La cosa no empezaba bien en esta aventura, a la baja de Rubén, por molestias y Fede, que correría en Antequera, había que sumar que rocé la furgoneta saliendo del garaje con un poyete (mil veces la he sacado sin problema).
Para más inri, nada más llegar a la puerta de embarque del puerto de Algeciras, mi móvil murió.Estaba al 90% de carga y ni tratando de reiniciarlo, enchufándolo a la corriente ni de ninguna manera reaccionaba... menos mal que me dio por imprimir los billetes...
Una pareja que correría también la Cuna me dejó hacer una llamada para al menos avisar a Mayte y lo primero que hice nada más llegar a Ceuta fue comprar un móvil para estar comunicado al menos.
Después fui al hotel a dejar las cosas y a recoger mi dorsal, el de Rubén y el de Fede y ya con todo organizado tuve que volver y cambiar el móvil por otro porque no soportaba ni la aplicación de Garmin.
Se me había echado la tarde encima y no había parado de un lado para otro, así que pedí referencias en la recepción del hotel y me recomendaron la pizzería D'Armando, girando la manzana.
Estaba a tope pero como iba solo me prepararon una mesa al momento.
José Teruel estaba también en el restaurante, junto a su grupo, así que estuvimos charlando un rato mientras llegaba la pizza, que no tardó mucho en llegar.
No era muy tarde pero como llevaba ya bastante rato lloviendo y el día había sido frenético, subí al hotel y tras preparar las cosas me fui a la cama.
A las 7 de la mañana me desperté, para desayunar un tupper de arroz blanco con atún con tiempo de sobra para ir al baño, una hora después me tomé un High Energy gel de 226 ers y a 45 minutos de la salida me empecé a tomar el pre entreno.
Pasé por el baño por última vez y me dirigí a la salida, pero cuando apenas había llegado al final de la calle me tuve que volver porque me dejaba las gafas de sol.
Quedaban 40 minutos para la salida, así que decidí subir a por ellas y por poco me arrepiento, ya que pese a llegar a la salida con media hora de margen, estaba ya todo abarrotado.
Sabía que habría cajones de élite, intermedio y amateur, pero el acceso era desde detrás, aunque no tuve mucho problema en ir avanzando hasta casi la altura de las bicis, que saldrían 5 minutos antes que nosotros, a las 10 en punto.
La sensación dentro de las murallas, con todo atestado de gente, los legionarios cantando y el speaker arengando era una pasada, no tenía mucho que envidiar a la salida del Hole o los 101 en el campo de fútbol de Ronda...
A la hora prevista se dio la salida de los ciclistas con un cañonazo y fuimos avanzando para ocupar su sitio tras el arco de meta.
Estaba en primera línea pero varios corredores que llegaron después rodearon el arco y me quedé con 3 o 4 hileras por delante mía, esperaba que, al menos, de la prueba de 20 kilómetros.
Con nuestro cañonazo correspondiente comenzamos la carrera, en la que me abrí a la izquierda para coger impulso y adelantar posiciones por donde más huecos veía y aun así hubo un par de corredores que me adelantaron chocando conmigo para, unos metros más tarde, bajar el ritmo y quedarse haciendo tapón.
Hasta que no llegué al Paseo Alcalde Sánchez Prado no pude comenzar a correr con comodidad, con el grupo de cabeza ya destacado, aun al alcance de la vista y un segundo grupo con el que aún iba, que poco a poco se iba destacando.
Al llegar a la altura del hotel el GPS marcó el primer kilómetro, en 3:37, así que como la pendiente picaba hacia arriba, dejé que el grupo que llevaba se fuese destacando y puse mi ritmo.
La posterior bajada hizo que el segundo kilómetro saliese en 3:36, pero ya a partir de ahí el ritmo comenzó a ser más estable.
Coincidíamos ya con las bicis, así que iba pendiente para colocarme en la zona derecha o central de la calzada sin molestar.
Al llegar al Parque Urbano Teniente Morejón compartíamos un estrecho carril, pero los ciclistas se avisaban de que llegaba y se abrían a la derecha en su mayoría para permitirme el paso por la izquierda.
Fue un tramo muy divertido, con toboganes de bajada y subida muy blanditos por la lluvia, pero que permitían correr.
Una vez completado ese tramo, tocaba un buen ascenso por la carretera del Monte Hacho, que me recordaba a las calzadas mallorquinas que recorría en el Desafíos FAS hace unos años.
