Por mucho que sea patrimonio de la humanidad -y muy merecido que se lo tenga-, mi interés en Bamberg esta vez se centraba en encontrarme con un viejo amigo. Ya hice la visita turística en su día, años atrás, y saqué del centro histórico las típicas fotos, siempre mucho peores que las que pueda encontrar uno por internet o en las postales, de modo que no voy a subirlas aquí. Si acaso, una, para ilustrar el capítulo.
Altes Rathaus, el viejo ayuntamiento de Bamberg.
Pero, como digo, he venido para reencontrar ni más ni menos que a Phil Marty, from Escalon, California, como a él le gusta decir; y este capítulo se lo dedico. La historia de cómo nos conocimos, que a Phil le encanta relatar en su estilo combativo (obsesionado como está con una imaginaria rivalidad USA vs Europa), daría para muchas páginas y no es cosa de contarla aquí. Baste decir que fue con ocasión del viaje quizá más épico de mi vida, cuando recorrí durante cinco meses, a dedo, las cuatro esquinas del continente norteamericano; viaje que, si Dios me da vida y ganas, espero escribir algún día.
En esta ocasión, después de varias semanas en la moto, me apetecía ya hacer una parada larga, tomarme unas pequeñas vacaciones en este duro oficio que es andar errante, dar un respiro a mi soledad y hablar con alguien hasta cansarme. Contar mis peripecias y escuchar las ajenas, intercambiar opiniones y emociones, olvidarme de la carretera, salir a comer y a beber en compañía, dejarme llevar, no tomar decisiones y, sobre todo, sentir el afecto de alguien y poder entregar el mío. Sin que esto suponga -extremo importantísimo para Phil- mariconadas de ningún tipo; ni siquiera unas pajillas, que habría propuesto Torrente.
Y aquí va esta foto de uno de esos momentos, compartiendo buenas y típicas viandas alemanas: bratwurst, kartofelsalad y kellerbier. Aunque no imagino qué interés puede tener para el ocasional lector de estos capítulos, Phil me ha asegurado que, con sólo poner una foto suya, las lecturas a mi blog se extenderán y multiplicarán como un virus. Si él lo dice, ha de ser cierto.
Comer y beber en compañía del mismísimo Phl Marty.
He aprovechado, de paso, para llevar mi moto a la casa BMW en Bamberg, porque un ruido raro en el tren trasero está dándome la lata desde hace dos mil quilómetros, pero, como es natural, el ruido no ha dado la cara cuando ha estado en manos del mecánico.(Puedes leer aquí mi opinión y crítica a fondo sobre la F800GT.)
De este modo, entre charlas, breves excursiones, cervezas y comidas, lo que iban a ser tres o cuatro días de descanso se convirtieron en una semana larga. Mucho me ha ayudado la buena compañía y, si no para encontrar respuesta a las difíciles preguntas existenciales de un giróvago sin destino, siempre se saca algo en claro, y positivo, de observar las pautas de conducta y conversar con quien tiene firmes -aunque erróneas- convicciones. Ha sido una buena terapia, mi particular descanso del guerrero, que me ha dejado en forma para afrontar las próximas semanas. El ser humano, salvo casos patológicos, necesita compañía. De aquí talvez el principal dilema del trotamundos: sin soledad no hay verdadero viaje, pero sin compartir no hay verdadero disfrute.
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