Revista Viajes

Viaje a ninguna parte. ¿Es el orden aburrido?

Por Zogoibi @pabloacalvino

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Austria y Alemania tienen tan asumida su identidad común que, para señalar el tránsito de una administración a la otra en la frontera, no hay más que un pequeño letrero (bajo la circunferencia estrellada sobre fondo azul) que pasa casi inadvertido. Pero si socialmente son naciones casi coincidentes (al menos en esta parte del Tirol) no ocurre así con el país (dicho sea en su sentido más próximo a pays, “tierra” en francés), porque Alemania supone el final de los Alpes y el comienzo del aburrimiento.

Y digo aburrimiento no sólo desde un punto de vista paisajístico (de nuevo la raíz francesa pays), sino también en lo que a experiencia de viaje se refiere. Aunque no es la primera vez que estoy en Alemania, ahora he entendido -por fin- a lo que un amigo mío (californiano él, pero forzado a vivir en Baviera a meses alternos) se refiere cuando me dice siempre: Oh!, Germany is a booooring country. Cualidad esta, la de aburrido, que adquiere de su propio perfeccionismo: todo funciona tan ajustado a como se espera y la gente se conduce tan como debe, que no hay lugar para las sorpresas. Alemania es, por decirlo de algún modo, un país muy predecible; y, por ende, social, urbanística y ruralmente homogéneo. Sus carreteras son casi perfectas, como lo es el cuidado de sus bosques y de sus pastos, la señalización vial (incluyendo los en tramos de obras), sus edificios, sus casas, su organización, el comportamiento de sus ciudadanos, el transporte público… Cada ruta es igual que su posible alternativa, cada pueblo igual que el anterior o el siguiente, cada casa igual que la vecina: todas preciosas, pero no más que variaciones sobre uno o dos modelos.

Ingenioso sistema para el aire comprimido, a encontrar en todas las gasolineras alemanas.

Ingenioso sistema de aire comprimido en las gasolineras alemanas.

Estoy -lo reconozco- exagerando un poco, pero hay bastante de cierto en este cliché. Y no quiero con él decir, ni mucho menos, que no me guste Alemania; antes al contrario: lo considero uno de los mejores países europeos donde vivir, por variadas e importantes razones; pero a la hora de viajar es, en más de un sentido, plano.

Tiene, por tanto, muy poco interés recordar o describir la ruta (por otra parte fácilmente imaginable) por la que me he aproximado desde Mittenwald a Bamberg. No por Munich, desde luego, pues nada me interesan las ciudades grandes en este viaje, sino por Augsburgo, la ciudad que al norte de los Alpes fundaron Druso y Tiberio como Augusta Vindelicorum por encargo del emperador Augusto en el año 15 a.C.

Estatua y fuente del emperador Augusto, junto al Ayuntamiento de la ciudad.

Fuente bajo la estatua del Augusto, frente al edificio del Ayuntamiento.

Augsburgo gozó un temprano desarrollo por su excelente situación militar y económica en la intersección de importantes rutas comerciales, y en la baja edad media fue ciudad imperial libre durante más de cinco siglos. Hoy en día su principal importancia es quizá la universidad.

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Fuente de Mercurio (una alegoría de la importancia de Augsburgo como centro comercial) junto al simbólico edificio Das Weberhaus.

Weberhaus (weber = tejer), el único edificio que me inspiró una foto, era la casa del gremio de los tejedores en Augsburgo, punto focal del comercio textil medieval en esta ciudad. El edificio original, de piedra y madera, se erigió a finales del s. XIV, pero el actual es ya, por avatares de la historia, la segunda o tercera reconstrucción.

Como nota al margen, tengo apuntado en mi cuaderno lo curioso que resulta el hecho de que, en un país que parece tan alejado de la religión como Alemania, donde las iglesias se ven melancólicamente desiertas, haya en cada habitación de cada hotel un ejemplar del Nuevo Testamento, cuando en España o en Polonia, donde la religión resiste todavía los embates del agnosticismo, no hay ni ha habido nunca tal costumbre. Igual es sólo una cuestión económica. Pero más curioso resulta aún ese dato si se tiene en cuenta que casi el setenta por ciento de la población en Baviera se declara, aunque no practicante, católica. ¿Por qué entonces el Nuevo Testamento y no la Biblia? Ahí queda esta reflexión.

Pero no puedo cerrar este capítulo sin relatar un detalle significativo del carácter alemán arriba apuntado, tan ordenado y respetuoso. Pasando yo la noche en Augsburgo, se jugaba uno de los más importantes partidos de la Copa del Mundo 2014, seguida muy de cerca y con gran fervor por la afición alemana; y, como quiera que el restultado del partido les fue favorable, al acabar el encuentro se formó en la calle el acostumbrado alboroto. Como mi habitación daba a una de las principales avenidas, me resigné a una noche de ruidos, gritos, himnos, acelerones, bocinas y otras demostraciones de entusiasmo, que se dieron. Sin embargo, muy al contrario de lo que habría ocurrido en España, a las once de la noche todo ruido cesó, los forofos plegaron sus banderas y se fueron pacíficamente a sus casas, quedando la calle, para mi sorpresa y alegría, en perfecto silencio.

Estas son, quizá, las dos caras de la naturaleza respetuosa y ordenada de los alemanes: deseable por una parte pero aburrida por la otra. ¿Cuál es tu preferida?

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