Verdades verdaderas. La vida de Estela es el título con el que Nicolás Gil Lavedra terminó estrenando su primer largometraje en nuestro circuito comercial, en detrimento del alternativo Buscando finales felices. El desembarco en las salas porteñas tuvo lugar el jueves pasado, después de pasar por distintos festivales (el último fue el de Mar del Plata) y tras esta otra distinción que la presidenta de Abuela de Plaza de Mayo recibió por parte de la UNESCO.
El cambio de nombre altera poco la intención de apuesta a la esperanza, relacionada con una expresión de deseo a favor de la homenajeada. Así lo prueba el cierre de esta biografía hecha desde la ficción pero con un último plano de la Estela Carlotto real, y con una suerte de epílogo que muestra los rostros de algunos nietos recuperados.
Por su parte el título definitivo supone un claro compromiso histórico y político: una pretensión de “verdad” (“verdadera”, por si hiciera falta resaltar) que no admite medias tintas ni distorsión. En este sentido, la recreación de la vida de Estela ilustra un trágico capítulo de nuestro pasado reciente desde la perspectiva centrada en el horror cometido por el terrorismo de Estado, y ajena o directamente contraria a la llamada “teoría de los dos demonios“.
La vida de Carlotto es conmovedora per se, más allá del trabajo de reconstrucción narrativa que realizaron los guionistas Jorge Maestro y María Laura Gargarella. En este sentido, lo más destacable del largometraje es su condición de herramienta de difusión y concientización.
Dicho esto, cabe destacar el tino de evitar la dramatización excesiva (con posibles golpes bajos) y de convocar a un elenco homogéneo, cuyos integrantes (Alejandro Awada, Rita Cortese, Carlos Portaluppi, Laura Novoa, Fernán Mirás entre otros) ofrecen una actuación sentida. A cargo del rol protagónico, Susú Pecoraro merece una mención aparte por construir un parecido notable con la Estela original.
Algunos compatriotas sostienen que los argentinos ya vimos suficientes ficciones y documentales sobre la dictadura, los desaparecidos, la apropiación de bebés, la lucha de las madres y abuelas de Plaza de Mayo. Otros pensamos que las obras alusivas nunca están de más, sobre todo cuando cuentan verdades que a nuestro juicio son verdaderas.