa, sino de libros de todas las épocas y culturas, la película me ganó por completo. Y la cosa no hizo más que mejorar: el vampiro Adam (la pareja lleva los bíblicos nombres de Adam e Eve) colecciona instrumentos musicales antiguos, compone música funeraria y detesta los horrendos amasijos de cables con que la torpeza de las compañías eléctricas salpica nuestras paredes (yo también he estado a menudo tentada de fotografiar alguna de esas ofensivas cajas de electricidad para denunciarlos... pero ¿quién me haría caso?); ambos llaman a las plantas y animales por sus nombres latinos, aman lo antiguo y beben sangre -comprada de extranjis- de unas delicadas copitas de cristal tallado. La casa de Adam luce toda una pared tapizada de retratos de escritores y músicos: Blake, Poe, Marlowe...
Vampiros modernos, leen en el avión, aunque
sólo en vuelos nocturnos
Precisamente Christopher Marlowe es el mentor de Eve. Es un vampiro, por supuesto, ¿o cómo se creían ustedes que se explica su misteriosa muerte? Los que estén al tanto de las múltiples controversias sobre la autoría de las obras de Shakespeare -más sobre esto aquí- comprenderán que esta condición vampírica lo convierte en un firme candidato, ya que la principal objeción que le ponían -que murió antes de que viesen la luz algunas de las principales obras shakesperianas- queda borrada de un plumazo.
La elegía por los tiempos pasados y la decadencia recorren la obra. Eve, rodeada de sus libros, vive en Tánger, una ciudad que conoció momentos de gloria, ahora pasados, mientras que Adam, con sus instrumentos musicales, se esconde de sus fans en una mansión decadente en el aún más decadente Detroit. Los paseos nocturnos de ambos por la antigua capital del coche de América constituyen algunos de los más bellos pasajes de la película.
En resumen, que me he quedado con ganas de volverla a ver con más calma, pues a pesar de las enormes ventajas de la sala de cine, en muchos momentos hubiese querido detener la imagen: para ver cuáles son los libros que Eve se lleva de viaje, para detallar los retratos que cuelgan en casa de Adam, para admirar con calma las ruinas de Detroit... Como dice la joven y deslenguada hermana de Eve, Ava, es posible que estos vampiros sean un poco snobs. Pero qué difícil debe ser resistir a la tentación de coleccionar cosas hermosas cuando uno se sabe inmortal...