Casanova, retratado por su hermano Francesco
Hans Christian Andersen
Antonio Ponz (Autorretrato)
Francesco Bettoni
Entre los millares de páginas que los viajeros han escrito sobre Toledo a lo largo de la historia, se detectan, como es lógico, muchos errores, pues la mayoría de aquellos curiosos ávidos de aventuras no eran historiadores ni pretendían serlo y, en consecuencia, tampoco afinaban demasiado a la hora de transcribir al papel sus impresiones, sus juicios y sus comentarios. Muchas veces, por su condición de extranjeros, el idioma les jugaba malas pasadas y lo que escuchaban no se correspondía con lo que entendían. Otras, habría que achacar sus errores a fallos de memoria o malas interpretaciones de sus apresuradas anotaciones. Como tampoco es descartable el que antepusieran sus deseos a la realidad para dotar de mayor fuerza a sus relatos. Sea como fuere, el caso es que los errores están ahí, formando parte también de ese enorme y valioso patrimonio documental que nos han legado.
Puestos a subrayar algunos de estos errores, habría que poner en cabeza de la clasificación el cometido por el noble de Bohemia Barón de Rosmithal, que nos visitó en 1466 y que no acertó ni siquiera con el nombre de Toledo, ya que la llama Doleta, como si hubiera leído las sílabas al revés y cambiado luego a género femenino. Sorprendente.
Como sorprendente es también la revelación que nos hace Giacommo Casanova, polifacético personaje que ha pasado a la historia por su vida libertina, el cual nada más llegar a Toledo en 1769, asegura haber asistido a una naumaquia, es decir nada menos que una de aquellas batallas navales que, a modo de espectáculo, organizaban los romanos. Como es poco probable que en el siglo XVIII siguieran celebrándose, debemos interpretar que Casanova antepuso su ilusión a la realidad.
No ilusión sino un error considerable, impropio de un historiador tan solvente como Antonio Ponz, es el que éste comete en su célebre Viage de España (1772), al atribuir las sillerías alta y baja de la catedral a los mismos autores, cuando las diferencias de estilo son más que notables. Aunque puestos a confundir evidencias, ahí tenemos al italiano Francesco Bettoni que en su Note di viaggio, publicado en 1879, asegura que la catedral de Toledo tiene seis naves, seis, cuando todos (menos él, naturalmente) vemos cinco.
Frente a errores tan destacados, el que Hans Christian Ándersen, que visitó Toledo en 1862, atribuyera la reforma del Alcázar a Carlos III, resulta pecado venial.