TVE ha vuelto a reponer Verano Azul. Los programadores han considerado que este podría ser un buen momento, acuciados por los recortes presupuestarios en calidad y por los recortes particulares de cada uno en imaginación. Podemos verla desde el 30 de junio, y en versión remasterizada para los más sibaritas. La serie no se veía desde 1995, aunque en la memoria colectiva vuelva una y otra vez cada verano y todo se suceda como un continuum en el que, al contrario de lo que postulaba el Príncipe en El Gatopardo, nada tenga que cambiar para que parezca que todo está bien, que sigue igual.
Como cada año, Chanquete morirá, esta vez en medio de un paquete de medidas legislativas que nada tienen que ver con él; tampoco con nosotros. La exaltación y elogio de la bicicleta como juego y medio de transporte, de la libertad como opción de vida y la inocencia de aquellos años quedan ya lejos, y ni remasterizados nos la podrán colar. Se perderán de nuevo con el viejo marino varado en tierra y sus amigos antes de que acabe el verano. Lo ha dicho Alberto Ruiz-Gallardón, porque el ministro de justicia, que apenas nada parece saber de ella, prepara su verano más azul, con
su ley del aborto particular y aprovecha la coyuntura, la modorra bochornosa del verano para fraguar una ley también bochornosa y dar uno de los
últimos hachazos a la desmigajada libertad privada que agoniza en la arena de la playa. Y apenas le queda ya tiempo al ministro. Deberá darse
prisa si quiere que sus desmemoriados votantes no se acuerden del atropello en 2015, año mariano de elecciones autonómicas y municipales.
Y al igual que los protagonistas de la serie coreaban No nos moverán allá en 1982, cuando una constructora extorsionaba, ayer como hoy, a Chanquete para que abandonara su barca, su huerto, su vida, también hoy en 2014, como en 1936, tendremos que salir a gritar de nuevo No pasarán. Cuando parecía todo superado. Ayer como hoy.