La extraordinaria producción artística francesa durante la época napoleónica culminaría con el Neoclasicismo más ideológico de todos. Sin embargo, esta tendencia creativa se iniciaría ya años antes, en pleno siglo de las Luces, el dieciocho, cuando el deseo de la Ilustración -representado por los pensadores de entonces- defendería una existencia basada en la Razón sobre todas las cosas. Este deseo vendría a sustituir, claramente, el papel de la Religión por una visión ahora mucho más laica de todo el Mundo y del Hombre. Esta actitud llevará desde entonces a reordenar la vida y las relaciones de los seres humanos, tratando ya así de construir un nuevo y definitivo concepto científico de la verdad.
Cuando la Posmodernidad apareció en el mundo occidental a finales del siglo XX, para tratar de comprender qué habría pasado ya con el anterior mundo, algunos expusieron sus teorías sobre la verdad. Entonces el filósofo francés Lyotard (1924-1998) dejaría clara su visión actual del reconocimiento de la verdad: La pregunta, explícita o no, planteada por el estudiante, por el Estado, por los que enseñan, ya no es ¿es eso verdad?, sino ¿para qué sirve? En el actual contexto de la mercantilización del saber ésta última pregunta, las más de las veces, significa: ¿se puede vender? Y desde el contexto de la argumentación del poder: ¿es eficaz? Pues la disposición de una competencia válida -realizable en sí- debiera ser el resultado vendible en las condiciones anteriormente descritas, y es eficaz por definición. Lo que deja de serlo es la competencia según otros criterios, como verdadero/falso, justo/injusto, etc..., y, evidentemente, la débil intencionalidad en general.
La Posmodernidad se utilizaría ya en varios aspectos culturales de la vida: filosóficos, históricos y artísticos. Aunque su definición sigue siendo compleja, básicamente sus características en el pensamiento fueron: el antidualismo, la crítica de los textos, la importancia del lenguaje, y la verdad como algo relativo. Los pensadores argumentarían que la modernidad (desde el Renacimiento para acá) habría creado dualismos: negro/blanco; creyente/ateo; occidente/oriente; hombre/mujer, etc. Que los textos (históricos, literarios) no tendrían autoridad de por sí, ni pueden decirnos qué sucedió en verdad, más bien reflejarán prejuicios y son, además, una muestra de la cultura y de la época del escritor. Por otro lado, el posmodernismo defenderá que el lenguaje moldea nuestro pensamiento, que no puede existir ninguno sin lenguaje, y que éste crea, finalmente, la verdad. Pero que la verdad es una cuestión de perspectiva, o de contexto, más que algo universal. No podremos tener acceso a la realidad, a la forma en que las cosas son, sino solamente a lo que nos parecen a nosotros.
El héroe mítico Teseo es conocido sobre todo por haber matado al Minotauro, pero, la verdad es que fue mucho más que eso. Fue rey de Atenas, hijo de Egeo y Etra, aunque otras versiones afirman que fue hijo del dios Poseidón. En el famoso relato cretense, Ariadna acabaría enamorándose de él. Ella le propuso ayudarle -con su famoso hilo- a cambio de que se la llevara con él y la hiciera su reina. Teseo aceptaría, y, después de matar al Minotauro, terminaría saliendo ya del laberinto. Años después abandoría a Ariadna, y, en una unión pasajera con la hermosa Antíope, le nacería su hijo Hipólito. Sin embargo, finalmente el héroe se relacionaría con la hermana de Ariadna, la libidinosa Fedra.
Teseo conocería ya al rey de los lápitas, Pirítoo, y ambos llegarían a ser grandes amigos. Participaron en hazañas bélicas y compartieron aventuras con los Argonautas. Tanta amistad les unió, que decidieron casarse cada uno con una hija del gran dios Zeus. Teseo con Helena, y Pirítoo con Perséfone. Pero, para que éste pudiese unirse a ésta, tendría que ir ahora a buscarla a los infiernos, al Hades. Los dos, decididos y valientes, aceptaron el duro reto. Creyeron que podrían bajar, raptarla y salir como si nada. Sin embargo, Hades -el dios del inframundo- les tendería una trampa, y acabarían aprisionados en el fondo. Mientras tanto, Hipólito crecía en Atenas, convirtiéndose en un apuesto y hermoso efebo. Su madrastra Fedra pensaría ahora que Teseo no volvería jamás. Y es así como surgiría uno de los dramas griegos más representados, famosos y versionados de la Antigüedad.
El primero en escribirlo fue Eurípides, más tarde Sófocles, luego Ovidio, también el romano Séneca y el francés Racine. Cada cual representaría una versión diferente de la leyenda, de la historia de Hipólito y Fedra. Eurípides redactaría, además, dos versiones diferentes. Una desde la perspectiva de Hipólito, otra desde la de Fedra. En la primera se presenta la excelsa y virtuosa figura de Hipólito frente a la impúdica de Fedra. En la contraria nos muestra una Fedra más moral, más humana y determinada por otros elemntos ajenos a ella. En una versión, ella acabará declarándole su amor a Hipólito -su hijastro- mientras Teseo estaría lejos. Por lo tanto su falta no podría ser ya peor: cometería tanto incesto como adulterio. Pero, en otras versiones, Fedra sería ahora la víctima de Afrodita, la cual se habría ofendido ya con Hipólito por haberla rechazado frente a la diosa Diana.
Sófocles llevaría a cabo un mayor protagonismo de ella. Éste situará claramente a Teseo en el Hades, y por esto eximirá así a su heroína del delito de adulterio. En Séneca, Fedra se convencerá insistentemente de que Teseo no volverá, y le declarará ya su pasión a Hipólito; éste se debatirá entonces entre su deber y su deseo. En Racine, los personajes se humanizarán aún más. Fedra intentará suicidarse por no poder soportar el rechazo de Hipólito. Teseo regresará, y es informado de la falsa traición de su hijo por otros personajes desdeñados por él. De pronto le llegará a Teseo la noticia de que su hijo se ha estrellado en su carro, y morirá éste abatido por sus propios caballos cuando, huyendo de unos monstruos marinos, sea arrastrado por las riendas de aquéllos y golpeado, inevitablemente ya, contra unas oscuras rocas cercanas al mar.
(Óleo del pintor neoclásico francés Joseph-Désiré Court, Muerte de Hipólito, 1828, Museo de Fabre, Montpellier, Francia; Cuadro Fedra, 1880, del pintor academicista Alexandre Cabanel, Museo Fabre, Francia; Óleo Fedra e Hipólito, 1802, del pintor francés Pierre-Narcisse Guérin, Museo del Louvre, París.)
Revista Arte
Varias versiones palpitan; la verdad es inútil querer conocerla, tanto como creer que alguna exista
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