¿Por qué se consigue que algo sea lo único, lo definitivo, lo elegido de todo lo que hagamos ya de una misma inspiración? Muchos de los que han creado algo descubrieron ya que, al volver a hacer lo mismo, salió otra cosa. Querían hacer lo mismo -¿o no?-, pero acabó saliendo otra cosa. Y es que la diversidad es lo único que nos ofrece la posibilidad de sobrevivir al infame y obtuso mundo vulgar y concupiscente en el que vivimos. Gracias a ella florecieron Leonardo, Van Gogh, Murillo, Cezanne... Por ella, por la variedad de la Naturaleza, de su genio, del carácter veleidoso de sus criaturas, de la inagotable suspicacia del dejarse fluir ante el abismo de lo increado es por lo que ha sido posible todo lo existente.
Cuando el grandioso pintor romántico Eugene Delacroix se dejó seducir por la leyenda del rapto de Rebeca, la dulce judía elegida por Abraham para su hijo Isaac, imaginó la misma escena en, al menos, dos versiones distintas. ¿Cuál acertó? ¿Cuál consiguió la única, la elogiosa, la allegada, la más virtuosa y exquisita imagen de esta inspiración? A pesar de haber utilizado una cronología distinta a la real -las cruzadas medievales-, recurso muy utilizado por los creadores, Delacroix llega a obtener una genial pintura con la primera de las obras aquí expuestas. En ésta refleja lo importante de la escena, la toma de Rebeca en la cabalgadura sarracena poco antes de que el caballero, lejano aún, pueda tratar de salvarla. Tres planos además consiguen aquí la grandiosidad del todo recogido. El fondo de la guerra, del conflicto, ajeno ya; el caballero salvador, la esperanza; y los secuestradores y el magnífico caballo escorzado, la tragedia. También alcanza el creador a combinar, genialmente, los colores más fríos -el azul- y los más cálidos -el ocre- en los tres planos a la vez.
Cuando el pintor italiano Francesco Hayez decidió pintar la Magdalena penitente, no dudó entonces. Luego, al volver a interpretarla en un lienzo, el pintor del romanticismo creó una curiosa obra sobre la santa bíblica. Ahora no todo fue igual, ni el horizonte, ni los pliegues de la sábana, ni la calavera; pero, a lo que el pintor no se decidía ya era a cómo pintar la cabeza de la modelo. Quiso cambiar el gesto, la mirada, la posición, o todo ello a la vez, pero, no se preocupó el artista de elegir siquiera el final de ésto. Dejó plasmada la indecisión de su nueva sensación en la superposición de ambas decisiones. ¿Qué mejor forma de transmitir la ambigüedad de la modelo misteriosa? Su nueva versión no se conformó ya con otra distinta, además dejó manifiesta la esquizofrénica aleatoriedad de la creación.
Este mismo pintor italiano, prolífico en versiones, desarrolló una virtuosidad por los desnudos románticos de su generación. En una de sus obras retrató a la legendaria Susana bíblica. Esta mujer representaba el deseo clásico más ineludible, ya que ella y su historia, además, poseían la fuerza arrebatadora de su fiel y decidida castidad. Muchos creadores la pintaron. Pero Hayez vuelve a conseguir esta vez en el mismo encuadre, con los mismos gestos, con la misma representación, dos cosas tan diferentes como las dos obras anteriores de Delacroix. Tan diferentes, y no por la modelo, que sí, que llega a disponer de algunas diferencias su cuerpo, es cierto, pero no es esto lo que ahora, de una intuitiva y primera impresión, se alcanza a vislumbrar aquí. Ahora es otra cosa, ahora es la maravillosa y contrastante división vertical de parte del cuadro.
Consigue el pintor Hayez aquí, en esta obra de 1850, lo que no alcanzó a conseguir después. La oscura mitad del fondo de la derecha, que deja parte del cuerpo de ella más reflejada, tiene la significación más importante ahora en esta creación. Con ella se deviene en pensar que todo, hasta la más virtuosa de las cosas, tiene su alma profunda, desconocida, oculta e inquietante. De hecho, la modelo retratada en este cuadro mantiene una mirada diferente a la otra, a la menos contrastante otra obra de Susana. Así que, de este modo, parece ahora que ella misma no puede dejar ya de reconocerlo, de transmitírnoslo incluso, con su cómplice mirada, la acertada inspiración de esta otra y diferente versión.
(Óleo del pintor romántico francés Eugene Delacroix, El rapto de Rebeca, 1846, Museo Metropolitano de Arte, Nueva York; Cuadro del mismo pintor, El Rapto de Rebeca, 1858, particular; Obra Magdalena penitente, 1825, del pintor romántico italiano Francesco Hayez, Milán; Cuadro La magdalena penitente, 1833, Francesco Hayez, Pinacoteca de Brera, Milán; Lienzo Susana en el baño, 1859, Francesco Hayez, Pinacoteca de Brera, Milán; Óleo El baño de Susana, 1850, Francesco Hayez.)
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