Gonzalo Ortigosa en “Opinión y Toros”:
“Si Diego Urdiales no existiese habría que inventarlo. Si tardes como la de hoy no existiesen habría que inventarlas. Si Cervantes no hubiese escrito El Quijote habría que levantarlo de la tumba para que lo hiciera. Si Velázquez no hubiese pintado Las Meninas habría que abrir su tumba para sacarlo y ponerle a pintar. Si los hechos trascendentales que ocurren no ocurriesen no seriamos seres humanos racionales y con el poder de irradiar nuestra alma y ponerla al servicio de la humanidad. Diego Urdiales ha puesto su alma al servicio de las nuestras, se ha dejado vivir para trascender y hacerse su hueco en la historia de Bilbao; un Bilbao que hoy sí que se escribe con mayúscula. Una capital que ha visto a un torero Trascendental, Único.
Y los Victorinos, unos seres caprichosos que tan pronto te quitan las ganas de vivir como te las dan... Los Victorinos del infierno y de la gloria...”
Andrés Verdeguer en “Cornadas para todos”:
“Al límite, tarde de toros y de toreros de una pieza. De verdades absolutas y emociones intensas: del estado de pánico y el imperio del toro indómito a la conmoción del toreo profundo y, en esencia, poseedor de la bravura. Una corrida de toros ejemplar, de esas en las que sales flotando del coso, medio conmocionado, tras haber sentido ese zarpazo rotundo que es la grandeza de la Fiesta en su máxima expresión. La explosión perfecta de dos insondables misterios, frente a frente: el toro (toro) y el valor del torero que lleva hasta cierto punto su propia vida.
Y en Bilbao, que, pobrecita, un poco más y no se entera. Lo llegan a sentir de verdad, a corazón abierto, y Diego Urdiales y Luis Bolívar habrían sido sacados a hombros por la puerta grande en apasionada manifestación radical por el toreo. Radical porque así se expresó el toreo, tal cual desde la misma raíz frente a una corrida de Victorino Martín encastada o más, y rica de matices: de los indómitos y excesivos segundo y tercero a la encastada dulzura del corrido en quinto lugar o a la seriedad del hondo cuarto o a la capacidad de respuesta de primero y sexto. Una corrida de toros, vaya.
Y frente a esos seis, tres torerazos. Diego Urdiales cuajó una tarde soberbia, sin más. Mató tres toros por el percance de Javier Castaño, lo dio todo, derrochó esa torería que le convierte en un gigante de cuerpo menudo y en la plaza, donde cobró dos serias volteretas, se entregó en cuerpo y alma hasta el llanto y el triunfo final. Pura entrega a la vida, al toreo, por aquello que dijo José Tomás. Pues Urdiales, al pie de la letra.”