—Vengo a por ti, cariño —me dijo con ese sensual acento caribeño que siempre me ha cautivado.
Me giré y la vi allí: una morena de apetitosos labios rojos y cuerpo sinuoso, recortada contra el fondo malva del club. Dejé a un lado mi tercera copa. Siempre tomo una por cada víctima. En el fondo soy un sentimental y me gusta brindar porque su tránsito haya sido feliz.Ella se acodó en el mostrador, tomó el vaso y posó sus delicados labios en el borde para probar un sorbo justo por donde había bebido yo. Con la otra mano acarició mi nuca y con los dedos diseñó surcos erráticos en mi pelo.
—Delicioso —me susurró al oído.
—Si quieres probarlo todo, estoy dispuesto a complacerte —mi voz salió algo ronca como siempre que me excito—. Sube a la habitación y me reuniré contigo en unos minutos.
—Claro, amor —noté cómo su perfumado aliento me envolvía, acelerando mis pulsaciones—, pero será mejor que te adelantes tú. Sube deprisa que yo me reuniré contigo más tarde…
Apenas tuve tiempo de sentirlo. Escuché un estruendo junto a mi oreja y todo se fundió en negro.
—Sí, más tarde, querido, más tarde subiré para estar contigo por toda la eternidad.