Subía con energía, por debajo de 5 minutos el kilómetro pese al desnivel y adelantando ciclistas... por el momento, porque en cuanto llegaron las bajadas parecían fórmulas uno, de hecho, se escuchaba el silbido de las bicis cortando el viento segundos antes de aparecer y en cuestión de un momento desaparecían de la vista.
Bajamos hasta el Desnarigado y pasé de largo en el avituallamiento, ya que iba comiendo y bebiendo de lo que llevaba encima.
La pendiente ahora se tornaba dura subida y llegué a plantearme ascender caminando, pero me encontraba fuerte y simplemente bajé un poco el ritmo y al estabilizarse la pendiente lo subí de nuevo.
Ya no veía a la cabeza de carrera y sabía que por detrás llevaba a un corredor pisándome los talones, pero quedaba mucha carrera por delante y de los seis o siete corredores que irían en cabeza, con suerte, la mitad o más serían de la prueba de 20 kilómetros.
En el giro de la Calle Carlos Villón Egea hacia la carretera del Monte Hacho completé los primeros 10 kilómetros, en 41 minutos exactos y un muchacho del público me dijo que la cabeza de carrera había pasado hacía tres minutos y que llevaba al siguiente corredor a menos de uno.
Sabía que estaba corriendo a buen ritmo pero no me notaba forzado, así que el saber que iba tan bien fue todo un empujón de motivación, que me vino genial para afrontar la subida.
Aún así tres corredores me cogieron desde detrás antes de llegar a la Carretera de la Fortaleza, aunque al preguntarles me dijeron que eran de la prueba de 20 kilómetros.
Uno de ellos, de negro, debía conocer el terreno, ya que dio un salto a la derecha y cogió un botellín de isotónica que tendría guardado, por lo que seguro que tenía estudiado el recorrido al dedillo.
Apreté un poco para que no se me fuese y tras clicarnos en la entrada al avituallamiento el pasaporte legionario, entré siguiendo su estela.
Ellos también se saltaron el avituallamiento, así que rodeé con ellos la fortaleza y salimos juntos por el sendero del hacho, con unas vistas expuestas al mar impresionantes.
Eran tramos de sube y baja, un poco rompepiernas, pero fáciles para correr.
Se me comenzaban a distanciar y ya me costaba un poco seguir el ritmo, así que se me fueron perdiendo poco a poco.
Bajando por la pista de toro me alcanzó otro corredor desde detrás y me preguntó si sabía cuantos corredores de la larga llevaba por delante.
A ciencia cierta no sabía cuantos iban, pero como entendía que sería de la larga y lo veía bajar fuerte, le cedí el paso, pero se mantuvo a la zaga, así que apreté un poco el ritmo para no estorbar en la bajada.
Recorrimos el Parque del Hacho y llegamos a la costa, donde una confusión con un legionario llevó a que perdiese la posición momentáneamente.
Me indicó que siguiese por la arena, pero a la derecha solo había piedras, así que cogí el camino de la izquierda, que estaba cortado y tuve que retroceder un par de metros y saltar a la orilla para continuar.
Apreté un poco para coger al corredor, que se veía que tenía experiencia y le pregunté su nombre.
Me dijo que se llamaba Moustafá, y reconocí el nombre de las clasificaciones de otras ediciones, ya que había sido ganador de la prueba.
Este año no sabía como se daría, me comentaba, ya que teníamos por detrás a un minuto aproximadamente a Moustafita, que venía fuerte, y creía que por delante habría al menos un corredor más.
Fuimos avanzando juntos por el Parque Marítimo del Mediterráneo y le comenté que era amigo de Rubén Delgado, que este año no podría venir.
Un amigo suyo nos dijo que no llevábamos a nadie delante y Moustafá, algo más tranquilo, me dijo que si quería tirar, que tirase, así que sin cambiar demasiado el ritmo aproveché la bajada hacia las Murallas Reales para coger impulso.
El reloj había marcado 1h27' al paso por el kilómetro 20 y me encontraba muy entero aún.
Pasamos bajo el arco de meta y Moustafá paró ene l avituallamiento, así que seguí en solitario, aunque no tardó en alcanzarme, poco después de bajar por las escaleras hacia la Avenida Martínez Catena.
