No hay nada que no se haya dicho ya sobre “Vértigo. De entre los muertos” y, sin embargo, ver la película de Alfred Hitchcock invita a escribir de nuevo porque es un pozo sin fondo, porque el abismo que la pasión y la muerte ofrecen es inmenso. El espectador no se cansa de ver a James Stewart y Kim Novak tratando de liberarse del pasado y de las apariencias, luchando por superar el miedo a través del amor, dándose una segunda oportunidad ante un destino cruel que quiere repetirse una y otra vez. La historia atrapa desde el comienzo, y no sabemos si nos encontramos en territorio del thriller sobrenatural y psicológico, del melodrama romántico más pasional y trágico, o del cine policíaco de detectives caídos y asesinos ambiciosos… porque el pasado se funde con el presente y amenaza el futuro (las secuoyas sirven de elemento gráfico), porque la espiral de sentimientos y pesadillas produce auténtico vértigo, porque los protagonistas no salen de un trauma para meterse en una obsesión.
Los títulos de crédito de Saul Bass o la música de Bernard Herrmann ya son suficiente motivo para regresar a San Francisco… y subir y bajar por sus calles, como lo es ese prólogo vertiginoso corriendo por los tejados de la ciudad y que explica la historia posterior. De la frenética persecución pasamos a la placidez del estudio de Midge donde un Scottie jubilado conversa con su amiga, mujer refugio para su sentimiento de culpa que le atormenta tras el accidente. Poco después, asistimos a la fascinación por Madeleine al verla en el restaurante por primera vez, con la cámara que se acerca a esa mujer situada de espaldas y que genera un momento mágico en el que sus miradas no llegan a cruzarse. No será la única escena teñida de un aura místico-sobrenatural, porque la película va del tiempo y de la conciencia, de la muerte y del amor… y la fotografía filtrada de Robert Burks cumple su cometido de crear las necesarias atmósferas oníricas, con la ayuda de la partitura de Herrmann.
Un cuadro, un ramillete, un collar, un campanario… para una mujer, Madeleine, que se evade a otro tiempo donde tiene escrito su destino con la palabra “suicidio”. Y Carlotta como fantasma que posee su retrato y su leyenda para hacerse presente y condicionar los pasos de todos… como lo hiciera aquella otra mujer llamada Laura o Rebecca (o la señora Muir de Mankiewicz, o la Jennie de Dieterle, o la Eva de Preston). Y Judy como la tercera en liza que trata de llevar a término su plan hasta que el corazón le traiciona. Y una cuarta mujer, Midge, la amiga que sigue enamorada de Scottie y que le hubiera proporcionado paz para el espíritu… y que espera su oportunidad. Un universo femenino donde el amor y el miedo les une a ese inspector atrapado por su destino, donde la sombra de los muertos amenaza con vampirizar la vida, donde la acrofobia es sustituida por la obsesión cuasi-enfermiza hacia una imagen quizá real, quizá fantasmal. Una vez más, nada es lo que parece y la mirada de la cámara sustituye a la del espectador para que viva el drama y se fije en el ramillete o en el moño -en la escena del museo- o para que acompañe al protagonista en su deambular por las calles -en un eficaz uso de la cámara subjetiva-.
Hitchcock se divierte con los dualismos y nos presenta a una mujer con dos caras bien distintas en su juego de identidades, a la vez que pone en movimiento a dos investigadores (Scottie y Midge) para desentrañar el misterio de Carlotta, concede a dos de sus personajes la posibilidad de actuar de Pigmalión (también es interesante la referencia al mito de Orfeo y Eurídice), o hace que la historia adquiera un sentido cíclico y fatalista. Y eso por no hablar de la oposición amor-muerte, orden-caos, matrimonio-adulterio, realidad-sueño, ociosidad-ocupación, confianza-miedo… o de ese doble viaje al cementerio, al museo, al campanario… O de la dualidad cromática de rojos y verdes con que trata el amor y la muerte, por ejemplo; o del carácter de irrealidad -o de surrealismo- que durante buena parte de la cinta no hace otra cosa que ocultarnos la realidad y conducirnos a la vez a ella.
En ese mundo de contrastes, ¿a quién quiere realmente Scottie? ¿a esa mujer rubia de traje gris y pelo recogido o a esa otra de indumentaria más desenfadada y pelirroja? ¿a la mujer pintada y de otra época o a la que pasea tranquilamente por el actual San Francisco?. ¿Vive Scottie en el país de los vivos o en el de los muertos, tras su trágica experiencia como policía? En su inocencia y debilidad, es la víctima perfecta para una maquinación despiadada, es ahora el ángel de segunda clase capaz de tirarse a la bahía para salvar a una mujer transportada a otra realidad, y es también el hombre desesperado que necesita certezas para superar un trauma -acrofobia o desencanto amoroso-… y por eso sube de nuevo al campanario. Lo que a Hitchcock le interesa es la reacción de Scottie ante los acontecimientos, su capacidad para salir del mundo de los muertos (inactividad, miedo) y volver a amar la vida (una misión, una mujer, un sentido de la realidad), su disposición para pasar de marioneta en manos de Elster a protagonista que busca su propio destino.
El mago del suspense consigue mantener el tono de intriga y misterio gracias a su precisa planificación y a las interpretaciones de James Stewart y Kim Novak, capaz el primero de conjugar su porte elegante y su rostro de ingenuidad con un desconcierto y confusión en las situaciones adversas, y Novak de transmitir toda la frialdad, calidez y pasión de Madeleine-Judy según el momento de su relación con Scottie. Engaños y planes maquiavélicos, amores a primera vista y corazones sangrantes, mentes dañadas y sentimientos de culpa, y segundas oportunidades para intentar regresar al mundo de los vivos. La película tiene su propio McGuffin… que desaparece mediada la cinta con la revelación de Judy, y dos posibles finales en el campanario -con monja o sin ella, con Scottie bloqueado o desencajado- pero, en cualquier caso, “Vértigo. De entre los muertos” nos habrá trasladado durante dos horas a un universo donde las apariencias esconden comportamientos mezquinos, donde el amor a la vida trata de vencer al miedo a la muerte, y donde unos fantasmas deambulan por las calles de San Francisco en busca de consuelo para su soledad.
En las imágenes: Fotogramas de “Vértigo. De entre los muertos”, Paramount Pictures y Alfred J. Hitchcock Productions © 1958. Todos los derechos reservados.