Como la crisis y la realidad son tan tozudas como un elefante, he empezado a vender mi colección de vinilos. Ha venido un tipo agradable a casa y se ha llevado las rarezas y los EPs. Mañana vendrá otro, con una furgoneta, y se llevará los LPs.
Tras un ligero temblor de manos he cerrado el trato. Aviso a navegantes: los discos y los CDs que no son de colección se pagan a un euro la unidad. Más o menos lo que cuesta un kilo de patatas. El tipo que ha venido a casa era curioso: simpático, educado, vestido como un hombre de clase media, pero… Conocía a grupos que ni Dios los recuerda: Cáncer Moon, L7, Parálisis Permanente, Durruti Coloumn, Parkinson DC, Bauhaus, El Inquilino Comunista, Stray Cats. Las apariencias engañan, es verdad.
Luego, cuando he cerrado la puerta y he fumado un cigarro en la ladera del Tibidabo, he llegado a una conclusión cierta: una cosa es la calidad artística y la otra es el precio de mercado, que no tienen porque coincidir en nada.
Uno, cuando se vende los discos, siente que rompe un hilo invisible que lo ataba al pasado. Romper con el pasado es algo así como ser un poco más libre hoy que ayer. Y para celebrarlo, dejo por aquí música de ayer o anteayer.