Soplaba un fuerte viento de cara y se ofreció a taparme el aire si luego tiraba yo, ya que en meta le habían dicho que llevábamos a un corredor por delante a unos tres minutos.
Iba un poco forzado, pero como me tapó el viento un kilómetro, hice lo propio el kilómetro siguiente, pero en la subida por la Avenida Francisco Javier Sauquillo ya me costaba seguirle, ya que había visto al corredor que lideraba la prueba en los contenedores del final de la calle y apretó bastante el paso para cogerlo.
Le deseé fuerza y me fui poco a poco quedando atrás, observando el ataque desde la distancia.
Me sorprendió verle andar al final de la cuesta, así que aproveché yo también para darme un respiro y tomarme un gel, caminando varios metros...
Y no se si fue por el gel o porque el cuerpo se relajó, pero me dio un buen apretón, pero como no había donde colocarme para evacuar, hice un par de kilómetros con una molestia cada vez mayor.
Además de haber poco sitio, nos volvimos a unir con las bicis en el Parque Barrionuevo, así que hasta que no bajé al Embalse del Infierno no encontré un sitio idóneo, tras unas matas.
Me puse en posición y por arte de magia ahora no me era posible evacuar y lo que tendría que haber sido cosa de unos segundos me tomó varios minutos de esfuerzo.
Mucho más aliviado volví al sendero, por el que habían pasado ya varios corredores, pero cuando intenté trotar la cuesta arriba, las piernas, de mantequilla por el esfuerzo de aguantar la sentadilla profunda, se negaban a reaccionar.
De hecho, ya no fui capaz de trotar en ninguna cuesta arriba en lo que quedó de carrera.
Aproveché la caminata para tomarme un comprimido de sales y otro gel, por si me faltaban sales o energía.
Desde el principio de la carrera había tomado una pastilla de sales cada media hora y a las horas en punto además un gel (el segundo fue el que me mató, creo yo), pero desde el apretón ni comía ni bebía nada.
Al llegar al kilómetro 28 nos desviaron por una empinada senda que me dejó sin aliento y me di cuenta de que esta segunda parte de la carrera no iba a ser tan corrible como la primera ni de lejos.
Las vistas eran espectaculares y tanto los corredores al irme adelantando como los ciclistas, en los tramos en los que coincidíamos, me iban animando.
Y qué decir de los legionarios, que aparecían en cada tramo complicado para guiarnos y animarnos, como al final de la pista de mendiouti, donde ascendimos casi otros 100 metros en ese kilómetro.
Pero si la subida fue dura, la bajada no ayudaba mucho, ya que aunque había tramos donde trotar con facilidad, en otros la senda se estrechaba bastante y entre la presión de bajar con las bicis y que llevaba desde antes del covid sin pisar la montaña, no disfrutaba nada esos descensos.
Pasé el kilómetro 30 en 2h38', con los cuadriceps y las caderas cada vez más cargados de aguantar en la bajada.
Por suerte, las piedras dieron paso a un suelo más húmedo y blandito y por momentos parecía que estuviese corriendo la Euráfrica Trail, ya que nos internamos en un bosque de helechos que casi se cerraba sobre nosotros en varios tramos.
Iba ya casado, no os voy a mentir, pero ese tramo si que lo disfruté pese a ser en bajada y algo complicado en algunos segmentos.
Tras varios revirajes cruzamos sobre la A2 y nos internamos en el que para mí fue el peor segmento, una bajada de 200 metros negativos en tres kilómetros en las que hice tramos andando incluso, ya que entre la estrechez, las piedras y mi nula técnica tuve varios patinazos y un tropezón con el que casi me voy al suelo.
Ahí creo que fue cuando me pasó el primer equipo completo de marchadores, era una maravilla verlos bajar, pero yo no tenía técnica ni casi piernas ya de aguantar la musculatura y la tensión.
Casi me alegré en el posterior ascenso al Cortafuegos de Hornillos, porque al menos la musculatura cambiaba y podía descansar un poco.
Me llama la atención que en ese tramo, que era único para corredores, hubiese en el suelo un envase de Totum Sport, como en otro tramo donde también se había desviado a los ciclistas.
Es una pena que se pueda llevar lleno sin problema alguno y haya gente que cuando está vacío, que pesa menos, decide tirarlo en mitad de la naturaleza.
Pensando en esto mientras subía por la Pista de la Lastra me di cuenta de que llevaba mucho rato sin comer ni beber nada, ya que tenía el estómago cerrado de la tensión.
