Revista Espiritualidad
Vivir vidas ajenas puede ser, mejor dicho, es divertido.
Realidades paralelas.
Ponerte en la piel de un legionario romano, o de un ricohombre de la Corona Aragonesa, o de un paracaidista de la 101, es, sin duda, un aliciente a nuestra descafeinada existencia, donde vamos de la oficina a casa y de casa a la oficina.
Pero estar viviendo una vida ajena, en realidad algo que no es real, un artificio, quizás es lo que resulta descafeinado, por decirlo de manera suave.
Vivir en la impostura, siendo un paracaidista, o un guerrero medieval del siglo XXI, quizás te distraiga de tu verdadera realidad. Y cuando llegue el final, no hayas sido tú, sino una imitación de aquello que fué y que en realidad, nunca llegaste a ser, al final no fuiste ni tan siquiera tú mismo.
Vivir vidas ajenas, ¿impostura o diversión?, he ahí la cuestión.
Si además tu realidad virtual solapa o condiciona la "cruda" realidad, ¿no es también una droga dañina que hay que abandonar?