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Vargas Llosa, la orgía perpetua

Publicado el 07 octubre 2010 por Joaquín Armada @Hipoenlacuerda
Vargas Llosa, la orgía perpetua

Vargas Llosa, la orgía perpetua

Una vez me enamoré de un personaje literario. Me sedujo con su voz, su sonrisa y unos ojos preciosos, de un color que la luz convertía en un enigma. Pero no me enamoré de ella sino del personaje que había construido con palabras en su diario. Leí cuatro años de su vida de un tirón, intentando conocerla para seducirla. En ese espejo de palabras la vi feliz y triste, caprichosa y nostálgica, e intentando apresarla quedé cautivo.

No es consuelo saber que no soy el único. Vargas Llosa se enamoró de Emma el verano de 1959, tras una noche de amor en una pequeña habitación del parisino Hotel Wetter. Los jóvenes amantes no durmieron durante toda la noche. Al amanecer, Mario se quedó dormido y cuando despertó Emma ya no estaba en las páginas de la novela y Mario ya no era el Mario de la noche anterior.

Cuando desperté, para retomar la lectura, es imposible que no haya tenido dos certidumbres como dos relámpagos: que ya sabía qué escritor me hubiera gustado ser y que desde entonces y hasta la muerte viviría enamorado de Madame Bovary”.

La cita no pertenece a ningún diario sino a “La orgía perpetua”, ensayo de título infalible en el que Vargas Llosa realiza un análisis sistemático de “Madame Bovary”. Desmontando la novela, Vargas Llosa describe las técnicas, ambiciones y gustos de Flaubert y al hacerlo nos descubre al escritor que es él mismo. Vemos a Flaubert a través de Vargas Llosa y en las pupilas de Gustave descubrimos a Mario.

Gustave Flaubert, el hombre pluma, quiso escribir un libro sobre nada, sujeto sólo por la brillantez de su estilo. Podía dedicar horas a una sola frase. Terminado el borrador de una página someterlo a la prueba final de su lectura en voz alta. Tardó cuatro años, siete meses y 11 días en escribir “Madame Bovary”. Su talento, tan incomprendido en su época que le llevó a sentarse en el banquillo, fue una obra de paciencia y entrega total.

…la correspondencia de Flaubert constituye el mejor amigo para un escritor que se inicia (…) las cartas muestran mejor que nada la humanidad de su genio (…) cómo, en la tarea de la creación el hombre está enteramente librado a sí mismo, para mal (nadie vendrá a dictarle al oído el adjetivo adecuado, el adverbio feliz), pero asimismo para bien, porque (…) si es capaz de “disecarse en vivo” como Flaubert, conseguirá también, como aquel provinciano vociferante y solterón, escribir algo durable”.

Leída “La orgía perpetua” con el recuerdo fresco de “El mago”, es en García Márquez en quien encuentro una gran similitud con Flaubert. Y no, no por la técnica, sino por el método flaubertiano, que Vargas Llosa define como “el saqueo consciente de la realidad real para la edificación de la realidad ficticia”. Ahí están “Cien años de soledad”, “El coronel…” o “Crónica de una muerte anunciada”, saqueos evidentes.

En cambio, es en el dominio de la técnica, en la construcción minuciosa del entramado de una novela, en la asunción del oficio del novelista como un creador disciplinado, casi esclavo, donde Flaubert y Vargas Llosa se parecen. Espero con impaciencia la aparición de “El sueño del celta”, la nueva novela de Vargas Llosa. Será una oportunidad para descubrir un nuevo personaje y gozar como mirón de la orgía perpetua de la escritura del, por fin, premio Nobel.

7/10/10


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