Revista Diario
A no ser que lo hayáis leído enseguida, ahora mismo estaré probablemente en el aeropuerto, embarcando o sufriendo las 3 horas de vuelo que me quedan para llegar a Múnich (y luego 100 km. en coche hasta casa)… Esto quiere decir que, si no actualizo más, me podéis mandar flores a la clínica psiquiátrica más cercana a mi casa, en la que estaré ingresada por un ataque de nervios (todavía no entiendo cómo no me ha dado hasta ahora, que ya van un par de veces que he viajado sola con los dos).
Viajar sola con niños en avión es poner a prueba el amor maternal de cualquiera, seguro que hasta de la Jolie.
Lo primero son los bultos. Siempre tengo que llevar: Maleta gigante para la ropa de todos y que sobre espacio para el chorizo Palacios, el atún, arroz SOS y demás cosas varias que me llevo para allá; mi bolso, imprescindible; la bolsa de los niños (con pañales, comidas, mudas, juguetes y demás elementos imprescindibles para moverse con niños); cochecito (plegable, por supuesto); y en invierno, además, abrigos, bufandas, gorros y hasta traje de nieve si me apuras.
Facturar con niños y bultos es un rollo. Suerte que siempre me acompaña el que me lleva al aeropuerto (mi padre en España y mi marido en Alemania) y se puede ocupar de los niños mientras discuto con la del mostrador “no, no en pasillo no me ponga, mejor en la ventana, que así el niño está atrapado y no se escapa” o “Va muy lleno? (porque si va a tope, al pequeño lo tengo que llevar en brazos hasta que cumpla 2, aunque pese 20 kilos)”.
El control de seguridad es, digamos, la primera prueba de verdad, porque el que me acompaña no puede pasar a ayudar. Según qué aeropuerto y según qué guardia hayan puesto, si está de buen humor, si está tomando regularmente All Bran y esas cosas, puede, quizás, igual se dignan a echarme una mano: Hay que pasar todos los bultos de mano (todos menos la maleta que ya se ha facturado), hacer el strip tease de rigor, doblar el cochecito para que pase por la máquina, abrir el termo para que vean que llevo puré y no TNT…etc. con un bebé que no puede andar, ni gatear, ni mantenerse sentado y un niño de 3 años con mucha prisa por ir a ver los aviones. La mayoría de las veces no se preocupan de que el mayor no salga corriendo ni me dejan salir detrás de él un momento antes de que se embarque rumbo a Singapur (aunque a veces se me ha pasado por la cabeza dejarle), ni me sujetan al pequeño el medio segundo que tardaría en doblar la sillita para pasarla por la máquina. Casi siempre tengo que recurrir a la caridad de algún pasajero para que sujete al niño (al que toque en ese momento).
La segunda prueba es la hora de espera hasta que empieza el embarque. Nada más pasar el control hay que rezar para que la puerta de embarque quede al lado de algún baño y cambiador para poder dejarles limpios y secos antes de embarcar. Una cosa que no entiendo es cómo no ponen un WC en el cuarto del cambiador, al fin y al cabo es un baño también y para las que llevamos más de un niño (que ya sabéis que es “culo veo culo quiero”), es bastante práctico poder ponerles a todos en el mismo sitio (incluida la madre, que no sabéis lo poco pudorosa que me he vuelto desde que tengo que hacer pis en el aeropuerto con la puerta medioabierta para que no me los roben o no se metan con otra señora), sobre todo cuando todavía tienes el cochecito (a.k.a. lugar donde dejar al bebé un segundo para tener las manos libres y ocuparnos del otro). Otra cosa que debería estar prohibida son las tiendas del aeropuerto (conste que me encantan), porque es que lo tienen todo ahí al aire, en plan “cómprame” o “dile a tu madre que me pague, que ya me has chupado”… Eso sí, al aire sólo tienen guarradas, que llegan a tener ahí un bolso de Vuitton y no me importaría nada tener que decirle a mi marido al llegar “es que el niño lo había chupado y claro…”.
