Revalorizada con el tiempo, De entre los Muertos (Vertigo, 1958) fue el último trabajo conjunto del tándem Hitchcock-Stewart (éste último no consiguió el papel protagonista de Con la Muerte en los Talones), poniendo fin a una colaboración que dejaba a sus espaldas cuatro espléndidas obras (El Hombre que Sabía Demasiado, La Soga, La Ventana Indiscreta y esta última, Vertigo).
Amante declarado de las obsesiones románticas, Hitch se propuso para adaptar la novela D'entre les Morts de Pierre Boileau y Thomas Narceraj (artífices también del libro en el que se basó Las Diabólicas, que además era una de sus películas favoritas) y como siempre que afloraba su lado oscuro y lleno de frustraciones, llamó a la puerta de Jimmy Stewart. Este se puso en la piel de Scottie, con el que compartía formación académica y al que supo dar esos aires de enfermiza obsesión de quien es atormentado por una pérdida insustituible.
¿Y cual es el detonante de ese estado tan pésimo de la psique de Scottie Ferguson?. (Me arremango, que vienen spoilers). Todo empieza cuando en una persecución por unos tejados, ve como un compañero cae al vacío y él lo único que puede hacer es agarrarse para evitar ser pasajero de la barca de Caronte. Ese hecho (con su correspondiente trauma) detona en una acusada acrofobia que le lleva convertirse en un detective y alejarse del cuerpo de polícia de forma definitiva.
Atesorando tanta culpabilidad como tristeza, su único contacto más o menos regular con el mundo es através de Midge, una amiga (con delirios sentimentales) que intenta por todos los medios retenerle junto a ella (sin éxito alguno, todo sea dicho) y a la que suele visitar con cierta regularidad pero con la que la relación no puede trascender a nada más. Todo cambia cuando un antiguo compañero universitario, Elster, le pide como favor personal que cuide y vigile a su elegante y atormentada esposa, Madeleine (el pote no hizo nada de justicia a una lozana Kim Novak, ahora es el botox quien le ha puesto expresión de payaso circense, una pena) una potencial suicida que lleva una buena temporada con una profunda depresión motivada por un oscuro pasado familiar.
Mientras la vigila y la observa se va enamorando ella, hasta que logra tener contacto con ella pero para su drama tiene un accidente en el que acaba perdiendo la vida (no quiero dar muchos detalles, por si no la habéis visto). Ingresado en un centro psiquiátrico tras perder a Madeleine logra recuperarse hasta que un día paseando choca de bruces con la morena y desgarbada July, una joven que le recuerda mucho a la que fue el amor de su vida...
Plagada de guiños y referencias sobre las frustraciones sexuales de los personajes (nada que no podáis saber ya o que vuestro amigo google no solucione) y rodada en Technicolor (la reseña es en blanco y negro por mi capricho personal) tiene entre sus mejores bazas los dobles sentidos y las dualidades de todos los personajes. Audrey Hepburn dijo en su momento que hubiese querido meterse en el pellejo de Madeleine y Judy y dijo que la historia era como un Pigmalión, como Liza Doolittle en My Fair Lady, una golfilla cockney adiestrada para comportarse como una dama.
Como siempre, cuidados encuadres, Hitchcock supervisando todas las lentes y hasta el más nimio detalle (desde las vajillas pasando por el diseño de vestuario) y con escenas que ya forman parte del imaginario colectivo como las infinitas espirales que componen las escaleras del tétrico y desparecido Campanario de San Juan Bautista, los peinados, los cuadros o la escena en la que Ferguson enloquece en la que hasta se incluyen varios momentos con animación. Como escenario y telón de fondo un aprovechado y laberíntico San Fracisco (quien no hubiese querido pisar el desaparecido y lujoso Ernie's, del que se hizo una réplica para poder rodar mejor los planos) que será testigo de los temores y del drama que esconden absolutamente todos los personajes. No me olvido de Bernard Hermann y su excelente banda sonora (si, usada en The Artist, como un homenaje a la película y al cine en general).
Como habréis deducido, es de aquellas películas que de vez en cuando me gusta rescatar. No considero un acierto el final (siempre lo mismo, demasiado precipitado) pero es una cruenta historia de amor que refleja muchos de los grandes dilemas y conflictos existenciales sin tomarse demasiado en serio. Eso si, estremecedor hasta que límites llega Scottie para lograr estar con su Madeleine.
Un siete para Hithcock y os dejo el trailer damas y caballeros.