Revista Deportes

Verano sangriento

Por Antoniodiaz

El aficionado conspicuo, un rato harto del monarquismo cultureta instaurado por el partido taurino del jédiez, anda dándole vueltas al caletre con los numerosos y zafios asuntos que está ofreciendo el toreo este invierno, que vienen a estar todos relacionados con los palabros de moda de los últimos años: derechos y libertá. Y de ese corralito progre no salimos, los críticos parecen jueces garzón montándole pleitos al bigote facha de Molés por repetir festejos de cuando la memoria histórica era recuerdo acibarado de una noche, cuando todos, por lo menos los que aún viven, doblaron la mocha al paso del caudillo de Alquerías sin decir ni . A tal punto de desvarío han llevado la cosa que, uno, que cree haberlo visto todo, alimentado con la bancarrota de torería que demuestra la jet set marbellí del escalafón, puede llegar a imaginar que el próximo paso que van a dar será encadenarse a los leones del Congreso y clamar el "libertad, sin ira libertad" de Jarcha a modo de pasodoble-protesta. Ay, pobres míos, en qué cuneta habrán arrojado la grandeza del coleta, aquella que hacía al hombre por encima de todas las cosas. Hasta de su propia imagen.
Y a esto que la guerra que con tan napoleónico entusiasmo la misma banda taurina empezó, se les va tornando en justa derrota, por muchos jallares que saquen en la negociación y por mucha flor que mantengan sin marchitar con la mengua de tanta retransmisión plusera. Porque el público, desde el clavelero bienpeinao hasta el convidao que acampa en el tendido paletilla mercadona y cuchillo jamonero en mano, pasando por el arretratista que viene a echarse fotos con los hartistas, se va cansando de tanta mezquindad y ruina moral. Al cabal no hace falta mentarlo: hace tiempo que se coscó de la decadencia.
Ruina y vergüenza no precisamente por sus exigencias televisivas, que harán justicia con lo que es suyo, sino por el buitreo, el oportunismo mal encarado, con la ceguera propia de la figura, que es incapaz de ver más allá de su propia nariz. Si hablamos de derechos y libertades, ahí me hubiera gustado ver a ese July, dechado de importancia, o a Manzanares, que sale anunciando su toreo hasta en el catálogo del Venca, cuando el nacionalismo muyahidín practicó la ablanción taurina al indefenso niño gallego; también en la mañana de la bicha, día de la prohibición culé, cuando el Sera se fue a porta gaiola al Parlament, mano a mano con su pena, a que una camarilla de políticos, mala gente, le sacaran los tres pañuelos que lo mandaban al éxodo en corrales de la meseta. Pero no, ninguna de estas pasionarias tuvo a bien mirar por el prójimo que, en materia taurina, es el cliente, el encargado de llenar el plato de garbanzos del profesional. Ayer, hoy y siempre; en los tiempos remotos de Lagartijo, en el NO DO de Manolete, y en las gafas 3D de Manzanares.
Gracias a esta ineptitud, que a veces los lleva a ser perjudiciales hasta para ellos mismos, al toreo le pintan una ocasión calva: la reapertura de miras para el aficionado, secuestrado por el arte, hacía donde reside la auténtica renovación de la Fiesta, que no está en otro lugar que no sean las raíces ancestrales. Que las figuras se queden fuera de primer plano sería uno de los hechos más fructíferos de los últimos años. Adiós al baile de camiones cada vez que se anuncia tarde de postín, fuera las imposiciones castristas, las amenazas en los sorteos, la corrupción en la información, el abuso económico, la pistola en la testa del bicho de encaste minoritario también se relajará, como el pisoteo a autoridades o el veto a compañeros. La tauromaquia se alejaría de la senda del arte del veintiuno, pero se acercaría mucho más a la verdad, la de siempre.
Y los Urdiales, Robleño, Castaño, Morenito, los Aguilar, José Luis Moreno junto los brotes verdes mexicanos a poner esto boca abajo, a demostrar que el oficio de matador aún conserva hidalguía, a exigir pitones, tipo y edad; a hacer de los compañeros, enemigos íntimos y a volver a contagiar el miedo, motor de las corridas de toros, por los tendidos.
David Mora e Iván Fandiño, que exigen Cuadris, Nuñez del Alcurrucén y Cebaditas en las Ventas y Vista Alegre, en duelo y en solitario, acaban de alumbrar, todavía en los bajo cero de enero, los primeros rayos de una canícula con la que soñamos que sea nuestro propio "verano sangriento".


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