Entre baño y tienda, por supuesto, existe la posibilidad, con el trajín del aeropuerto y lo inconscientes que son los niños, de que el mayor salga corriendo así de buenas a primeras. Un segundo de despiste puede ser fatal (no un segundo mirando escaparates, que a eso no me da tiempo, me refiero a un segundo poniendo chupete, recogiendo sonajero del suelo…etc.) . Después de un par de sustos (que se quedaron en sustos, menos mal), decidí añadir a los bultos de mano, una maleta para mi hijo. Es la de la imagen: cuanto más cantosa, mejor, así se le puede localizar fácilmente entre la multitud. Eso sí, espero que no se pongan de moda, porque si no buena la hemos liado, que me veo perseguida por la Interpol por secuestro infantil (así que, por favor, elegid otro animal; son de Samsonite y no muy caras).
La tercera prueba es el vuelo. Si hemos tenido suerte, no nos han puesto justo detrás de Business (que no sabéis cómo se ofenden si les ponen niños detrás, pero te miran a ti como si lo hubieses pedido aposta para molestar) y no nos han sentado a nadie al lado. Las azafatas suelen ser encantadoras en casi todas las compañías (menos easyjet, que parece que te están haciendo un favor por llevarte), pero algunas, al intentar se simpáticas, firman la sentencia de muerte a un vuelo que podría ser tranquilo. Me refiero a las chucherías. Parece mentira que con la experiencia que tienen estas mujeres a la hora de llevar niños de todo tipo, todavía no sepan que son como gremlins, o sea, que si a un niño de 3 años le das un chute de azúcar justo antes de meterle en un miniespacio durante 3 horas, no va a poder gastar la energía desenfrenada de las gominolas como si estuviese en un prado. Si te da tiempo a parar la mano amiga de la azafata antes de que le dé al niño la chuchería, puedes usarla para hacerle chantaje (te la doy cuando lleguemos si te portas bien). Si te has despistado, prepárate para la que te espera.
Durante el vuelo, yo siempre rezo para que el mayor no tenga que ir al baño. Normalmente no sirve de nada porque siempre siempre siempre tiene que hacer caca. Sí, caca. No falla, oye. Además, siempre tiene que ir cuando el señor de al lado de acaba de dormir y hay que despertarle para salir, cuando el pequeño acaba de empezar a comerse el puré y estoy en plena operación alimenta-a-un-bebé-cotilla-en-menos-de-un-metro-cuadrado-sin-que-se-queme-o-tire-la-comida. Y no vale el “puedes aguantar un momentito?” porque las consecuencias pueden ser peor. Un día se me ocurrió decir eso mismo y se hizo pis encima (menos mal que sólo fue pis). Por supuesto tenía que ser el único día que no llevaba ropa de repuesto para él, así que me tuve que ir al baño, enjuagar eso un poco, y pasarme el resto del vuelo con el aire helado de arriba a toda potencia y sujetando los pantalones en alto para que se secasen antes de llegar, que en Alemania hacía un frío de narices y además, cómo iba a pasear al niño por el aeropuerto en calzoncillos!
La llegada supone la liberación: Nada más aterrizar le planto los niños al que nos haya venido a buscar. En Madrid estupendo, ya que mis padres viven cerca del aeropuerto. Pero en Alemania, nos quedan todavía 100 km. de carretera hasta llegar a casa, así que mi momento de gloria al recoger las maletas en solitario se acaba enseguida. Eso sí, por lo menos ya no estoy sola y, aunque mi marido esté conduciendo y tenga que estar mirando todo el tiempo hacia delante, el mayor se entretiene un rato contándole todo lo que ha hecho en España con los agüelos.
Así que esto es lo que me espera hoy… Si no sabéis nada de mí en unos días, me encantan las margaritas y los bombones de la Caja Roja ;)