Edición: Periférica, 2018 (trad. Vanesa García Cazorla)Páginas: 128ISBN: 9788416291632 Precio: 15,00 €
La escritora y crítica británica Joanna Walsh se ha hecho un nombre entre los autores contemporáneos por la calidad de sus cuentos, y al leer Vértigo (2015), su primer libro publicado en castellano, resulta fácil entender por qué. Joanna Walsh es una estilista exigente, una artesana de las palabras y la forma, un poco a la manera de Clarice Lispector. No merece la pena detenerse a explicar «de qué van» sus relatos, porque, más que «narraciones», son «impresiones», algunas de ellas muy breves, como quien captura un instante con la cámara. Es el tipo de ficción que sería difícil adaptar al medio audiovisual, pues toda su fuerza está en el estilo, sus sutilezas, sus dualidades y sus juegos con el lenguaje, sus piruetas, sus píldoras de genialidad. No hay frase que no esconda un pequeño gran hallazgo; escribe desde una perspectiva «analítica» de la realidad, pero en su caso la inteligencia no está reñida con la creatividad y el arte. Y, aun trabajando mucho su material, no suena relamida ni artificiosa; sabe encontrar el punto justo para que el relato fluya, sin excesos. Mención, también, para la traductora, Vanesa García Cazorla: quienes la lean comprenderán la dificultad de su trabajo.
¿Cómo no se me ocurrió vestirme así? Siempre era demasiado joven. Ahora soy demasiado vieja.
[…]
Para otra gente, quizás, sigo teniendo un aspecto fresco: para esa gente que aún no ha visto este vestido, estos zapatos. Pero, para mí, para ti, ya no puedo representar el glamour de la primera mirada. Aparecer por primera vez es magnífico. («Fin de collection», pp. 11-12)Los cuentos están narrados con mirada «femenina», y no (solo) porque los haya escrito una mujer y sus protagonistas sean mujeres: mujeres que se están separando de su marido, mujeres madres de niños pequeños, mujeres que tienen una hija adolescente, mujeres que compran ropa y se van de viaje y son conscientes de las transformaciones de su cuerpo. Aunque los relatos sean independientes entre sí, sus personajes podrían ser la misma persona, por la recurrencia de los temas y la inconfundible sensibilidad de la autora. La mirada «femenina» se debe a su especificidad, su atención por detalles en los que, por tradición y por cultura, una mujer repara de un modo particular, como el simbolismo de los colores de las prendas de vestir o una determinada percepción de la corporeidad. Por ejemplo, cuesta imaginar en boca (palabras) de un hombre oraciones como «Un amigo me aconsejó que me comprara un vestido rojo en París porque estoy dejando a mi marido» («Fin de collection», p. 9) o «Mi hija ha hecho su primer sacrificio por la moda. Se ha comprado una minifalda rosa con encajes que no le sienta bien y para la cual no existe ni momento ni ocasión oportunos. Cuando se la pone, deja de estar guapa. Cuando se la quita, ahí está, guapa de nuevo.» («Vértigo», p. 23).
Quizás en algún momento llegaste a pensar que podríamos haber inventado, para esta nueva generación, la novedad que se merecía. Pero estábamos agotadas.
Quizás en algún momento pensaras que podríamos haberlo hecho, pero éramos demasiado pobres. («Madres jóvenes», p. 41)Algunos títulos evocan sensaciones de desasosiego, como «Claustrofobia», «Ahogo» o el propio «Vértigo». No es casualidad: Joanna Walsh capta esos momentos de ruptura, una ruptura íntima e imperceptible a ojos de los demás, que experimenta una mujer en situaciones cotidianas. No habla de tragedias ni de intrigas ni de trastornos mentales, sino de esos minutos de ansiedad, de angustia, en los que por un segundo parece estar al borde de perder el control, hasta que las cosas se ponen en orden. Y es difícil y poco habitual hacer narrativa de esto, de un estómago que se encoge y una respiración que se agita (ella nunca lo expresaría con estos tópicos). Otro rasgo característico son las alusiones a París y la cultura francesa (moda, literatura), que la autora conoce muy bien: «La belleza: lo costoso que es su mantenimiento, eso es lo que dijo Balzac, no la inversión inicial» («Fin de collection», p. 11). No es una escritora británica al uso, por lo tanto, aunque comparte con algunas de sus coetáneas (Ali Smith, Jeanette Winterson, Rachel Cusk) su originalidad formal, su precisión, su pulcritud y su delicadeza.
A pesar de todo, somos buena gente que a duras penas puede vivir en este mundo, que sigue adelante casi exclusivamente a nuestra costa. Lo mejor es seguir moviendo los brazos y las piernas, y observar las olas, que casi parecen moverse hacia adelante. De este modo, la desesperación rápidamente se muda en felicidad, y de vuelta a la desesperación una vez más. Y si llegas hasta la playa, vuelve a atravesarla como si todo fuera bien, ve hacia tu familia, a la que no le gustaría ver el abismo que acabas de atravesar a nado.(«Ahogo», p. 123)
Joanna Walsh
Joanna Walsh es una de las autoras que mejor han captado la «experiencia femenina» en todas sus facetas y complejidad, en el sentido de que condensa grandes inquietudes vitales (como la inseguridad de una madre primeriza) con cuestiones en apariencia frívolas, pero que repercuten, y mucho, en la identidad de una mujer, como la ropa que elige en función de su estado de ánimo o los cambios en su cuerpo. No se limita a escribir sobre ello, sino que lo eleva a gran literatura, con una capacidad inventiva y una finura extraordinarias. Cada frase está llena de capas, siempre va más allá del significado evidente. Una observación como «Nos vemos de cuando en cuando para ver cuánto ha envejecido la otra: eso es la familia. Sigo tratando de ponerme a vuestra altura, pero vosotras mantenéis la distancia: así son los años.» («Claustrofobia», p. 69) contiene la tensión latente del encuentro familiar y el paso del tiempo. Su agudeza y su hondura son un descubrimiento. Aún es pronto para hablar de los libros del año, pero este lo será.