Revista Arte
Verosimilitud y misterio frente a majestuosidad y belleza, o la leyenda expresada de otra forma.
Por ArtepoesiaEl Barroco, siempre el Barroco... ¿Hay mejor tendencia ya para expresar emociones, no sentimientos? ¿Hay mejor periodo para transmitir las cosas de modos tan diferentes y todas de tan geniales formas ya de hacerlo? Los pintores italianos supieron utilizarlo para eso especialmente, para hacerlo ya todo de otra forma a como podía entenderse esta tendencia. Era una tendencia naturalista, pero no todos lo fueron; era además una tendencia menos clásica, pero tampoco todos la excluyeron; era una tendencia menos estilizada en las formas de belleza, pero Francesco Furini (1602-1646) se retrasaría de su tiempo casi un siglo para esto. Este pintor florentino habría conseguido trasladar ya al Barroco todo lo anterior de su tendencia: el sfumato renacentista de Leonardo....; el manierismo de Miguel Ángel...; el clasicismo de Rafael...; la belleza de los desnudos de Tiziano... Y en esto, en los desnudos, asombró a todos ya por entonces, pleno siglo XVII, cuando demostró que belleza y sensualidad eran la misma y dos cosas diferentes.
Porque, claro, el Barroco debía expresar ahora las cosas lo más parecida a la realidad que pudiese. Porque el siglo del matiz y de la sutilidad, el de la perfección de una belleza casi, casi, inexistente..., era ya lo que el Renacimiento habría conseguido antes. Ahora las cosas se mostraban como verdaderamente eran. Los gestos más humanizados, las formas más verosímiles, los detalles absolutamente conformes a la vida. Por eso, los desnudos del Barroco serán más comprometidos para sus autores. A veces esa misma realidad, la más natural, la existente ya en la mayor parte de la vida de los seres, hizo que los detalles de belleza fueran menos atrevidos, es decir, que, ahora, ésta -la belleza idealizada- fuera sustituida por una realidad más habitual en las cosas existentes. De ahí las formas de los desnudos de Rubens o Rembrandt, por ejemplo, desnudos que describirán ya con su naturalismo más lo que puede ser la vida..., que lo idealizado de ésta. Pero, ¿y cuando los detalles de belleza deben ser ya expresados en el desnudo de un lienzo barroco? Pocos autores consiguieron esos detalles tanto como Furini. Un pintor que a los cuarenta años se ordenaría incluso sacerdote, y, a pesar del compromiso..., continuó él creando esos detalles.
El relato del Génesis de Sodoma contará ya como un ángel avisaría a Lot de que abandonase la ciudad antes de que ésta fuese arrasada por las llamas. Entonces, este único hombre honesto de la tierra tomaría a su familia y abandonaría para siempre esa ciudad. Pero, para entonces, su familia acabó luego siendo tan solo él y sus dos hijas. Ellos tres, los únicos seres ahora en todo el mundo, se dirigieron hacia un lugar muy lejos de allí. Para ese momento, las hijas comprendieron ya que no habría hombres con los que tener descendencia. La llamada de la vida les acució a ambas, y no supieron hacer otra cosa que engañar a su propio padre. Un hombre ahora que, ebrio, acabaría seducido ya por sus hijas. Esta leyenda de incesto, sensualidad y misterio atrajo a muchos pintores de la historia. La moral de sus ideas, o de los lugares donde vivieran, llevaría a los creadores a tratar de mostrar el comprometido relato biblico con las diferentes artes que cada cual tuviera. Era evidente que el recurso erótico podía estar aquí justificado; la leyenda así lo relataba: las hijas dieron de beber a su padre y lo sedujeron claramente. Los pintores ahora sólo debían ejercer ya su Arte. Hay obras del Renacimiento, por ejemplo, que demostrarán ya sin tapujos los alardes manieristas más desnudos de belleza. Otras que no recatarán en su provocado gesto erótico de seducción y de belleza. Pero, también del Barroco.
Aquí he preferido elegir tres obras barrocas de tres pintores italianos, todos muy cerca del área de Florencia. Tres obras donde ahora el color es uno de los recursos aquí más elogiosos, además... En la creación de Lorenzo Lippi (1606-1664), la más sobria de las tres, el pintor es descriptivo en el fondo de la leyenda. Observaremos la silueta alejada de Sodoma enardecida ya de fuego. Veremos aquí cómo las hijas de Lot ofrecen el vino embriagador a éste, un ser ahora confiado y para nada seducido. La obra encuadrará los valores más artísticos de su paleta. La pésima calidad de la imagen no ayudará a apreciarlos. Los vestidos, sus pliegues, las tonalidades, los detalles sutiles del engaño; unas viandas, además, que no harán sospechar a Lot de lo que pasa. Sin embargo, el primero de los cuadros, la imagen tan absolutamente extraordinaria de Orazio Gentileschi (1563-1639), compendiará todo lo que el Barroco, su belleza, su insinuación, su erotismo o su misterio, fue capaz ya de transmitir en una auténtica obra de Arte.
Porque, aquí, el creador debe mostrar ahora la leyenda engorrosa, un incesto llevado a cabo por dos hijas a su padre. Porque, aquí, el pintor debe insinuar ahora algo de erotismo, al menos, con algo además de belleza. Y porque aquí la obra deberá escenografiar ya un momento, alguno de todos los posibles, antes, durante o después de haberse llevado a cabo la decisión de ellas. Si fuera antes, es el caso de Lippi; si fuera durante es el caso de Furini. Sin embargo, ahora, debía ser después. Pero, claro, ¿cómo hacerlo... después? ¿Cómo para que, además, encierre ya algo de justificación... o de esperanza? Y ese es aquí, además, el misterio que esta genial obra mostrará ya con su composición. El pintor ideó aquí una forma de justificación filosófica casi. Una de las hijas mostrará, cuando el padre ahora está dormido, a su hermana el lugar adonde se dirigirán. Ese paraje, que no aparecerá en el cuadro, estará aquí lleno de esperanza para ellas y para su futuro. No lo veremos aquí, no veremos nada de esto, como tampoco vimos ya el incesto. Sólo, ahora, el insinuante vestido caído de una de ellas nos hará pensar en ese hecho. El resto queda en el misterio. Como este extraordinario gesto de dirigir aquí ya las miradas hacia un lugar ajeno. Un gesto que contagiará así al espectador a querer mirar también a eso. A querer entender qué es lo que significará ya eso. Y, con ello, el pintor supo distraer así al espectador de la verdadera motivación de todo esto.
(Óleo de Orazio Gentileschi, Lot y sus hijas, 1623, Museo Thyssen, Madrid; Cuadro Lot y sus hijas, 1655, del pintor Lorenzo Lippi, Galería de los Uffizi, Florencia; Óleo de Francesco Furini, Lot y sus hijas, 1634, Museo del Prado, Madrid.)
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