Revista Jurídico
Durante el parte de tranquilidad que daba el jefe de Estado -Juan Manuel Santos- al finalizar los comicios electorales del pasado 25 de octubre, hubo un detalle que todos los televidentes pudimos apreciar de manera notoria: la sonrisa del vicepresidente Germán Vargas Lleras. Claro, había motivos para estar contento; el movimiento del exsenador, exministro y exconcejal de Bogotá había ganado las alcaldías en dos de las ciudades más importantes de Colombia: Bogotá y Barranquilla. En total, obtuvo la victoria en nueve alcaldías de capitales de departamento, y en cinco gobernaciones (sin sumar las coaliciones en otras zonas). Podemos decir que Vargas Lleras fue uno de los grandes ganadores en estas elecciones. Su trayectoria política comenzó en el Concejo de Bogotá, luego saltó al Senado donde fue presidente de esa corporación, y en 2010 decidió respaldar la candidatura de Santos, después de deponer la suya propia. Eso le valió para ser nombrado como ministro de Interior y Justicia, y después de Vivienda. En 2014, luego del retiro de Angelino Garzón, Vargas Lleras se convirtió en el vicepresidente de la República, con la misión a su cargo de fortalecer dos ministerios claves: Infraestructura y Vivienda (cartera que ya había ocupado en el pasado). Este político, que pertenece a una de las castas aristocráticas más importantes de Colombia: la de la familia Lleras, se graduó de abogado de la Universidad del Rosario, como sus otros dos hermanos, José Antonio y Enrique, y desde hace varios años está apuntalando su perfil para convertirse en el primer mandatario de los colombianos; como ya lo hizo su abuelo Carlos Lleras Restrepo en 1966. Vargas Lleras ha sido víctima de dos atentados contra su vida; en uno de ellos, perdió partes de algunos de sus dedos, y en otro, se salvó de milagro, cuando explotó un carro-bomba al paso de la caravana que lo transportaba. Tiene fama de malgeniado, de estricto, pero también de tener posturas rígidas y polémicas. Es natural y elemental que en el 2018 quiera presentarse a la contienda electoral para ser elegido presidente de Colombia, sin embargo, hay un obstáculo ostensible: no tendría la bendición de su actual jefe, Juan Manuel Santos. Si bien es cierto, Vargas Lleras es el coequipero de Santos en el Gobierno, este no estaría tan inclinado a respaldar la candidatura de aquel por un motivo grandísimo: el nieto de Lleras no estaría ciento por ciento convencido del proceso de negociación con las Farc. Es por esto que Santos no le daría su bendición en 2018 como heredero de la Unidad Nacional. El partido Liberal tampoco lo respaldaría porque esa colectividad estaría inclinada a irse con candidato propio, en la persona de Humberto de la Calle quizá, o de otro político en ascenso como lo sería Juan Manuel Galán; no sabemos. Vargas Lleras tiene varios factores a favor que le podrían beneficiar en 2018; en primer lugar, que es el actual vicepresidente de la República, eso pesa mucho en un país presidencialista como este, fuera de eso, el manejo y la supervisión de dos ministerios –vivienda e infraestructura- dan un buen empuje e imagen a cualquier político con aspiraciones serias. En segundo lugar, Vargas Lleras es un avezado del mundo electoral, es un político profesional; su conocimiento del entramado del poder en Colombia es milimétrico, puntual y amplio. En tercer lugar, tendría el apoyo en la Costa del clan familiar Char, lo cual no es despreciable para quien quiera hacerse con el solio de Bolívar; y en Bogotá, los buenos resultados que seguramente conseguirá Peñalosa los podrá reclamar indirectamente Vargas Lleras. En cuarto lugar, Vargas Lleras es un consentido del status quo, tiene buena imagen dentro del empresariado colombiano y dentro de las Fuerzas Armadas, y sobre todo, dentro de la clase dirigente de este país. Los vientos que tendría en contra su candidatura presidencial también son bastante serios. Juan Manuel Santos, en 2018, si el proceso de paz culmina exitosamente, necesitaría de un presidente de la República que ejecute el tan manido “post-conflicto”; y Vargas Lleras no es precisamente el hombre que representa esto. Su silencio frente a las negociaciones de La Habana ha sido una muestra de que no estaría o está muy feliz con el asunto, del todo. Para reemplazar a Santos, dentro del partido de la U, se estarían barajando los posibles nombres de Mauricio Cárdenas Santamaría o de Juan Carlos Pinzón. Vargas Lleras también tiene en contra que su nombre está sonando para presidente de la República desde hace rato, y por lo tanto sus adversarios ya han tenido tiempo de sobra para obrar en contra de su candidatura. Por ejemplo, en el Congreso se tramitó una reforma que solo permite al Vicepresidente presentarse a las elecciones como Presidente si se retira por lo menos un año antes. Vargas Lleras disparó las alertas de sus adversarios desde hace rato y eso no sería bueno para sus aspiraciones. El factor sorpresa está anulado completamente. En 2018 se desbarataría la Unidad Nacional, ya que el partido Liberal iría con candidato propio, lo mismo sucedería con el partido de la U, y es probable que el partido Conservador también lleve a alguien de manera independiente. Cambio Radical sería el único bastión de Vargas Lleras, y si solo se presenta por este movimiento, las cosas no estarían tan fáciles del todo. El paso del tiempo es otro enemigo de Vargas Lleras, ya que si las elecciones fueran hoy no habría duda de que él picaría en punta en esta competencia, sin embargo, faltan tres años o dos años y medio todavía –para ser exactos- y eso es mucho tiempo; cualquier cosa podría pasar de aquí a allá, y en Colombia esa posibilidad de cambio es muy probable. Por ahora, la posibilidad de que en 2018 Germán Vargas Lleras sea el próximo presidente de la República es muy alta, altísima, sin embargo, también hay muchas variables que él no puede manejar y que serían serios obstáculos para que esa hipotética situación se haga realidad de verdad.