Como no me apetecía ingerir nada, hice un par de enjuagues de hidratos con el bidón con agua y Tailwind que llevaba y después me tomé un gel con cafeína a sorbitos, dejando el gel un rato bajo la lengua antes de tragar para favorecer su absorción.
Al llegar al final de la pista unos legionarios me indicaron que estábamos ya en el kilómetro 40 y que quedaba "una única subida y ya era todo cuesta abajo".
Llevaba ya cuatro horas justas en carrera, pero no me fiaba un pelo de las indicaciones y aunque la pareja insistió en que en menos de un hora estaría en meta, yo no lo tenía tan claro.
Al menos en el primer tramo del descenso, la Pista del Té de la Mora, aunque empinada, era ancha y se podía correr bien, de hecho, vi el 5 en el contador del ritmo por primera vez en lo que parecían horas, pero al llegar al Embalse del Renegado estaba ya hecho fosfatina.
Poniéndolo en perspectiva, en comparación con la segunda mitad, en la primera había ido a un ritmo muy alto, de haber sabido lo que me esperaba, habría sido mucho más conservador.
No estaba preparado para el terreno de la prueba y además las zapatillas, aunque se comportaron de lujo (Pegasus Trail 3), eran más de 100 gramos más pesadas que mis zapatillas habituales y tras 45 kilómetros ese peso extra se notaba.
La pendiente era casi inexistente y el camino estaba asfaltado, pero cuando intentaba arrancar, las piernas simplemente no tiraban, por lo que aprovechaba los tramos de evidente pendiente a favor para dejarme de ir y el resto lo caminaba.
En el avituallamiento del kilómetro 45 me tomé un vaso de isotónica para ver si reponiendo azúcares el cuerpo recuperaba la chispa pero ni por esas.
De hecho me sentó regular, ya que tenía el cuerpo asqueado de tanto dulce, pero era o agua o isotónica, no tenían coca-cola.
En fin, al menos ya iba llegando a la ciudad, por lo que no podía quedar mucho...
Tras compartir un rato de charla al trote con un muchacho que me alcanzó desde detrás y me reconoció volví a caminar de nuevo.
No recordaba la última vez que había estado tan agotado.
Al llegar al paseo maritímo de la Carretera de Benzú eché a trotar más por vergüenza que por convicción, ya que sabía que aun quedaban un par de kilómetros para llegar a meta y ese derroche de energía me podría hacer falta al final.
Ya me pasaban corredores a pie, ciclistas y equipos por derecha e izquierda pero me costaba hasta pensar, así que no me preocupaba lo más mínimo.
El tramo del carril bici por la calle Carlos Chocrón se me hizo eterno, no se la de veces que traté de arrancar a trotar, pero en todas, tras pocos metros, acababa caminando.
No fue hasta casi el final que el sonido de la megafonía me despertó de mi letargo.
El speaker le ponía una emoción digna de Chito y al escuchar su voz encontré las fuerzas que me faltaban para echar a trotar.
Estaba totalmente vacío, pero ya era cuestión de metros que llegase a la meta.
Faltaba apenas un minuto para llegar a las 5 horas de carrera, sabía que no iba a llegar a rebajarlas, pero al menos, intentaría no sobrepasarlas por mucho.
El speaker nos animaba voz en grito y al pasar por su vera se puso inclinó y extendió la mano.
Se la choqué, recorrí los últimos metros y completé la carrera.
Estaba agotado, no tenía hambre ni sed, ni si quiera sueño, pero necesitaba tumbarme con las piernas en alto cuanto antes.
Tras recibir mi medalla finisher puse el piloto automático y recogí la sudadera y la bolsa del corredor.
Me pareció que el legionario que me entregó la sudadera fue el mismo que me entregó mi dorsal y el de Rubén y Fede la tarde anterior (creo que se llamaba Tobar), pero al saludarle me dijo que con la de gente a la que le había entregado el dorsal, no se acordaba (es comprensible).
Saqué el móvil de la mochila, convenientemente protegido por la funda de las gafas, dentro de una bolsa de zip y avisé a mis padres, a Mayte y a mis amigos de que ya estaba en meta, mientras caminaba como un zombi hasta el hotel.
Quedaba por delante una tarde muy larga, ya que hasta bien pasadas las 12 de la noche no llegaría a casa, pero esa es ya otra historia ;)