Publicada originalmente en agosto de 2012
Algunas cosas nunca cambian.
Hace 43 años el escritor Isidoro Blaisten (1933-2004), uno de los mejores cuentistas argentinos, publicó su libro La Felicidad (1969), donde incluyó una obra maestra del género, el cuento Los Tarmas.
En él, cuenta la historia de una familia venida abajo -padre, madre, dos hijos chicos- cuyo único trabajo es, previa consulta puntillosa a diarios que piden prestados al diariero y que deben devolver rápido, marcar los vernissages del día para asistir y, más allá de lo expuesto en el evento en cuestión, beber y comer hasta reventar.
El cuento de Blaisten desprende una ternura infinita a los que él llamó “los tarmas”, pero que cuya palabra original, él mismo lo reconoce en el cuento, viene de la palabra “termas” o “termitas”, esas hormigas blancas que devoran sin piedad todo lo que encuentran a su paso.
“Los tarmas” sobreviven en el s XXI, asisten como invitados “oficiales” a los eventos donde hay comida y tragos: siempre los mismos, siempre encantadores, siempre con identidad dudosa, no sé sabe muy bien qué hacen y cómo siempre llegan allí, al lugar indicado con mozas y mozos diligentes a la hora de celebrar la apertura de un evento.

Goya, Saturno devorando a su hijo
Me pregunto cuántos de los que vemos transitando los vernissages no son tarmas. Sean quienes fueren yo los admiro: su garbo, su desfachatez, su impunidad para demostrar “pertenecer” a un mundo donde el arte queda atrás y la comida y la barra son el primer objetivo. Su presencia pintoresca es marca registrada
en cada encuentro, son una parte de la fauna más allá de todo, allí entremezclados con inteligente disimulo.
